1 ...8 9 10 12 13 14 ...18 No obstante, como hijo de Zeus, Perseo era un semidiós y merecía la ayuda del Olimpo. Cubierto por el escudo de Atenea, defendido por la espada de Hermes y el casco de Hades, Perseo entró en la cueva de las Gorgonas. Para no verla de frente y transformarse en piedra bajo su mirada, se guió por la imagen de Medusa reflejada en el escudo. Se acercó a ella y la decapitó de un solo tajo.
Un caballo alado brotó de su sangre. El héroe montó en Pegaso y fue a Sérifos para liberar a su madre. Petrificó a Polidecto y a sus cortesanos al mostrarles la cabeza muerta de la Gorgona. En vez de asumir el trono Perseo dio el reino de la isla a su amigo Lidys, el pescador que había rescatado el cofre en la playa.
Dánae le pidió reconciliarse con su abuelo. Perseo se trasladó a Argos, derrocó al usurpador Preto y devolvió el poder a Acrisio. A pesar de todo, el Oráculo de Delfos era infalible. La profecía se cumplió: durante los juegos que celebraron la victoria Perseo lanzó un disco de metal y sin proponérselo dio muerte a Acrisio. No quiso permanecer en la ciudad manchada de sangre y decidió fundar Micenas.
Isabel tenía cincuenta y cinco años cuando conoció a Fermín que apenas iba a cumplir veinte. Ambos trabajaban en el Ministerio de Comunicaciones. Fermín era muy tímido y nunca se había acercado a ninguna mujer. A los seis meses se casaron. Él se empleó como chofer particular y ella dejó la oficina. Desde entonces habitaron en la vecindad de las calles de Uruguay. Su existencia se transformó en una interminable reyerta.
Perseo recorre sus dominios. Observa la Puerta de los Leones, las murallas ciclópeas, piedras invulnerables erguidas para cercar el sitio en que poco a poco va muriendo el rey de Micenas. Camina bajo el sol recién nacido y observa su sombra ya encorvada. Su padre Zeus no lo preservó del tiempo. Cronos, su abuelo, lentamente lo devora como si en Perseo se vengara de Zeus por haberlo desterrado del Olimpo. El viento asedia la ciudad amurallada. Desde la terraza Andrómeda observa a Perseo y también siente que la historia del héroe ha llegado a su fin.
Isabel opinaba que en la guerra de los sexos las mujeres sólo podían librarse de la opresión y el martirio mediante el ejercicio del poder absoluto. Exigió a Fermín que le entregara íntegras sus quincenas y no fuera sin permiso a ningún sitio. Los sábados iban juntos al cine y los domingos a Chapultepec. Los celos de Isabel acosaban a Fermín y eran motivo de continuas escenas. Incapaz de pedir el divorcio o alejarse de ella, se limitaba a esperar la muerte de su esposa que en 1955 había cumplido setenta años.
Perseo se tiende sobre la hierba. Tose, se agita, mira a su alrededor y cree que el día amaneció nublado. No quiere aceptar el oscurecimiento de sus ojos. Se levanta, camina hacia el palacio. Los guardias lo saludan elevando sus lanzas. En la cámara real las esclavas visten a Andrómeda. Perseo la mira, oculto tras una cortina.
También Andrómeda es distinta a la princesa etíope que compitió en hermosura con las hijas de Nereo, el dios del mar. Celosas de Andrómeda, las Nereidas la ataron a una roca para que la devorase un monstruo marino. Perseo llegó cabalgando en Pegaso. Venció al dragón y se casó con Andrómeda. Hoy el amor entre los dos es sólo el recuerdo de aquellos días que sucedieron al combate.
Fermín puso algún reparo a la cena. Isabel lo echó de la casa. Vagó por las calles, ávido de huir y temeroso de regresar. Sin embargo volvió a las pocas horas e imploró perdón. Isabel, en respuesta, le arrojó a la cara la olla de fideos. Fermín tomó un cuchillo de cocina y lo clavó siete veces en el cuerpo de Isabel que se desplomó como una estatua rota.
Las vecinas se asomaron a la puerta. Fermín bajó las escaleras y se echó a correr hacia San Juan de Letrán. Media hora después, cuando los policías lo capturaron en la Alameda, no opuso resistencia ni dio explicaciones. Quedó en un silencio que ya jamás iba a romper. Dijeron que había enloquecido a raíz del crimen. En realidad se limitaba a escuchar el viento en las ramas y el agua en las fuentes. Hoy pasa los días tratando de apresar el polvo suspendido en un rayo de luz.
Alza la vista al cielo. A su lado el mundo parece más opaco, más hastiado de ser y de acabarse. Al centro de la tumba que los sepulta en vida Perseo y Fermín son el mismo hombre y sus historias forman una sola historia. El sol hiere sus ojos. En su prisión de piedra él espera que llegue el caballo con alas que nació de la sangre de Medusa.
TERUEL
El tictac del reloj se abría paso entre el silencio nocturno. Desde la cama en que lo torturaban el calor y la fiebre, Néstor contaba, doce veces cada hora, otros cinco minutos como aquellos que no se apartarían de su memoria. Un año antes él y su padre habían llegado a Veracruz y al segundo piso de ese edificio cerca del mar. Estaba de nuevo en primer año, pues los certificados escolares se perdieron, con todas las cosas de la familia, cuando dejaron Barcelona y cruzaron los Pirineos bajo la nieve. Como si los años anteriores no existiesen, Néstor había vuelto a deletrear, a hacer sumas y restas elementales, a llenar de frases cuadernos enteros.
Al salir de la escuela caminaba por los muelles para reunirse con su padre en el viejo café lleno de mesas de mármol y abanicos eléctricos. A veces algún otro se sentaba con ellos. A la conversación volvían los mismos nombres: Barcelona, Madrid, Guadalajara, El Jarama, Brunete, Guernica, Teruel y tantos otros que para Néstor se mezclaban en la confusión de cuanto vivió y perdió antes de sus siete años. Todo aquello lo separaba de sus compañeros. Nadie más en su escuela había sufrido bajo un bombardeo como aquel de marzo de 1938 en Barcelona. Nunca iba a olvidarlo: en él murió su madre.
Por la noche, en la terraza hasta la que llegaba el olor del mar, su padre le contaba obsesivamente la misma historia de una batalla que a Néstor le parecía librada en otro siglo: 1937, en otro mundo: Teruel. Héroes sin nombre quedaron allá muertos bajo la nieve y la metralla. Los sobrevivientes como Néstor y su padre escucharon un día en el campo francés los nombres de México y de Cárdenas. Y subieron a un barco y cruzaron el amargo mar.
Aquella tarde, en vez del frío y la nieve de Teruel durante la batalla, la arena de los médanos azotó la ciudad. Néstor entró llorando en su casa. Confesó que acababa de pelearse (y perder) con un niño que se burlaba de él por ser distinto, por no ir a misa y hablar con un acento diferente. Su padre lo llamó cobarde , le volvió la espalda y salió del departamento.
Comprendió que sólo había una posibilidad de ser digno de su padre y de los muertos en Teruel, un último recurso para que nadie volviera nunca a llamarlo cobarde . En un cajón del escritorio estaba la salamanquesa, la venenosa lagartija, el reptil transparente que Néstor había atrapado en el jardín. Una vecina que asistió a la persecución y la captura le ordenó liberar a la salamanquesa: tenía una lengua afilada y ponzoñosa que si llegaba a picarlo le iba a causar la muerte.
Desobedeció: guardó a la salamanquesa en un frasco de cristal, hizo algunas perforaciones en la tapa de hojalata, arrancó unas briznas de hierba para que le sirvieran de alimento al reptil; le puso agua en una cajita metálica que había contenido Pastillas del Dr. Andreu y guardó el recipiente en el último cajón del escritorio. Durante varios días olvidó a la salamanquesa y el peligro que representaba. Pero bajo la doble humillación del pleito perdido y la injuria de su padre, Néstor comprendió que sólo el enfrentarse a ella podía reconciliarlo consigo mismo.
Había caído la noche. Néstor entró en la sala oscurecida donde sólo brillaba la carátula del reloj, un Westclox corriente y demasiado sonoro que en esos momentos le pareció tan vivo como el animal que estaba a punto de ponerlo a prueba. Arrastró una silla, puso el reloj en el escritorio y se dejó caer sobre el asiento de bejuco.
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