También su hijo Ramiro Vélez Ochoa, el menor, tuvo la paciencia de esperar hasta que pudo estudiar siquiatría en Barcelona, desde donde recorrió España y parte de Europa con un Simca viejo que se compró desde el comienzo, y fue uno de los familiares que me hizo agua la boca contándome de esa España tan deleitada por mi abuelo Raúl en su viaje. Su hablar pausado y rico en recursos lingüísticos, oportunos, humorísticos muchos, y a veces acompañados de fantasías típicas de viajero, todo ello de alguna manera heredado del abuelo, alucinaron mi infancia de fantasías viajeras aparentemente imposibles de lograr, pero que pude cumplir con creces cuando cumplí dieciocho años y empecé a ser trotamundos como todos ellos.
De hecho, mi otro tío materno, el padre Julio, fue aún más viajero que mi abuelo y mi tío Ramiro juntos, pues con una pequeña herencia en metálico que su padre le dejó, invertida en un buen momento de la economía, y su magro sueldo de cura párroco, logró viajar por el mundo entero hasta cuando cumplió ochenta años y decidió retirarse y también dejar de viajar. Fue él quien me animó a vivir en Europa como estudiante para poder viajar sobre todo, y me incitó a instalarme en una metrópoli como Madrid en lugar de la periferia: “Uno no se va a Europa a encerrarse en una ciudad universitaria a estudiar únicamente”, me dijo en tono profético. Y yo obedecí, no eran los tiempos del low cost para viajar por treinta euros de cualquier lugar a otro de Europa, y había que estar estratégicamente situado.
Con este sacerdote de casi noventa años ahora, con el que hago tertulias eternas de viajes desde los catorce años, fue con quien aprendí el truco de vivir de manera frugal y viajar con poco presupuesto, lo que me ha permitido visitar casi todos los países y lugares importantes del mundo. Él más que nadie sabe que mis trescientos viajes a ciento cuarenta países los he hecho solo con mi sueldo de profesor, y algunas “cuñitas”, como llamamos en Antioquia a los trabajos extras que nos salen ocasionalmente a los asalariados, y que usamos para esos lujos.
Don Raúl, por el contrario, toda su juventud y principio de la vida adulta estuvo planeando el viaje que realizó por Europa y alrededores, y que es el que cuenta en estas memorias. Pero solo pudo lograrlo a los treinta y cinco años, luego de haber sido profesor mucho tiempo y poco después de haber ejercido como rector de una universidad pública en Cartagena.
Sus ingresos los completaba con la venta de café de esa pequeña propiedad que conservó en Bolívar y que vendió ya muy entrado en la edad adulta. Por eso dice en estas crónicas que se “bautizó” en el mar a los treinta y seis años, al comienzo del viaje, cuando pudo concretar su ilusión de juventud. Además, no viajó más, luego de este gran periplo aquí relatado, fuera del país, salvo cuando acompañó a mi abuela a Nueva York para su tratamiento contra el cáncer de pulmón, con el mismo doctor de Evita Perón, y desafortunadamente con el mismo resultado.
El abuelo fue muy paciente en su espera del gran viaje, pero su novia, mi abuela, doña Antonia Ochoa, a quien no conocí tampoco por lo dicho, fue una auténtica Penélope. Lo esperó largos años a que lograra organizar este viaje soñado, y confió en que cumpliría su palabra de casarse con ella al regreso del mismo, como en efecto sucedió. Tal cual lo prometió, mi abuelo Raúl se dedicó el resto de la vida a ella, a sus hijos, a sus estudiantes, y por supuesto a la lectura, que era su otra gran debilidad. No dejo de pensar que si él hubiera vivido en estos tiempos de viajes aéreos transoceánicos y desplazamientos low cost , y quizá con el apoyo inicial de una familia en mejor situación financiera, como fue mi caso y el de mis tíos, podría haber hecho compatibles esas ocupaciones con la pasión viajera por el resto de su vida.
Hay que recordar, sin embargo, como el lector podrá comprobarlo unas páginas más adelante, que el abuelo Raúl escribió estas memorias de viaje no en honor de mi abuela, que era su novia por entonces y lo esperó, sino pensando en su mamá. Se nota en sus palabras la devoción filial que sentía por ella, lo que es comprensible habiendo sido capaz de criar a tres hijos ella sola tras la muerte del bisabuelo en sus viajes transmontanos.
Creo que su intención inicial era no leerlas a nadie más y utilizarlas también como un recordatorio para sí mismo de esos meses inolvidables, porque hace la advertencia a su madre en el texto de que por favor no decida cerrar el cuaderno cuando menciona su visita a un restaurante de bailarinas famosas, “Les Folies”, diciéndole que no describirá nada más sobre el tema para evitar su censura. Justamente como estaba pensado en ser leído por su mamá, este texto está desprovisto de esa retórica varonil casi barroca utilizada en esos tiempos en nuestra tierra, y por eso creí que lo hacía cercano al lector del siglo XXI y que merecía su publicación.
Con una escritura agradable y humorística, sin ser avaro ni recargado con las descripciones, considero que mi abuelo en cierta forma, con este estilo, pudo haber sido sin saberlo el autor del primer blog de viajes en Colombia conocido. Con su pequeño cuaderno de profesor, convertido en diario de a bordo, para su mamá y el recuerdo personal, sin duda marcó un ritmo dialéctico bien parecido al de los actuales blogeros de viajes que inundan internet con sus relatos, pero más fino en el estilo, por supuesto.
Debo aclarar que la decisión de publicar íntegro este diario de viajes, que inicialmente el mismo autor no lo vio como un texto para enviar a una editorial ni lo escribió para eso, se debe a que tenemos conocimiento en la familia de que en algún momento mi abuelo sí manifestó que quería publicarlo. Lo cierto es que lo fue posponiendo, como nos suele pasar a todos los viajeros empedernidos con nuestros propios escritos sobre esos temas, y es un honor para nosotros poder cumplir ese deseo como un homenaje a su memoria.
Además de ello, nos ha parecido a nuestra familia, y a la Editorial EAFIT, que es interesante mostrar a los colombianos, y especialmente a los antioqueños, cómo un profesor de principios del siglo pasado de nuestra tierra veía el mundo a través de sus conocimientos de historia y de un único viaje al Viejo Continente.
La gracia de este texto es su sencillez, su falta de pretensión, pero sobre todo esa prosa fluida y descomplicada, y al mismo tiempo elegante, precisa y suficiente. El hecho de que con ella quiso transmitir a su mamá las experiencias del viaje que lo separaba de ella por un tiempo largo, es parte del encanto. En el mundo actual, cuando enviamos a nuestros hijos a estudiar al otro lado del mundo sin tener aún mayoría de edad, nos extraña esa actitud, pero refleja cómo se pensaba y sentía entonces en nuestra tierra colombiana y particularmente en Antioquia.
En efecto, este libro contiene unas sencillas memorias de viaje, y no es la portentosa obra Hace tiempos de Tomás Carrasquilla, en la que nos dibuja al detalle aquellas épocas. Sin embargo, también nos da pistas interesantes de cómo pensaban nuestros abuelos y bisabuelos, y nos ayudan a descifrarnos a nosotros mismos. Por ejemplo, la escena de mi abuelo preguntando al director de un colegio en París sobre la clase de religión, nos ayuda a comprender lo importante que era el tema en esa época en Medellín. Y la mayor prueba fue que a la respuesta del profesor francés, laicizado tras un siglo de revueltas, sobre cuál religión se debía enseñar habiendo varias, el abuelo contestó rotundamente “pues: La Religión”.
Hay multitud de escenas que merecen comentario o actualización en las memorias, pero esto haría esta presentación tan extensa como el libro, así que, para concluir elijo una de ellas que tiene su gracia, porque explica en parte esa gran pregunta sobre la tradición viajera de la familia. Don Raúl tenía investigaciones genealógicas sobre los Vélez, las cuales continuó el tío Ramiro, quien me las entregó a mí junto con las memorias. En ella se afirmaba que el primer ancestro de apellido Vélez en venir a Antioquia y sembrar el apellido había sido el capitán Juan Vélez de Ribero, proveniente de un pueblo llamado Cabezón de la Sal, en el norte de España.
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