1 ...6 7 8 10 11 12 ...17 A causa de la mente obsesiva vivimos entre la ficticia sombra y la luz, entre el supuesto temor y la Paz, entre la aparente amenaza y la seguridad. La necesidad principal, la primera, la anterior a todo, la fundamental de cada uno de nosotros es salir de la ilusión que construye lo primero y oculta lo segundo para así retornar a nuestro radiante hogar, un hogar aparentemente oculto, aunque en realidad se halla en primer término, obvio y patente.
La única manera de recuperar la enorme riqueza subyacente en todos nosotros es acallar el fragor mental, soplar sobre esa cortina de humo. Así, el tesoro que hay detrás reaparece de manera natural porque nunca ha dejado de estar aquí.
Ya me estaban acorralando otra vez. Apresurándome, entré en un callejón abierto a mi izquierda. Un muro cubierto por enormes pintadas cegaba el paso. Me di la vuelta mientras notaba mi respiración agitarse al ritmo enloquecido del corazón.
Los oí acercarse tras el recodo. Debían ser al menos cinco. Vi unos cuantos contenedores de basura renegridos, con las tapas abiertas, e instintivamente me oculté tras ellos quedando paralizado como una liebre deslumbrada por los faros de un coche. Una vez allí alcancé a pensar que era un escondite demasiado obvio. Un poco más lejos, en una esquina, vi la trampilla de una carbonera. Salté dentro y cerré la tapa. Durante un instante inverosímilmente largo mi respiración se suspendió. Pude escuchar las voces hoscas, las maldiciones, los insultos y las promesas vengativas mientras me buscaban bajo los coches aparcados, en los vanos de entrada a los almacenes, entre los cubos. Finalmente, oí el chasqueo de un escupitajo lanzado con rabia al suelo mientras se alejaban.
Recuperé el aliento poco a poco. Dejé pasar mucho tiempo. Salí con prudencia colocando un brazo en alto para protegerme la frente y los ojos como si algo fuera a caerme encima. El cielo ya clareaba en el rectángulo formado por las cimas de los rascacielos. Fui recorriendo los cuarenta metros de la callejuela, al principio lentamente, después a paso casi normal.
No había nadie en la avenida central como cualquier domingo a esas horas. Avancé sintiendo el cuerpo más ligero, con la sensación de haber hecho un gran esfuerzo. Cuando ya tomaba una respiración profunda de alivio noté un dolor punzante en el cuello. Me arrebataron un brazo y me lo doblaron sobre la espalda. Me llegó un aliento a tabaco y cerveza.
Pude elaborar una disculpa. Quise justificarme, pedir una tregua, proponer algo de tiempo. Un tirón más fuerte intensificó el dolor. De mi garganta salió un rezongo seco, el salvaje latido del corazón se detuvo bruscamente y un sudor frío me recorrió todo el cuerpo.
—Esta vez no te escapas. Estás perdido, no puedes hacer nada —oí.
Casi pude ver mi propio rostro paralizado en un gesto de pánico. Quedé suspendido ante la indudable perspectiva del final. Entonces, súbitamente, respiré tranquilo. Sonreí. La insoportable tensión en la espalda y la mandíbula se aflojaron al instante.
—Sí, puedo despertar —contesté, tras una pausa aliviada.
Entonces desperté.
Cuando alguien se mueve de A a B, solo puede hacerlo por tres motivos: porque quiera alejarse de A, porque quiera acercarse a B, o por una combinación de ambos. En los tres casos el desplazamiento visto desde fuera es el mismo, pero desde dentro se vive de manera totalmente diferente. El movimiento de huida es arduo, improductivo y fatigoso, mientras que el de acercamiento es fácil, fructífero y placentero.
La gestión correcta del pensamiento se basa en esta segunda fuerza. Acallar el pensamiento incesante no significa huir, ni dejar de pensar para evitar responsabilidades, ni vendarse los ojos para no ver. Muy al contrario, consiste en retomar las riendas de uno mismo, acercarse a su substancia real, recuperar la Paz. Esa es tu principal responsabilidad. También es tu fundamental deseo, aunque quizá lo hayas relegado tanto que ya no lo sientas. Una vez el objetivo de volver a lo esencial es sólidamente establecido, el acercamiento se produce por sí solo, sin esfuerzo. B empieza a experimentarse y asoman sus efectos.
Tal vez recuerdes haber tenido alguna vez un sueño lúcido. La diferencia entre un sueño convencional y uno lúcido consiste en que en el primer caso quien sueña desconoce estar soñando, mientras que en el segundo es plenamente consciente de ello.
Durante un sueño convencional no se tiene duda sobre la realidad de las situaciones, los lugares ni los personajes que aparecen en él. Por el contrario, el soñador lúcido no da credibilidad a nada surgido en el sueño. Esto hace que la vivencia en ambos casos sea radicalmente distinta. El sueño convencional tiene total poder sobre quien sueña: lo envuelve, lo engulle y lo transporta. El soñador cree ser parte del sueño, no duda estar afectado por él, e ignora ser su artífice. Opuestamente, el sueño lúcido no domina a quien lo produce. Cuando surge un peligro, el durmiente permanece seguro; cuando se cierne una amenaza, se mantiene tranquilo; cuando aparece un monstruo, no se atemoriza. Es más, el soñador consciente puede transformar cualquier elemento onírico, hacerlo desvanecer o permitir que siga apareciendo. El hecho de que se reconozca como el artífice de su propio sueño hace que pueda transformarlo a voluntad.
El proceso del despertar atiende a dos fases. La primera es progresiva y oscilante y pasa por estadios particulares en el camino de cada soñador. La segunda es definitiva e irreversible. Llegar a ella excede el propósito de este libro cuya humilde intención es sugerir un camino hacia el primer despertar, abrir un pasadizo de entrada al venturoso sueño consciente.
La primera fase del despertar es estrictamente análoga a la transición entre ambos tipos de sueño —el convencional y el consciente— y se produce con el final de la identificación con el pensamiento compulsivo que produce el trance en vigilia. En ella se opera un enorme cambio, porque el torrente de ideas deja de tener poder sobre quien las alumbra. Es el preámbulo al despertar definitivo. En la clarividencia del primer despertar, lo acontecido en la vida cotidiana, en la familia, en el trabajo, en las relaciones, cobra un sentido completamente diferente. El cavilar sin fin sigue produciendo artificios, las ideas circulares siguen urdiendo enredos, ofensas, dificultades, tramas, inventando héroes y villanos, pero ahora quien divaga es capaz de disociarse de todo ello otorgándole el mismo crédito que a un sueño.
En el sueño consciente se produce un alejamiento del mundo —el conjunto de errores perceptivos producidos por la oclusión mental— mientras se sigue viviendo en él. Paradójicamente, esa distancia permite ser mucho más efectivo sobre el sueño, porque desde la perspectiva del sueño consciente es posible cambiar su curso, facilitar que figuras y personajes adquieran lucidez, varíen su intención, su rol o incluso su forma. A esta capacidad se la ha denominado milagro 7.
Recuerda un sueño consciente. Vuelve al estado disociado en que se produjo, es decir, a observar y escuchar la trama aparentemente verosímil de ese sueño mientras sabes que es una figuración, como quien ve una película en una pantalla.
Recuerda cómo era saber que lo sucedido en ese artificio era producido por ti. Recuerda cómo, por tanto, no te afectaba. Quizás era un miedo escenificado, la representación onírica de un deseo, un divertimento interesante o una trama sin sentido. Advierte cómo podías dirigir desde fuera lo que pasaba dentro sin verte afectado por ello y cómo podías amoldarlo a tu voluntad.
Читать дальше