Ligia Montoya Echeverri - Cómo ser un buen médico calificador

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La sociedad necesita médicos valoradores bien formados, que sepan aplicar de forma técnica las herramientas de baremología (métodos de valoración del daño a la persona), para apoyar los procesos que tratan de lograr reparación y compensación justa de las diferentes lesiones y trastornos de las personas, con el fin de conseguir equilibrio social y sana convivencia. Debido al poco espacio que tiene dentro de los programas académicos el tema de la valoración médica del daño, la mayoría de los médicos egresados terminamos con una formación teórica y práctica muy limitada en esta materia; llegamos al ejercicio de la calificación de manera casi empírica y con frecuencia altamente condicionada por parte de los aseguradores, que buscan en todos sus órdenes «la estabilidad económica del sistema», con frecuencia a costa del acto médico. Cómo ser un buen médico calificador busca ayudar a remediar estos vacíos de formación con una guía útil para el profesional interesado en efectuar peritajes excelentes.

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Los baremos pueden ser cuantitativos o cualitativos. Los primeros expresan en porcentaje la pérdida o efecto del daño: se considera el máximo posible de capacidad del 100 %, como en las Guías AMA; en los segundos se hace una descripción de los daños de acuerdo con una metodología preestablecida, como las categorías del Código Penal colombiano (pérdida funcional parcial o total de órgano o miembro, pérdida anatómica de miembro u órgano, etc.).

Los baremos colombianos posteriores a la Ley 100 de 1993 hasta la fecha han incorporado a la valoración médica del daño las limitaciones del desempeño e interacción social del evaluado, y por lo tanto han añadido a la evaluación el estudio de condiciones psicosociales, pero sin guardar equilibrio: no han sugerido herramientas de valoración de tales aspectos, lo cual ha dejado en la observación, en la interpretación y en la llamada contratransferencia entre evaluador y paciente la asignación de porcentajes, que en muchos casos solo tienen como soporte la impresión del observador y caen dentro de la subjetividad de la interacción de pacientes y calificadores. Poca argumentación contundente se puede hacer sobre tales aspectos, y estos se convierten en el caballo de batalla de pacientes y apoderados cuando controvierten los dictámenes emitidos con dichos baremos.

4. Aspectos éticos y humanísticos de la valoración del daño a la salud

Como todo acto médico, la calificación o peritaje en el caso de un paciente requiere que se elabore de acuerdo con los dictados de la ética profesional exigible a los médicos. La ética profesional galénica procede de fuentes antiguas y su expresión más elaborada es el juramento hipocrático, atribuido al padre de la medicina, Hipócrates, quien vivió y ejerció su labor en los siglos v y iv antes de Cristo, nació en la isla de Cos y creó su escuela, llamada hipocrática. Entre las enseñanzas y principios establecidos por este pionero de la medicina para sus seguidores, estaban la presentación personal impecable, la actitud honesta, comprensiva y seria y, además, la observación y registro cuidadoso y prolijo de las condiciones del paciente atendido.

Uno de sus legados más reconocidos es el juramento hipocrático, que hace parte del Corpus hipocraticum, una serie de documentos atribuidos a este ilustre médico y sus discípulos. Contiene pautas de conducta del médico con respecto a sus pacientes, a sus colegas y a la sociedad en general; se entiende como la concreción de un acuerdo social entre la comunidad y los profesionales médicos, a quienes se les otorgan un estatus y remuneración altos, pero en contraprestación se les exige un comportamiento intachable para garantizar el bienestar individual de los enfermos y el beneficio social máximo.

A partir de los principios hipocráticos se elaboró el juramento del médico, contenido en la Ley 23 de 1981 o Código de Ética Médica, que dice textualmente:

Prometo solemnemente:

Consagrar mi vida al servicio de la humanidad; otorgar a mis maestros el respeto, gratitud y consideración que merecen; enseñar mis conocimientos médicos con estricta sujeción a la verdad científica y a los más puros dictados de la ética; ejercer mi profesión dignamente y a conciencia; velar solícitamente y ante todo por la salud de mi paciente; guardar y respetar los secretos a mí confiados; mantener incólumes, por todos los medios a mi alcance, el honor y las nobles tradiciones de la profesión médica; considerar como hermanos a mis colegas; hacer caso omiso de las diferencias de credos políticos y religiosos, de nacionalidad, raza, rangos sociales, evitando que estos se interpongan entre mis servicios profesionales y mi paciente; velar con sumo interés y respeto por la vida humana desde el momento de la concepción y, aun bajo amenaza, no emplear mis conocimientos médicos para contravenir las leyes humanas. Solemne y espontáneamente, bajo mi palabra de honor, prometo cumplir lo antes dicho.

La calificación o evaluación para la experticia tiene un componente ético fuerte, pues involucra los conceptos de justicia, dignidad y reconocimiento de la diversidad humana. En el ejercicio profesional del perito médico se aplican, al igual que en las demás actuaciones de la profesión, los principios hipocráticos, pero son especialmente relevantes para esta especialidad los de la lealtad, o sea, velar por el bienestar del paciente al evitar que toda consideración ideológica, cultural o económica impida la mejor atención y calificación del enfermo o paciente; la confidencialidad, o sea, la reserva de la información, conocida como secreto profesional, que en el caso del peritaje debe entenderse como la protección de la información no concerniente a la experticia solicitada; la objetividad e imparcialidad de los informes, lo que implica no contravenir las leyes y los principios de justicia y respeto por la verdad y ser neutral y objetivo en lo posible en su papel de médico calificador.

Además, el perito debe ser cuidadoso con el principio básico del quehacer médico, que es el primun non nocere, es decir, ser cauteloso para no ocasionar daño alguno al paciente, pues el objeto del saber y del ejercicio médico es el bienestar y en lo posible la felicidad de los que requieren sus servicios, pero esto jamás debe confundirse con el complacer al paciente, lo cual violaría la imparcialidad del perito. Se menciona en los textos que Franz Kafka, el famoso escritor checo, sentenció: “Recetar es fácil, lo difícil es entenderse con las personas”. Esta frase significa que la relación médico-paciente transita por el terreno complejo de la comunicación humana, en la que el lenguaje empoderado pero no arrogante del profesional puede calmar la ansiedad del paciente, le permite entender su condición de salud y ayuda a un equilibrio favorable para el bienestar del enfermo. La comunicación del médico, incluida la del que actúa como perito, no debe ser distante, grosera, o llevar mensajes deshumanizados al evaluado. Si bien la relación médico-paciente establecida durante el peritaje es sui generis, puesto que se trata de un breve acompañamiento, no involucra acciones terapéuticas específicas y está marcada por los intereses de terceros que gravitan sobre toda la actuación; se trata de todos modos de un contacto humano que puede favorecer sentimientos de respeto, confianza y consuelo en la persona que se encuentra afectada por las secuelas de un estado patológico o traumático dado. Además, el acto de valorar y calificar a un paciente tiene que ser humano o humanizado, en el sentido de considerar la individualidad y el valor del otro como ser digno de respeto, consideración y compasión.

La valoración y el experticio mismo deben ser procesos humanizados, es decir, debe haber reconocimiento de la persona del otro, con sus puntos de vista, su concepción del mundo, sus valores, sus principios, sus intereses y sus intenciones, independiente de la opinión del médico perito. Se deben considerar los derechos y la ciudadanía del paciente, algo diferente de tomarlo como persona mendicante y sin opción de interactuar en igualdad con el profesional médico. En otras palabras, se debe reconocer la personalidad del paciente y no cosificarlo como un ser limitado y dependiente. Ejercer la profesión de forma humanizada implica tener capacidades para ablandarse, desenojarse y volverse benigno, comprensivo y compasivo con el infortunio del enfermo o persona en situación de discapacidad. Desconocer el estado de sumisión y angustia que presentan la mayoría de los pacientes por calificar lleva a tener actitudes distantes, agresivas, evasivas e indiferentes con respecto al sufrimiento que conlleva la situación de discapacidad. Luis María Murillo (2009) expresa con mucha claridad el concepto de servicio médico humanizado:

El arte de curar demanda virtudes que sobrepasan en número y magnitud a la mayoría de los oficios. Quien atiende a un enfermo no puede ser un desalmado. Debe ser sin excepción benévolo. Las cualidades que reclama el paciente son a la vez las que se esperan de la medicina: compasión, caridad, generosidad, bondad, amabilidad, consideración, afecto, diligencia, que no son otra cosa que la expresión de la humanidad en alto grado. Luego la medicina y todas sus afines deben ser la materialización del concepto de humanidad.

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