Mientras tanto, la corriente impalpable seguía presente generando vida, manifestándose y ocultándose como un río paralelo al canto selvático. Pero Agu no lo veía más. Lanzó un gemido doloroso seguido inmediatamente de uno placentero; luego uno perplejo a medio camino entre ambos. Miró sus dos manos: una seguía siendo parte de todo, la otra se había convertido en una pieza desgajada. Sin querer, las fue separando hasta no poder enfocarlas simultáneamente. De forma involuntaria fue orientando primero los ojos y después todo el torso hacia la mano desligada mientras olvidaba la otra. El sueño se hizo aún más denso. Elevó los ojos duros como dos obsidianas hacia el cielo en una mezcla de felicidad y zozobra. Llevó ese puño al pecho, lo golpeó rotundamente sin poder parar mientras seguía alborozándose y gimiendo.
Cuando miró a su alrededor se sintió solo por vez primera. Todo había cambiado. La selva ya no era una. Estaba formada por elementos desengranados. Los árboles habían dejado de formar un tejido. Los sonidos vibraban por separado en frecuencias distintas. El cauce callado desde el cual todo surgía había quedado oculto. La gran respiración había cesado. Las ramas a su alcance flotaban apáticas en un aire turbio. También su cuerpo se había convertido en un objeto carente de sentido. Al notarlo, su atención se siguió entreteniendo más en los límites que en el interior. No recordó cuando, tumbado, percibía el sutil germen de vida que era el origen del flujo sanguíneo y de la rotundidad ósea, de los músculos laxos y turgentes.
Quiso demostrar lo acertado de esa nueva sensación buscando alguna evidencia. La encontró en su propia piel. Acercó los dedos a la cara notando el roce en las yemas. Los alejó fijándose en el espacio entre el vello y la mano. La colocó frente a sí, enfocando las duras huellas, y confirmó estar presenciando un objeto desmarcado. Entonces se persuadió de ser solo un cuerpo, una forma concreta animada por una vida privada, desvinculada de cualquier origen, un fragmento encaminado al deterioro, sujeto a un principio y a un fin tajantes.
En el interior de ese sueño reconoció al resto de la manada. Llevaba dormida mucho tiempo, y su olvido era más profundo. En Agu aún quedaba una muy débil noción de sí mismo, pero los demás habían caído en un hondo desmayo donde el conocimiento había desaparecido totalmente, haciéndoles soñar ser ralladuras desprendidas.
Él fue avanzando hacia la misma oscuridad casi sin darse cuenta, y al hacerlo fue nutriendo el temor colectivo con el suyo propio. Comenzó a preocuparse por su propia existencia, a necesitar hacer cosas por sí mismo para asegurarla. Entonces algo acabó de dar absoluta verosimilitud al sueño: ideó que en algún momento, él volvería a ser completo. Al olvidar que ya lo era, imaginó un momento en el futuro en el cual llegaría a serlo. Para él, tal momento debía encontrarse más adelante, puesto que le era obvia su inexistencia en el preciso segundo en el cual se hallaba. Eso le llevó a mirar hacia un lugar invisible en el futuro. Así, el error se perpetuó en la temerosa esperanza de acabar algún día.
Mas el sueño de Agu solo duró un instante. Fue una cabezada que pareció extenderse ilimitadamente, como cuando un relámpago cruje sobrecogiendo el ánimo durante un largo segundo. Durante ese ápice el resplandor parece no acabar, pero inmediatamente todo vuelve a quedar como antes. Tal fue la duración del sueño, aunque nadie lo habría creído durante su transcurso. Nada podría haberle convencido de que, durante una ilusión tan contundente, seguía acostado en la pura seguridad de un abrazo en el cual se contenía todo.
Porque, a pesar de creerlo, Agu no había abandonado la selva. Continuaba irremisiblemente inmerso en el cálido lazo de la única realidad donde nada cesa jamás de existir.
El cristal resquebrajado de la percepción nos lleva a confirmar ilusoria e inconscientemente la idea de ser entidades seccionadas de sí mismas y de todo lo demás. La ilusión de separación no está producida originalmente por los sentidos ni por el pensar enredado, sino por una concepción previa a la cual ambos sirven: el convencimiento de que somos seres aislados, desvinculados de todo lo demás, consecuentemente limitados y dependientes solo de nuestros propios y escasos recursos. Este es el origen de todo miedo, porque la separación genera desamparo, desprotección, amenaza y alienta la tesis de la muerte. También es la raíz de toda culpa, porque pensamos veladamente que al habernos separado de nuestro origen hemos cometido un acto terrible, y por tanto en algún momento seremos castigados.
Tal ilusión se hace patente mediante la acción de ambos filtros. Su efecto combinado arroja ante nosotros pruebas de la veracidad de la separación. A través de ellos damos crédito a lo elaborado en nuestro imaginario, puesto que tal convencimiento es refrendado tanto por sus emisarios, los sentidos, como por el pensamiento desintegrador. Ambos solo ven parcialmente. Utilizándolos anteponemos nuestras ideas al Mundo, reemplazamos la inmensidad por conceptos, vemos las fabricaciones del divagar aprisionado y fraguamos un sólido espejismo de aislamiento.
La separación es una idea errónea que provoca el hábito inconsciente de transformar y reducir la realidad, lo cual nos desconecta de ella.
¿Estamos entonces irremediablemente condenados a vivir en un sueño empobrecido, mutilado, esquemático, tomado por normal a base de pura costumbre? Muy al contrario, el acceso y la experiencia de Ser constituye nuestra manera natural de existir, una manera radicalmente distinta a la aparente; una manera plena, ilimitada, segura y dichosa, aunque olvidada.
Ahora vamos a regresar a ella.
Antes de seguir leyendo cierra los ojos. Permanece así al menos dos minutos.
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[ En la versión impresa, aquí hay páginas en blanco. Se recomienda tener algunas hojas para realizar los ejercicios. ]
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En las páginas en blanco anteriores haz un inventario de lo que has pensado durante este tiempo. Anota las ideas, las imágenes, los recuerdos o los pronósticos que han pasado por tu pensamiento.
Si no tienes a mano nada con qué escribir, hazlo mentalmente.
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Ahora repasa la lista.
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Tal vez al revisarla hayan surgido otras ideas derivadas de las anteriores. Añádelas a continuación.
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Si apuntaras todo lo que pasa por tu mente, no acabarías nunca. Surgirían cosas como obligaciones por cumplir; lo que has olvidado hacer y sus consecuencias; cuándo vas a llevarlo a cabo, su nivel de urgencia; qué harás cuando algo vuelva a pasar para evitarlo o aprovecharlo; lo que te ha dicho alguien justa o injustamente; el origen de una sensación física; un problema surgido hace tiempo cuya solución no encuentras y cuál podría ser su impacto en el porvenir; un inconveniente ya superado que ha resurgido sin saber cómo; lo fastidioso de algo venidero; cómo debería haberse comportado alguien; de qué careces y cómo conseguirlo; el último placer vivido o uno por llegar; lo inevitable de un acontecimiento futuro; lo virtuoso o lo defectuoso en ti o en otros…
Pensar es algo que hacemos interminablemente. Para advertirlo, tan solo vuelve a cerrar los ojos y permanece así un minuto más.
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Habrás notado que gran parte de los pensamientos surgen sin saber de dónde, sin mediación de la voluntad, sin que parezca posible pararlos y sin que, en muchas más ocasiones de las que quizá creas, los elijas. Simplemente aparecen al cerrar los ojos.
Sucede lo mismo con los ojos abiertos, haz la prueba.
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Un buen sirviente y un mal amo
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