Laura Emilia Pacheco - El infinito naufragio

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Poeta consciente de que el paso del tiempo es inexorable y todo lo devasta, José Emilio Pacheco es también un narrador que vislumbra lo fantástico aun en lo más cotidiano y explora la presencia del pasado que nos asedia. Crítico y ensayista, aplicó la agudeza de su mirada para describir las distintas realidades humanas y su condición siempre falible.El infinito naufragio reúne poemas, relatos e «inventarios» que dan cuenta de las inquietudes literarias que José Emilio Pacheco exploró e interrogó a lo largo de más de medio siglo de escritura. El lenguaje, la Historia como figura de reverencia y terror, la música, la naturaleza, la capacidad humana para la destrucción, la memoria, los naufragios —ancestrales y ordinarios— se dan cita en un volumen que muestra, tanto a los más experimentados como a las nuevas generaciones de lectores, que la de Pacheco es una obra llena de pasión por el mundo y de asombro ante su fugacidad. Siempre renovada por obra del lector, la suya es una de las voces imprescindibles y entrañables de la literatura en lengua castellana.

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del universo que se expande sin tregua.

¶ Por un segundo ella es el centro de todo.

Es la materia que no cesa. Es el templo

de este placer sin posesión ni mañana

que durará mientras subsista este punto,

esta molécula de esplendor y miseria,

átomo errante que llamamos la Tierra.

MOZART: QUINTETO PARA CLARINETE Y CUERDASEN “LA” MAYOR, K. 581

La música llena de tiempo brota y ocupa el tiempo.

Toma su forma de aire, vence al vacío

con su materialidad invisible. Crece

entre el instrumento y el don

de tocar realmente su cuerpo de agua,

fluidez que huye del tacto, manantial hecho azogue,

porque inmovilizada sería silencio la música.

La corriente de Mozart tiene

la plenitud del mar y como él justifica el mundo.

Contra el naufragio y contra el caos que somos

se abre paso en ondas concéntricas

el placer de la perfección, el goce absoluto

de la belleza incomparable

que no requiere idiomas ni espacio.

Su delicada fuerza habla de todo a todos.

Entra en el mundo y lo hace luz resonante.

En Mozart y por Mozart habla la música:

nuestra única manera de escuchar

el caudal y el rumor del tiempo.

MALPAÍS

Malpaís: Terreno árido, desértico e ingrato; sin agua ni vegetación; por lo común cubierto de lava.

FRANCISCO J. SANTAMARÍA,

Diccionario de mejicanismos

Ayer el aire se limpió de pronto

y aparecieron las montañas.

Siglos sin verlas. Demasiado tiempo

sin algo más que la conciencia de que están allí circundándonos.

Caravana de nieve el Iztaccíhuatl.

Crisol de lava en la caverna del sueño,

nuestro Popocatépetl.

Ésta fue la ciudad de las montañas.

Desde cualquier esquina se veían las montañas.

Tan visibles se hallaban que era muy raro

fijarse en ellas.

Sólo nos dimos cuenta de que existían las montañas

cuando el polvo del lago muerto,

los desechos fabriles, la ponzoña

de incesantes millones de vehículos

y la mierda arrojada a la intemperie

por muchos más millones de excluidos,

bajaron el telón irrespirable

y ya no hubo montañas. Pocas veces

se deja contemplar —azul, inmenso— el Ajusco.

Aún reina sobre el valle pero lo están acabando

entre fraccionamientos, taladores y, lo que es peor, incendiarios.

Lo creímos invulnerable. Despreciamos

nuestros poderes destructivos.

¶ Cuando no quede un árbol,

cuando ya todo sea asfalto y asfixia

o malpaís, terreno pedregoso sin vida,

ésta será de nuevo la capital de la muerte.

En ese instante renacerán los volcanes.

Vendrá de lo alto el gran cortejo de lava.

El aire inerte se cubrirá de ceniza.

El mar de fuego lavará la ignominia,

se hará llama la tierra y lumbre el polvo.

Entre la roca brotará una planta.

Cuando florezca volverá la vida

a lo que convertimos en desierto de muerte.

Soles de lava, astros de ira, indiferentes deidades,

allí estarán los invencibles volcanes.

Miro la tierra

LAS RUINAS DE MÉXICO

(ELEGÍA DEL RETORNO)

III

Llorosa Nueva España que, deshecha,

te vas en llanto y duelo consumiendo…

FRANCISCO DE TERRAZAS,

Nuevo Mundo y conquista

1

La tierra desconoce la piedad.

El incendio del bosque o el suplicio

del tenue insecto bocarriba que muere

de hambre y de sol durante muchos días

son insignificantes para ella

—como nuestras catástrofes.

La tierra desconoce la piedad.

Sólo quiere

prevalecer transformándose.

2

La tierra que destruimos se hizo presente.

Nadie puede afirmar: “Fue su venganza.”

La tierra es muda: habla por ella el desastre.

La tierra es sorda: nunca escucha los gritos.

La tierra es ciega: nos observa la muerte.

3

Los edificios bocabajo o caídos de espaldas.

La ciudad de repente demolida

como bajo el furor de los misiles.

La puerta sin pared, el cuarto desnudo,

harapos de concreto y metal que fueron morada

y hoy forman el desierto de los sepulcros.

4

Mudo alarido de este desplome que no acaba nunca,

las construcciones cuelgan de sí mismas. Parecen

grandes camas deshechas puestas de pie

porque sus habitantes ya están muertos.

Pesa la luz de plomo. Duele el sol

en la Ciudad de México.

5

El lugar de lo que fue casa lo ocupa ahora

un hoyo negro (y representa al país entero).

Al fondo de ese precario abismo yacen pudriéndose

escombros y basura y algo brillante.

Me acerco a ver qué arde amargamente en la noche

y descubro mi propia calavera.

6

Isla en el golfo de la destrucción plural indiscriminada,

nunca estuvo tan sola esta casa sola.

No se dobló ni presenta grietas.

Contra la magnitud del sismo la pequeñez

fue la mejor defensa.

Sigue indemne, pero deshabitada.

Nadie quiere ser náufrago

en este mar de ruinas donde nada previene

contra el oleaje de la piedra.

7

Del edificio que desventró en su furia salvaje

al embestir el toro de la muerte,

brotan varillas como raíces deformadas.

Sollozan hacia adentro

por no ser vegetales,

capaces de hundirse en tierra, renacer,

a fuerza de paciencia reconstruirse,

y levantar lo caído.

Raíces inorgánicas estas varillas que nada más soportan

su irremediable vergüenza.

Las vencieron

la corrupción y la catástrofe. Parecen

tallos sobrevivientes de árbol caído.

Pero son flechas

que apuntan a la cara de los culpables.

8

Entre las grandes losas despedazadas, los muros

hechos añicos, los pilares, los hierros,

intacta, ilesa,

la materia más frágil de este mundo:

una tela de araña.

9

Esos huecos sembrados

con tezontle color de sangre

o plantas moribundas

que algunos llaman “jardines”,

tratan de conjurar la omnipotencia de la muerte

y no logran

sino que llene su vacío la muerte.

(Quizá “vacío”

es el nombre profundo de la muerte.)

Al pisar

los monumentos que la nada erigió a la muerte

sentimos

que allá abajo se encuentran todavía

desmoronándose los muertos.

10

Las fotos más terribles de la catástrofe

no son fotos de muertos. Hemos visto

ya demasiadas. Éste es el siglo

de los muertos. Nunca hubo tantos

muertos sobre la tierra. ¿Qué es un periódico

sino un recuento de muertos

y objetos de consumo para gastar

la vida y el dinero y ocultarnos tras ellos

contra la omnipotencia de la muerte?

No: las fotos más atroces de la catástrofe

son esos cuadros en color donde aparecen muñecas

indiferentes o sonrientes, sin mengua, sin tacha,

entre las ruinas que aún oprimen

los cadáveres de sus dueñas, la frágil vida

de la carne que como hierba ya fue cortada.

Invulnerabilidad de los plásticos que en este caso

tuvieron nombre

y existencia de alguna forma.

Acompañaron, consolaron, representaron la dicha

de aquellas niñas que intolerablemente nacieron

para ver desplomarse su futuro

en el fragor de este fin de mundo.

11

Hay que cerrar los ojos de los muertos

porque vieron la muerte y nuestros ojos

no resisten esa visión.

Al contemplarnos

en esos ojos que nos miran sin vernos

brota en el fondo nuestra propia muerte.

12

Esta ciudad no tiene historia ,

sólo martirologio .

El país del dolor,

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