La próxima vez que te halles con un desconocido no le mires a él, sino a ti. Adéntrate en las imágenes surgidas en tu pantalla interior, escucha tu diálogo interno, traza el camino entre todo ello y las emociones subsecuentes. Toma consciencia del pesado tamiz.
Investiga qué parte de lo que ves son tus prejuicios, tus miedos, tus deseos y tus ilusiones.
Si no te gusta lo que tienes delante, no intentes cambiarlo. Dirígete a lo que surge en tu mente y obsérvalo. Cuestiona qué parte de esa experiencia está constituida por tu interpretación de ella. Sigue observando tu pensar. Advierte si se aligera el mosaico tendido en tu entendimiento. No hace falta nada más. Es posible que durante ese tiempo tus emociones se transformen. En ese caso, haz lo mismo, obsérvalas.
Luego vuelve a mirar frente a ti y atisba qué cambia.
¿Por qué crees todo lo que ves? Porque crees todo lo que piensas.
Este es el punto clave: obsérvate y deja lo artificial desgajarse como el hueso se separa del fruto. Mientras mantengas la atención sobre tu filtro podrás ver a través de él, tal es el poder de la luz de la consciencia. Esto sucederá por sí solo si tú lo permites. Deja clarear tu ojo interior. Valora si así se ha descorrido algo cada velo.
…
Indaga en si sucede lo mismo cuando te relacionas con cualquier conocido, un amigo, un colega del trabajo o un familiar. Deja que, contemplándolo, lo perteneciente a tus ideas, tus prejuicios, tus deseos y tus miedos se disuelva.
Haz lo mismo al tropezarte con un suceso en la calle, en la familia, en la sociedad o cuando estés a solas.
Sobre todo, vigila tu pensamiento cuanto te enfrentes a un obstáculo: un difícil convivir, una dificultad económica, mala salud, una sombra en el ánimo o cualquier otro.
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El juicio humano mora en la superficie cambiante, en el ámbito de los efectos. El Ser, aquello que Es y que Somos, habita en la permanente profundidad; mas existe primariamente en la hondura de nosotros mismos. Perder ese contacto es extraviar el sentido propio y por tanto de lo circundante, caer en la apariencia. En la superficie —en las olas, en el cuerpo, en las ideas, en el llamado mundo— habita el aparente cambio; en el fondo mora lo permanente, lo inmutable e infinitamente generador capaz de devolver sentido a todo.
2
«Es siempre lo falso lo que te hace sufrir, los falsos deseos y miedos, los falsos valores e ideas, las falsas relaciones entre la gente.
Abandona lo falso y te liberarás del dolor; la verdad hace feliz, la verdad libera».
Nisargadatta Maharaj
¿Estás triste, preocupado, irascible, te sientes perdida, deprimido?, ¿te abruman los problemas, te pesa el pasado, temes el futuro?, ¿sufres malestar, vives alterado o apesadumbrada?, ¿no encuentras alicientes?, ¿tu existencia es gris, monótona?, ¿sientes ira, odio o rencor?, ¿no disfrutas de la vida?
Si te sucede algo de esto, sin duda estás dormido 3. Permíteme decirte con todo respeto y gran afecto que no te estás enterando de nada. Vives en un sueño y debes despertar cuanto antes. Esa es tu primera y única necesidad. Lo que realmente necesitas no es encontrar trabajo, ni hallar a la persona ideal, ni eliminar tu ansiedad, ni mejorar tu situación económica, ni recuperar la salud, ni romper la soledad, ni volver a hablar con tu hijo, ni olvidar el pasado, ni liberarte de la culpa, ni siquiera ayudar a los demás. Todo eso vendrá después y sucederá naturalmente. Lo principal es despertar, volver a ver.
¿Cómo hacerlo? Solo hay una manera: librándote de las ideas que están provocando tu desasosiego, porque lo único que puede hacerte daño es tu propio pensamiento 4.
Quizás hayas notado que gran parte de las ideas desatendidas que corretean por la cabeza son aciagas. Por lo general un buen número de ellas gira alrededor de cosas como qué habría sido mejor que sucediera en lugar de lo que ha pasado, por qué pasó, cuáles podrían ser sus consecuencias, qué podría ir mal, qué es necesario hacer para evitarlo, cómo ponerlo en práctica, los pros y los contras de ello, lo que alguien me ha hecho, la maldad o la estupidez de otros, cómo me afecta, el modo de sortearla, de lo que carezco, aquello que nunca tendré, lo defectuoso en mí o en los demás, los motivos de mi desdicha... y muchas otras cuestiones sombrías.
Este rodar continuo puede parecer necesario para sobrevivir, progresar o solucionar problemas, y a menudo esa es su intención, pero cuando se desborda se convierte en algo francamente contraproducente. Tal desbordamiento es muy habitual, porque ese tipo de diálogo interno tiene un gran poder magnético. De hecho, en el caso de muchas personas se convierte en un hábito continuo y por lo tanto en una manera de sentir y vivir. Porque una vez comienza, resulta difícil detenerlo; e incluso al querer hacerlo —si uno es consciente de ello, ya que a menudo transcurre sin que nos demos cuenta—, más que cesar se desborda hasta volverse casi incontrolable.
De esta manera de pensar muy a menudo brota la concepción de un mundo oscuro, en el que vivir es complicado, en el que la adversidad es inevitable y vida dolorosa o, al menos, incómoda. Cuando tal concepción es proyectada hacia el aparente exterior es percibida como cierta y acaba convirtiéndose en el entorno en el que creemos vivir. Se trata de una ilusión profundamente desasosegante porque nos separa de nuestra realidad y, cuando nos alejamos de lo que somos, sufrimos. La génesis de semejante concepción 5se encuentra en la ilusión de separación que describimos en el capítulo anterior, de la que deriva el convencimiento de que somos seres impotentes, frágiles, perecederos, desamparados, perdidos, sujetos a la merced de fuerzas externas, constreñidos por estrechos límites, abandonados a nuestros escasos recursos de los cuales dependemos.
Puede parecer así, pero nunca ha habido tesis más infundada. Aunque te pueda resultar inadmisible, muy al contrario, en nuestra esencia, somos seres plenos ajenos al dolor. Por ese mismo motivo estamos dotados de una cantidad ilimitada de recursos para disolver el delirio cuando aparece. Además, esos recursos están disponibles mucho más cerca de lo que piensas.
¿Dónde se encuentran? Existe algo primario, principal, algo por encima de todo en orden de importancia, del patrimonio, del mañana, de los deseos, de la personalidad, de las opiniones, los amigos, la familia, el poder y los valores: la Paz interior. ¿Por qué? Porque sin ella no te será posible llegar a la familia ni tendrá valor el patrimonio; el mañana será oscuro; cualquier inconveniente, un enorme problema; la personalidad, una prisión; las opiniones, un freno; los valores, un autoengaño; el entorno, un vórtice. Todas esas cosas son secundariamente importantes frente a la inmensa importancia de la Paz. En ella se encuentra cualquier recurso que puedas necesitar.
En nuestro interior existe un gran remanso de seguridad, dicha, Unión, Amor, belleza, sabiduría. Despertar consiste en llegar a él. Ese espacio es el nido de todo pensamiento luminoso, fecundo, cuerdo, sanador, productivo, reparador. Estos son los únicos pensamientos acertados porque solo a través de ellos es posible acceder al mundo que queremos y que nos pertenece por derecho propio; un mundo inconmoviblemente amplio, resplandeciente, dichoso, ilimitado, en el cual no existe lugar para el temor ni la sombra. Tal mundo está en nosotros y es nosotros: es nuestro estado original por más que permanezca momentáneamente olvidado. Su apertura se produce con la vuelta al conocimiento primordial de lo que somos. Por eso es vital despertar, recuperar la visión, recordar.
Aunque ocasionalmente accedemos a ese conocimiento, suele ser de manera efímera porque acostumbramos a recurrir a él únicamente para huir de la sombra fabricada. Cuando lo recuperamos, no le damos crédito y obviamos su inmensa importancia considerándolo irreal, secundario o fatuo. De hecho, es muy posible que lo anterior te haya parecido utópico, ingenuo, frívolo o irresponsable. Si es así, te invito a que lleves a la práctica los ejercicios que encontrarás más adelante, o que al seguir leyendo estas palabras pongas en marcha tu caja de resonancia, y que luego juzgues por ti mismo.
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