Francisco Hinojosa - Profesores, tiranos y otros pinches chamacos

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Profesores, tiranos y otros pinches chamacos: краткое содержание, описание и аннотация

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Sujetos cuyos conocimientos enciclopédicos los conducen a la cúspide y en seguida al abismo de sus biografías, hombres obsesionados con la idea de su muerte, profesores empeñados en enseñar de modos sumamente complicados materias sencillísimas, presidentes que quieren vender al mejor postor el país que gobiernan, personajes literarios que se salen de su papel y cometen locuras a diestra y siniestra. La imaginación de Francisco Hinojosa factura tramas tan impredecibles que en cada página sus cuentos dan giros inusitados, se complican de formas insospechadas y mutan siempre hacia la versión más enloquecida de sí mismos. Los personajes tienen vidas absurdas generalmente modestas, incluso pueden estar abrumados por la comodidad y el hastío, hasta que un buen día el destino se tuerce y sus días se convierten en una escalada hacia lo inesperado. El lector tiene entre sus manos la reunión más abarcadora de la narrativa breve del autor, un mapa que señala sus fondos ocultos, los deseos más descabellados y las historias más sorprendentes que lo constituyen. Este volumen representa un acontecimiento para los lectores de Francisco Hinojosa y un auténtico honor para nuestra casa editorial: se trata de la celebración de una obra literaria que, durante varias décadas, se ha ganado la admiración y el cariño de todos.

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–Te manchaste, cabrón.

–Es de oro puro. La culata tiene incrustaciones de esmeraldas.

–¿Tiene balas?

–Seis.

–Voy a ver si sirve –y le pidió al Buitre que sostuviera con una de sus garras un vaso de sidra.

El primer disparo salió muy desviado. El segundo le dio de lleno en la cabeza a su exministro de Ecología. Plumas. El Zorrillo se limpió con discreción la sangre que le salpicó la cara.

–Ahora te toca a ti sostener el vaso –señaló el mandatario al Tigre, que era su secretario de Educación.

El felino, con la dentadura goteando sangre, ya que le acababa de dar una mordida a la cebra, se acercó sin dejar de mostrar su nerviosismo.

–¿No cree que debería tomar antes unas clases, Su Excelencia?

–¿Crees que no sé disparar, hijo de puta? Ponte el vaso sobre la cabeza.

Nuevamente el silencio se hizo en el amplio salón. El Grillo trató de esconderse para no ver con sus ojos la escena, acto que aprovechó el Oso Hormiguero para tragárselo sin que nadie se diera cuenta. El Ejecutivo, con la pistola en la mano, recorrió con la vista a todos sus invitados. A los que quedaban.

–¿Quiénes apuestan a que le doy al vaso?

Poco a poco todos levantaron la mano, menos su esposa.

–¿Cuánto apuestan?

–Dos mil –dijo la Lechuza.

–¿Dos mil? Con todo el dinero que te pago, ¿solo dos mil? Las apuestas son de veinte para arriba.

–Entonces veinte mil.

Los demás animales hicieron eco de la apuesta. Solo el Sapo, Líder del Sindicato de Depredadores, apostó veinticinco.

La Hiena apuntó hacia la cabeza del Tigre, le dirigió una leve sonrisa, tomó aire, cerró un ojo y le voló los sesos.

–¡Yupi! –gritó el presidente y se dirigió a su esposa–. Tú ganaste, mi amor. Denle el dinero de las apuestas.

–Yo no traje efectivo –dijo la Lechuza. Balazo. Más plumas.

–¿Alguien más que no tenga el dinero ahorita? Uno a uno pasaron con la primera dama a depositar en un cofre los billetes apostados.

–Sigamos con la fiesta. Faltan algunos regalos. Hay que abrir el que me trajo el Tigre, que en paz descanse.

El mandatario tomó el paquete y lo abrió. En su interior había una corona de oro llena de brillantes. Conmovido fue adonde estaba el cadáver del Tigre y le plantó un beso en la panza, ya que la cabeza estaba cubierta de sangre y sesos.

–Te rayaste, cabrón. Te voy a extrañar en mi gabinete –y pasó a ponerse la corona–. Me queda chica –se quejó.

Su esposa se la quitó delicadamente y se la puso sobre la caperuza roja. Acto seguido tomó la pistola que su marido había dejado junto al arbolito de los regalos.

–Feliz Navidad, mi amor –y le dio un plomazo en el centro de la frente.

–¿Qué tal? Ahora soy su nueva patrona.

Y todos pasaron a besarle la pezuña derecha, menos el Lobo, que simplemente se la comió.

Moralejas:

No acudas a cenas de Navidad con un tirano.

Lee cuentos de hadas. Y no seas animal.

LA CREACIÓN

Dios dijo, con su inigualable Voz: “Haya luz”. Pero algo salió mal en la Articulación del sustantivo y el resultado fue imprevisto: la luz eléctrica. Y con ella solamente la noche y pronto el primer apagón. La gente robó en las calles y asesinó. La gente violó hermosas muchachas, perpetró asaltos, consumó parricidios, espantó ancianas, secuestró industriales y urdió, en medio de los congestionamientos de tránsito, horrorosos planes de venganza. “La oscuridad –se dijo entonces Dios para sus Adentros– ha suscitado la maldad entre los hombres”. Había que corregir el error, grave si se considera que fue cometido por el Omnipresente. Para hacerlo, Dios apuntó primero en un papel su siguiente Deseo –oh, divina Grafía– y luego lo articuló con su mejor Pronunciación: “Hágase la bondad”. Y la bondad se hizo al instante bajo el hálito nocturno que aún envolvía al mundo. Aunque no sin cierta carencia de matices –a los que estaba poco acostumbrada la humanidad–: el altruismo. Los niños ayudaron a las ancianas a cruzar las calles, los prójimos ofrecieron a sus mujeres, los tiranos recolectaron dinero para la cruz roja, los mendigos abrieron cuentas de ahorro, el ejército se ofreció a cuidar bebés mientras los padres iban al cine, la gente empezó a darse la mano a la primera oportunidad e intercambió con sus semejantes voluminosos paquetes de regalos. En los hospitales se trasplantaron millones de ojos y riñones y se hicieron innumerables transfusiones de sangre: en la mayoría de los casos como un intercambio amistoso entre los propios donadores. El presidente de un país africano se inclinó por la democracia y el papa otorgó veintitrés dispensas.

Entonces, no contento con la supina melosidad de su última creación, más bien aburrido de ella, Dios musitó: “Quiero algo más normal…, algo así como la vida cotidiana”. El acatamiento de la orden no se hizo esperar. Con alegría todos se lanzaron a las calles, acudieron a sus trabajos, se tomaron el día libre, se embarcaron hacia otro puerto, se dejaron operar en los sanatorios, dijeron a sus hijos que no confundieran la libertad con el libertinaje, se dirigieron hacia el subterráneo, hablaron francés, hurgaron en sus narices, comieron asquerosos purés. Una deliciosa rutina lo cubría todo.

El tiempo pasó lentamente, marcado por el ruido de las fábricas de textiles y por el rechinar de los neumáticos en el pavimento. Hasta un buen día en que Dios se asomó a la Tierra: las cosas seguían igual: como si hubiera visto ya muchas veces la misma película. Era algo realmente aburrido. Un poco aturdido por el griterío en las tribunas de un estadio de futbol, ensordecido por las porras, decidió acabar de una vez por todas con la monotonía de la vida cotidiana. Se apresuró a decir: “Háganse la soledad y el silencio”.

El partido de futbol se terminó y cada uno de los exfanáticos se retiró a su casa, a una buhardilla o a un tranquilo paraje marítimo. Las familias, las órdenes religiosas, los clubes de rotarios, los burós de arquitectos, los equipos de polo, los amantes, las academias y todo tipo de sociedades se disolvieron y sus exmiembros corrieron a buscar un lugar apartado donde vivir. Los individuos reflexionaban, concebían ideas, meditaban, leían a David Hume, abrían su corazón al recuerdo, hurgaban en las profundidades de su alma, hacían yoga, se introvertían.

A Dios le conmovió tal orden y quietud. Gozaba con la soledad de sus criaturas porque de esa manera Él también tenía para Sí momentos de Apartamiento. Y porque podía distraerse si lo quería espiando lo que la gente escribía en soledad. Leyó cuanto manuscrito tuvo a su Alcance: diarios, cartas, sonetos, aforismos, libelos. Así percibió en toda su magnitud el regocijo que muchísimas personas tenían para consigo mismas. A la vez, advirtió su propio Regocijo cuando descubrió que Él también había escrito, casi sin notarlo, una Autobiografía.

Pero con el paso de los años el silencio fue hartante, depla namente aburrido. Dios necesitaba con urgencia oír algo, aunque fuera un diálogo entre sicoanalizados. Una conversación sobre la lluvia o sobre el precio del petróleo. Lo que fuera. Un programa de rock en la radio, un tip sobre un empleo, una diatriba, un secreto, una majadería. Con un recital de poesía se conformaba.

Tenía que romper de un solo tajo con su Hartazgo y su Aburrimiento, dar un Golpe duro y definitivo al ascetismo. Afinó sus Cuerdas Vocales y entonó con Voz cantarina: “Haya fiesta”. Y el relajo brotó. Los extremistas recuperaron súbitamente el rubor de sus mejillas, echaron al fuego sus diarios y memorias, y comenzaron a bailar y a cantar. En todos los rincones del mundo apareció la diversión bajo distintos rostros: la gente se desternilló de risa, ganó concursos de baile y premios en las tómbolas, gastó bromas, organizó reventones, destrozó piñatas, consumió licores, compuso canciones, tiró al blanco, comió requesón.

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