—Siempre me preocupo cuando lo bueno abunda demasiado —dijo.
Una vez conseguidos sus millones, se marchó a Londres, por la cultura, la vida nocturna y, sobre todo, porque, hasta donde él sabía, ninguno de sus parientes más cercanos vivía allí.
—Quiero a mi familia —dijo mirando hacia donde su madre se había marchado—. Pero usted ya sabe cómo es eso.
Había conocido a Richard Lewis en el Teatro Real de la Ópera, durante la representación de Un Ballo in Maschera, de Verdi. Había ido por impulso y había estado en la zona de las localidades de pie cuando un desconocido bien vestido se había vuelto hacia él y le había dicho: «Dios mío, qué representación tan terrible».
—Dijo que se le ocurrían al menos otras cinco cosas que preferiría estar haciendo —recordó Phillip—. Le pregunté qué era lo primero de la lista y me dijo: «Bueno, una bebida bien cargada sería un buen principio, ¿no te parece?». Así que nos marchamos a tomar algo y eso fue todo, un flechazo de Cupido justo entre los ojos.
Pero no había sido amor a primera vista exactamente. Phillip no se había cruzado el charco con una amplia fortuna para enamorarse de la primera proposición medio decente.
—Se lo trabajó —dijo Phillip—. Era metódico, paciente y… —Phillip apartó la vista y se quedó mirando fijamente una parte vacía de la pared durante un instante antes de respirar hondo—. Tan jodidamente divertido.
Tres meses después estaban casados, o, para ser más precisos, se habían unido civilmente, con la debida ceremonia, celebración y un acuerdo prenupcial adecuado.
—Eso fue idea de Richard —señaló Phillip.
Juzgué que esta era una oportunidad tan buena como cualquier otra para sacar a relucir el cuestionario. Lo habían redactado el doctor Walid y Nightingale para descubrir las pruebas de un uso real de la magia, a diferencia de un simple interés por lo oculto, las historias de fantasmas, las novelas de fantasía y la religión antigua. El doctor Walid había incluido algunas preguntas de estudios verificados de psicometría y sociología para que parecieran legales. Yo lo llamaba test Voigt-Kampff, aunque solo el doctor Walid había pillado el chiste…, y después de buscarlo en la Wikipedia. 2
—Es para darle contexto a estos… trágicos incidentes —dije—. Para ver qué puede hacerse en el futuro para prevenirlos.
Hasta este momento les había soltado esa charla a los posibles Pequeños Cocodrilos a los que fingía interrogar de una forma completamente aleatoria. Viendo el rostro de Phillip, decidí que tendríamos que trazar toda una nueva estrategia para tratar con los familiares de los fallecidos. Eso o que el doctor Walid viniera y aplicara él mismo sus puñeteros test.
Phillip asintió como si todo eso fuera perfectamente razonable; a lo mejor solo estaba contento de que nos interesáramos.
El test empezaba con un par de preguntas psicológicas para calentar y casi me salto la número cinco: «¿Mostraba el sujeto insatisfacción con algún aspecto de su vida?». Pero el doctor Walid había insistido en que fuera consistente al ponerlo en práctica.
—No me lo pareció —dijo Phillip—. No hasta que vi el vídeo del accidente.
—¿Le dejaron verlo? —pregunté.
—Oh, yo insistí en ello —contestó Phillip—. Pensaba que era imposible que Richard se hubiera suicidado. ¿Qué razones habría tenido? Pero es difícil discutir con el testimonio de tus ojos.
Pasé a las preguntas «espirituales», que revelaron que Richard había sido casi un anglicano de la misma forma que Phillip había sido casi un católico. Phillip me contó, orgulloso, que su madre había dejado de practicar el catolicismo al día siguiente de que él saliera del armario.
—Dice que volverá a la iglesia el día que pidan disculpas —indicó.
Lewis no había mostrado ni el más mínimo interés por lo oculto más allá de su necesidad de apreciar a Wagner o La flauta mágica , y no tenía ningún libro sobre magia; más bien, no tenía muchos libros en general.
—Donó la mayoría de sus viejos libros cuando se mudó aquí —señaló Phillip—. Y decía que su Kindle era mucho más manejable para ir a trabajar a Londres. Ahora me siento resentido por todas las horas que pasó en ese tren. Pero le encantaba vivir aquí y no iba a dejar su empleo.
Claro que Phillip no lograba entender el porqué.
—Sé que no sacaba ni la más mínima satisfacción de ese trabajo —dijo. Phillip podría haberle empleado fácilmente en su propia compañía, que lograba financiación para las nuevas empresas de tecnología punta—. Odiaba trabajar en Londres, decía que odiaba la ciudad, y yo estuve rogándole que lo dejara durante al menos cinco años, pero no lo hizo.
—¿No decía por qué? —pregunté.
—No —respondió—. Siempre cambiaba de tema.
Hasta entonces había estado haciendo garabatos, pero ahora me puse a tomar notas. Guardar un secreto levanta sospechas en la policía. Y, aunque estamos dispuestos a creer en la posibilidad de una explicación completamente inocente, nunca apostaríamos por ella.
Le pregunté si había alguna faceta del trabajo de Richard como urbanista de la que hubiera hablado más que de otras, pero Phillip no había notado nada. Y Richard tampoco se había quejado de ningún incidente por corrupción o de si fue objeto de presiones para que influyera, de alguna forma u otra, en alguna decisión de planificación.
—Y fuera lo que fuera lo que le retenía allí —dijo Phillip—, era obvio que se había cansado de ello, porque me dijo que iba a dejarlo. —Dejó de mirarme y buscó a tientas su taza de té para cubrir sus lágrimas.
La madre volvió a entrar enérgicamente, vio las lágrimas y me lanzó una mirada asesina. Avancé rápidamente por la parte final del cuestionario, ofrecí mis condolencias una vez más y me marché.
A Richard Lewis le había ocurrido algo sospechoso y posiblemente sobrenatural, pero, puesto que era evidente que no era un practicante, no conseguía pensar en cuál sería su conexión con el emocionante y mortal mundo moderno de la magia. Cuando volví a La Locura, dejé registro de ello y elaboré los dos informes requeridos. El pensamiento del policía en estas situaciones en las que faltan pistas es que o bien una línea de investigación completamente distinta resultará estar conectada a ella de una forma inesperada o nunca descubrirás qué coño estaba pasando.
Mi instinto me decía que nunca averiguaríamos por qué Richard Lewis se tiró delante de un metro…, razón de más por la que nunca deberías confiar en tu instinto.
Capítulo 4
Asuntos complicados e imprecisos
Tras los incidentes relacionados con la seguridad vial, los robos y los hurtos son los delitos más comunes que sufren los civiles (lo que la gente llama habitualmente ciudadanos ciudadanos). También son de los que más se quejan, sobre todo porque saben que el número de casos resueltos es bajo.
—No sé por qué se molestan en anotar todo eso —dicen mientras exageran el valor de sus pertenencias para el seguro—. Tampoco es que vayan a pillarlo, ¿no? —A lo que no tenemos respuesta porque tienen razón. No vamos a atraparlos por ese robo en particular, pero a menudo les cogemos después y entonces conseguimos devolverles sus cosas, esas que ya han sustituido por otras mejores gracias al seguro. La mayor parte de las pertenencias recuperadas son porquerías, pero algunas llaman la atención de la Brigada de Patrimonio Histórico, que se las lleva, las fotografía y las sube a una base de datos que se llama, gracias al infalible oído de Scotland Yard para conseguir acrónimos melodiosos, LSAD: Directorio de Arte Robado de Londres.
No dejan de decir que van a hacerla accesible al público, pero yo esperaría sentado. Un agente de policía sí que puede hacer consultas si consigue persuadir a su jefe más inmediato de que presione para que le den acceso a su Unidad de Mando Operacional a través de sus terminales. No es fácil cuando el jefe más inmediato en cuestión tiene un poco difusos los conceptos sobre bases de datos, búsquedas por Internet y, ciertamente, la mismísima noción de «jefe directo». Yo había conseguido tener acceso después de Año Nuevo, y ahora comprobar las nuevas adquisiciones se había convertido en parte de mi rutina matinal. «Cualquier cosa con tal de evitar el trabajo de verdad», era el veredicto de Lesley, y Nightingale me dirigía la misma mirada larga y de sufrimiento que me dedica cuando exploto accidentalmente los extintores, me quedo dormido mientras habla o no consigo conjugar los verbos en latín.
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