Raúl Vélez González - Memorias de viaje (1929)

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Memorias de viaje (1929): краткое содержание, описание и аннотация

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Con una escritura agradable y humorística, sin ser avaro ni recargado con las descripciones, considero que mi abuelo en cierta forma, con este estilo, pudo haber sido sin saberlo el autor del primer blog de viajes en Colombia conocido. Con su pequeño cuaderno de profesor, convertido en diario de a bordo, para su mamá y el recuerdo personal, sin duda marcó un ritmo dialéctico bien parecido al de los actuales blogeros de viajes que inundan internet con sus relatos, pero más fino en el estilo, por supuesto.
Debo aclarar que la decisión de publicar íntegro este diario de viajes, que inicialmente el mismo autor no lo vio como un texto para enviar a una editorial ni lo escribió para eso, se debe a que tenemos conocimiento en la familia de que en algún momento mi abuelo sí manifestó que quería publicarlo. Lo cierto es que lo fue posponiendo, como nos suele pasar a todos los viajeros empedernidos con nuestros propios escritos sobre esos temas, y es un honor para nosotros poder cumplir ese deseo como un homenaje a su memoria.
David Roll Vélez

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En estas memorias se cuenta cómo mi abuelo fue a dicho pueblo, entrevistó al párroco y trató de desentrañar algo sobre el viaje de ese primer familiar, y hasta intentó buscar los archivos de la fe de bautismo de nuestro ancestro, sin lograrlo. Años después de la publicación resumida de las memorias de ese viaje que se hizo en Cartagena, viajé a este pueblo, situado entre Oviedo y Santander, busqué a los Vélez que aún hay y me entrevisté con algunos, recopilé historias, e intenté terminar esa tarea de búsqueda del primer viajero de la familia, ochenta años después del intento del abuelo. Y en efecto, incluso ya sé dónde está oficialmente esa fe de bautismo del indiano Vélez, nuestro ancestro, aunque será labor de mi hija ir a tomarle la foto al viejo documento, ya para una próxima publicación, o de su hermano menor, mi hijo André.

Para más coincidencias, hablé con el párroco del pueblo, muy anciano y ya jubilado, quien recordaba al viejo sacerdote con el que se entrevistó mi abuelo, porque dijo haberle recibido la parroquia a él, siendo la diferencia de edad de los dos muy grande. Y quiso la casualidad también que este sacerdote hubiera dedicado su vida a estudiar la historia de su pueblo, y hasta había publicado de su propio bolsillo varios libros sobre ello, lo que resultó fascinante en mi búsqueda de información sobre los ancestros.

Él afirmaba que los Vélez éramos descendientes de los cantabros prehistóricos y de poblaciones que nunca terminaron de asentarse definitivamente en ningún lugar por diversos motivos. Me dijo que cuando por fin tenían cierta estabilidad en una zona esas familias de todos modos emigraban al poco tiempo hacia diferentes partes del mundo, como hizo el capitán Juan Vélez de Ribero, primero a Sevilla y luego a lo que es hoy Antioquia. Si bien esto parece explicar esta pulsión familiar del movimiento geográfico de don Juan Vélez, y de sus descendientes seguramente arrieros hasta mi propio bisabuelo, así como de los que de ahí en adelante en la familia nos obsesionamos con los viajes, puede haber otra razón que le dé cuerpo a la cuestión.

Como explica Enrique Serrano en su reciente libro, Colombia: historia de un olvido , muchos españoles vinieron a América y especialmente a lo que hoy es Colombia y, sobre todo, Antioquia, a buscar oportunidades que como descendientes de judíos no podían tener por no ser cristianos viejos, y construyeron con la arriería un mundo nuevo, pacífico, semisecreto y al mismo tiempo interconectado. Yo me identifico con esta teoría y veo en mi abuelo hipercatólico la huella de esa sangre semítica que llevó al pueblo judío a recorrer el mundo a fuer de exilios y empresas fundacionales, toda vez que Vélez es un apellido para algunos claramente Sefarad , o sea, perteneciente a los judíos que huyeron hacía España en el siglo I, tras la destrucción de su templo en Jerusalén por parte de los romanos.

Cualquiera que pueda ser la verdad de por qué mi abuelo le dio tanta importancia a un sencillo viaje de ocho meses por el Viejo Continente, o de por qué sus ancestros y descendientes valoraban y valoramos los viajes de un modo en exceso superlativo, lo cierto es que este texto personal se libró del olvido y es un nuevo libro de la colección justamente llamada Rescates, para el deleite del lector antioqueño y colombiano.

Disfrute el lector de este doble viaje, geográfico y en el tiempo, que nos habla del Viejo Mundo, pero también de quienes en el fondo somos y seguiremos siendo los antioqueños, a través del sencillo diario de anotaciones de mi abuelo, el profesor Raúl, hecho durante su recorrido por Europa y Medio Oriente, en 1929.

MEMORIAS DE VIAJE

(1929)

PRIMER CUADERNO CONTIENE EL VIAJE HASTA EUROPA HAMBURGO BERLÍN POTSDAM - фото 2

PRIMER CUADERNO

CONTIENE EL VIAJE HASTA EUROPA, HAMBURGO, BERLÍN, POTSDAM, COLONIA, BRUSELAS, WATERLOO, EL FRENTE DE BÉLGICA EN LA GRAN GUERRA, PARÍS

[1929 – Impresiones de un viaje]

Estas noticias están destinadas a mi mamacita y a una que otra persona interesada por mi suerte, y por, desde luego, íntimas y desnudas de toda pompa retórica. En ellas se leerán casi solamente fechas, nombres, algo de estadística y cosas prosaicas como precios de la fonda y del automóvil. Quiero, al escribirlas, dejar datos que indiquen algo a quien las lea y que me sirvan a mí para recordar.

[4 de marzo]

Salgo de Bolívar a las 5 de la mañana. Quisiera no recordarlo, el dolor de mi mamacita en los últimos momentos me hace desear no emprender ningún viaje. Me arranco por la fuerza y salgo en compañía de mi hermano que me llevará hasta Cauca y de O. Manuel Uribe, compañero que será en todo el viaje. A las 12 me separo de mi hermano y me parece que voy dejando la vida por momentos. El tren me conduce a Medellín.

[12 de marzo]

Por fin he salido de Medellín. ¡Qué afanes! El pasaporte, los consulados, las cartas de recomendación, las ropas de viaje, el banco, los amigos, la novia. Si no he perdido la cabeza, ya no la pierdo. Pero ya voy tren abajo. Tres fieles amigos me acompañan hasta las estaciones próximas. Samuel Vieira y Antonio Sierra, hasta Copacabana, Rodolfo Mejía, hasta Girardota. Cada amigo que me deja va arrancándome algo de mi ser. Quisiera no haber sido nunca ni hijo, ni hermano, ni novio, ni amigo.

Era tarde en Puerto Berrío. Al día siguiente, a las 3 p. m. tomé el vapor Atlántico y todavía allí tengo el dolor de despedirme de los queridísimos parientes que viven en ese puerto. Ya dejé a Antioquia, ya no veré caras conocidas. Mejor. Así ya no tendré más pesares de despedida.

De Barranca para abajo no conozco nada, pero allí todavía me atormenta el recuerdo de un paseo feliz que hice a ese puerto con mi incomparable primita […]. ¿No se acabará este vía crucis?

[16 de marzo]

Hemos llegado a Barranquilla. Estamos instalados en un hotel muy confortable, el Atlántico. Desde que arrimó el barco, fue invadido por una legión de agentes de hoteles, emboladores, vendedores de periódicos y de Chucherías, de choferes que ofrecen su carro a $3 diarios, un hotel, por el que nos pidieron $6, y más tarde, al dejar el hotel para irnos a Puerto Colombia, nos cobraron a $2. Vemos pues que hay necesidad de recatearlo todo.

El auto que nos conduce cobra $0.50 por persona: caro también, pero nosotros estamos acostumbrados a darles la bolsa y la vida a los choferes de Medellín por dos cuadras de recorrido y a quedarles debiendo el favor.

La ciudad es hermosa y muy comercial. Nunca me la figuré así. El barrio nuevo de El Prado, hacía honor a cualquier ciudad europea.

A los tres días, hechas todas nuestras diligencias y hartos de tanto calor y tanta bulla, nos vamos a Puerto Colombia a esperar una semana la llegada del Magdalena , el barco que nos ha de conducir a Europa. Todavía allí me despido de amigos que me han salido al encuentro y que me dan un placer y que dejo con pena: Arturo Arcila, Dr. Rivera Tamayo, Eduardo Arbeláez. Y ya no más conocidos. (El tren vale $0.80).

[19 de marzo]

Acabamos de llegar a Puerto Colombia. Desde el tren he visto el mar. Por la primera vez de mi vida contemplo tan magnífico espectáculo. Aunque el cine y las ilustraciones nos han mostrado muchas veces y muy claramente el mar, no dejo de encontrarlo mucho más hermoso. El puerto está en una pequeña y linda bahía donde el mar, como en un remanso, apenas lame la orilla; solamente la brisa de la tarde hace que las olas crezcan un poco. Tiene el mar un color verde típico, que solo he visto en unas esmeraldas que, por cierto, se llaman aguamar, y con las hermosas velitas blancas que se mueven en los alrededores del puerto, forma este color un bellísimo contraste. El muelle, ese enorme puente que emerge en el mar, tiene 1500 metros de largo y a su lado hay 6 u 8 vapores casi siempre. Aunque teníamos intenciones de volver a Barranquilla, nos retiene en este puerto el gusto de la brisa del mar, sus sabrosos baños, el hotel (que hemos contratado a $2.50) muy confortable, y la dulce pereza que en estos climas se acaricia.

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