Raúl Vélez González - Memorias de viaje (1929)

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Memorias de viaje (1929): краткое содержание, описание и аннотация

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Con una escritura agradable y humorística, sin ser avaro ni recargado con las descripciones, considero que mi abuelo en cierta forma, con este estilo, pudo haber sido sin saberlo el autor del primer blog de viajes en Colombia conocido. Con su pequeño cuaderno de profesor, convertido en diario de a bordo, para su mamá y el recuerdo personal, sin duda marcó un ritmo dialéctico bien parecido al de los actuales blogeros de viajes que inundan internet con sus relatos, pero más fino en el estilo, por supuesto.
Debo aclarar que la decisión de publicar íntegro este diario de viajes, que inicialmente el mismo autor no lo vio como un texto para enviar a una editorial ni lo escribió para eso, se debe a que tenemos conocimiento en la familia de que en algún momento mi abuelo sí manifestó que quería publicarlo. Lo cierto es que lo fue posponiendo, como nos suele pasar a todos los viajeros empedernidos con nuestros propios escritos sobre esos temas, y es un honor para nosotros poder cumplir ese deseo como un homenaje a su memoria.
David Roll Vélez

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A pesar de ser un buen padre de familia, insistía Alicia, el trabajo de su abuelo, mi bisabuelo, hacía que la mayor parte del tiempo “tuviera” que estar viajando. No se trataba de viajes internacionales, como los de las siguientes generaciones de viajeros de la familia “midiendo el mundo”, pero sí de interminables desplazamientos desde Bolívar, Antioquia, a lo que, a partir de 1947, sería el departamento del Chocó.

Como es bien sabido, esta región habitada mayoritariamente por indígenas y descendientes de esclavos africanos ha sido rica en metales preciosos, especialmente oro. El trabajo del bisabuelo era desplazarse con un par de mulas desde su natal Bolívar, municipio antioqueño luego rebautizado Ciudad Bolívar, que era limítrofe con el Chocó, para comprar ese oro y venderlo a su regreso. Las mulas por supuesto no iban sin carga en el camino de ida, así que el negocio en el fondo era la venta de cachivaches para los mineros, y seguramente la mayoría de las veces se trataba de un simple trueque. De hecho, mi abuelo alcanzó a nacer en el pueblo de Negua en el Chocó, a raíz de esos desplazamientos de la familia entre los dos departamentos.

De este modo, y sin ser rico con el negocio, pero tampoco subordinado de nadie, sostenía bien a su esposa y a sus tres hijos en Bolívar, dos varones, mi abuelo Raúl y su hermano Conrado, y una mujer, Mercedes, la madre de “las muchachas”. Pero sobre todo, dice doña Alicia, además de ganar los ingresos para vivir, con ese modo de vida mi bisabuelo le daba gusto a una poderosa necesidad que existía entre nuestros ancestros desde generaciones atrás, la de estar en permanente desplazamiento, sin renunciar por eso a la creación de un núcleo familiar estable.

Pero la fatalidad se abatió sobre ellos, contaban las “muchachas” muy compungidas, como si se tratase de un hecho reciente, cuando un día el bisabuelo no regresó más de una de sus correrías, y semanas después se supo que había sido asesinado por forajidos en El Carmen de Atrato para despojarlo del cargamento de oro que traía de regreso. En una época en la que no existían los seguros de vida con la difusión de hoy y teniendo en cuenta que la mayoría de esos comerciantes compraban una casa y luego vivían al día, la familia quedó en la pobreza relativa, y la pobre bisabuela debió criar a sus dos hijos y a su hija trabajando en la costura.

Hasta hoy se especula que el bisabuelo logró esconder en un lugar secreto parte de sus ganancias y me consta que en la finca familiar se han derribado algunas casas con la excusa de buscar un entierro, pero sospecho que con esa finalidad. Si algo se encontró, o si existe algún tipo de mapa, lo cierto es que al día de hoy nada más se sabe del asunto.

Mercedes, la única mujer de entre los tres hijos, como era costumbre permaneció con la viuda hasta que ella misma se casó, mientras sus dos hermanos tomaban caminos muy diferentes entre ellos. Conrado, el único hermano varón de mi abuelo, permaneció en Bolívar y se dedicó por entero a criar a su enorme familia a partir del cultivo del café, y a llevar una vida fervorosa de misa diaria y rosario vespertino. Esta religiosidad la transmitió a sus muchos hijos e hijas, varios de los cuales tomaron hábitos como sacerdotes o monjas.

Mi abuelo Raúl también tuvo una finca por mucho tiempo y se ufanaba de cultivar el mejor café del mundo. Usando el juego de premisas de que siendo el de Antioquia el mejor café de Colombia y este el mejor del planeta, y el de Bolívar el mejor de Antioquia, y el suyo el que mejor pagaban en la cooperativa, decía que él tenía el récord sin duda alguna de producir el mejor café del mundo. Algunos dicen que hablaba en serio y otros que era una broma, pero la inferencia tiene sentido.

A pesar de que una parte de sus ingresos provenían de esta finca, la mayor parte de su vida fue realmente profesor, tanto en Bolívar como en Santo Domingo, pero sobre todo en Medellín. Fue profesor en el Liceo de la Universidad de Antioquia y en la Normal de Varones de Medellín, en la que fue rector, y en la Universidad de Cartagena, de la que fue rector también por un breve tiempo.

A pesar de no vivir tanto tiempo en Bolívar, pues se fue muy pronto y solo regresaba de vacaciones, salvo un año sabático que se tomó en su pequeña finca cafetera, el abuelo aún es parte de la historia de la ciudad. En un viaje que hice para conocer bien la vieja propiedad familiar de mi abuelo, que solo había visto en un par de visitas rápidas a familiares durante mi infancia, tuve la suerte de poder entrevistar a un casi nonagenario primo de Don Raúl, hijo de Conrado, y me confirmó tal cuestión. Don Julio Vélez Uribe era su nombre, y fue gracias a que me encontré con su hija Esperanza, debido a la publicación de otro de mis libros de viajes en la Universidad del Rosario ( Guerra Fría Cenizas Calientes. Reportajes a un mundo en cambio, 2007), que pude lograr el acercamiento a la familia, perdido desde décadas atrás. Desde entonces he mantenido contacto ocasional con el enorme combo de primos y amistad especial con varios de ellos, y a todos en parte dedico también este prólogo, ya que el libro es herencia de toda la familia Vélez.

Don Julio Vélez Uribe, hijo de Conrado y sobrino de don Raúl, me contó cómo era el ambiente por esos tiempos, y de qué forma era visto mi abuelo como una especie de orador oriental, fuente inagotable de historias. Especialmente por la excentricidad de haber viajado por el Viejo Continente y Oriente Próximo casi un año completo y hablar de ello elocuentemente a sus familiares, amigos y alumnos, me contó, era conocido como “el que fue a Europa”. Don Julio me habló de su tío Raúl como una persona tan excesivamente culta que de alguna manera el tiempo que estuvo en Bolívar vivía más bien solitario y enfrascado en sus libros, pero que con sus relatos de historia deslumbraba a todo el pueblo y atraía público en cualquier tertulia cuando bajaba de la finca.

Siendo muy católico, le habían contado que durante los sermones del padre durante la misa dominical salía discretamente al atrio, como queriendo decir que no compartía el radicalismo conservador de ese entonces de los miembros de la iglesia en esos pueblos azules de arriba abajo. Es extraño, porque era tan conservador que daba instrucciones a sus hijos de solo votar cuatro años a partir del Frente Nacional para no tener que votar por un liberal (como consta en una carta que conservo). De todos modos nunca perdonó, me contaron mis tíos, que Laureano Gómez hubiera hecho destituir al humilde líder antioqueño, el también conservador presidente Marco Fidel Suárez. Habiendo sido autónomo como se ve en sus ideas conservadoras, prefería más bien enfrascarse en relatos históricos, sobre todo relacionados con sus viajes, que estar hablando de política.

Esta imagen, de un contador de historias que lograba mantener la atención de personas de diferentes niveles de saber con sus relatos, es persistente entre todos los que me han hablado de él. Mi tío Julio Vélez Ochoa, su hijo sacerdote, me explicó hace poco que incluso sus alumnos le ponían la trampa de hablar de viajes para que él se olvidara de la lección del día y volara con todos hacia Europa. Esto me llamó la atención, porque el autor de Las cenizas de Ángela , Frank Mcourt, quien ganó el premio Pulitzer con esa novela, reconoció en su autobiografía que tal cosa hacían sus estudiantes de bachillerato respecto de su “triste infancia en Irlanda”.

Don Julio Vélez Uribe, quien falleció pocos años después de la entrevista, me señaló desde la montaña de su finca (una parte de la cual fue antes propiedad de mi abuelo Raúl), la escuela de primaria que habían puesto en su nombre como homenaje, por el recuerdo grato que habían dejado sus enseñanzas. No pude dejar de estremecerme pensando en cómo logró mi abuelo salir de allí y lanzarse a recorrer el mundo. Esto dicho en términos del contexto en el que vivía, porque hay que aclarar que tampoco se trató de una epopeya. En efecto, mi abuelo no fue ningún aventurero, como si lo fue mi abuelo paterno, quien salió del Líbano a los diecisiete años y llegó a Colombia caminando desde Buenos Aires. Mi abuelo materno, por el contrario, fue un hombre extremadamente paciente con su fascinación por el mundo, pues supo combinar, como lo hicimos los que le heredamos la pasión por viajar, esta debilidad humana con una vida normal, tanto en lo familiar como en lo profesional.

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