Hernández, Stephany
Ángeles de la oscuridad : ángeles / Stephany Hernández. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-0651-1
1. Novelas. 2. Narrativa Argentina. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: info@autoresdeargentina.com
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
A ti, Juan,
que me enseñaste que nunca se debe perder la esperanza.
En sus brazos me regocijaba en la gloria del cielo,
mientras que en sus besos podía sentir el calor
del mismísimo infierno.
Prefacio
Regresaba de una obra de teatro del instituto y la abundante lluvia a duras penas me permitía ver el camino. Tardé mucho más tiempo de lo que acostumbraba en regresar a casa y, cuando finalmente lo logré, estacioné el auto lo más cerca posible de la puerta principal. Tomé con prisa mis llaves y una chaqueta de cuero que posaba en el espaldar del asiento del copiloto antes de adentrarme apresurada en aquel diluvio.
Mis zapatos se empaparon al pisar un enorme charco justo bajo los escalones de la entrada y mi intento por cubrirme con aquella prenda fue un chiste de mal gusto. Maldecía entre dientes mientras pensaba en la razón por la que no seleccioné, aún estando dentro del auto, la llave correcta, pero al acercarme hasta la puerta me percaté de que se encontraba abierta.
Giré la mirada intentando localizar el carro de alguno de mis padres, nada, o el carro de mi hermano, tampoco. De igual manera, era imposible ver mas allá de unos cuantos metros aquella noche y por la hora estaba segura de que ninguno de ellos había llegado.
Entré a paso apresurado y tiré todas las cosas al suelo junto a la puerta a sabiendas de que mi madre me lo reprocharía al rato. Comencé a quitarme los zapatos justo cuando me percaté de un tenso silencio en el aire. Una sensación desagradable recorrió mi espina y mi piel se erizó ante el temor de encontrarme completamente sola.
—¿Hola? –pregunté con la esperanza de que alguien respondiera desde algún lugar de la casa. Pero nadie lo hizo.
Observé con cautela aquel largo y oscuro corredor ubicado frente a la puerta principal, todas las luces se encontraban apagadas, incluso la de la cocina ubicada al fondo y a la izquierda, la cual solía permanecer encendida durante la noche. Atravesé el pasillo con pasos prevenidos, evitando emitir cualquier ruido, pero me encontré con nada.
Me tomé algunos segundos para girar y percatarme de una tenue luz que escapaba por debajo de la puerta del sótano. Di por sentado que mi hermano se encontraba abajo, pues era su sala de juegos.
Abrí la puerta con cuidado y lo llamé repetidamente, pero sin respuestas, por lo que decidí bajar. Fue cuando la vi. En el suelo. La garganta de mi madre se abría de lado a lado y la sangre escarlata había formado un gran charco, era un rojo tan intenso.
Ella aún tenía sus ojos abiertos, respiraba con dificultad e intentó extender su mano en mi dirección, pero justo cuando arranqué a correr a su lado sentí unos brazos rodeandome con fuerza. Luché, pero era imposible.
—No temas –susurró una tenebrosa voz justo en mi oído y un escalofrío recorrió toda mi médula–, vine por ti.
El comienzo
El ensordecedor y molesto ruido de mi despertador me sacó de un profundo sueño. Intenté apagarlo extendiendo mi mano en una búsqueda a ciegas, mientras enterraba mi cabeza con fuerza bajo la almohada, sin éxito, por lo que me vi obligada a incorporarme y arrojarlo contra la pared, igual que todas las mañanas.
Me tomó varios minutos lograr ponerme de pie para ir a tomar una ducha. Si había algo que odiaba con todo mi ser era levantarme temprano.
En todo el camino al baño, que no llegaba más allá que al fondo de mi habitación, intentaba con suma pereza quitarme la vieja camiseta de mi hermano, de color gris desgastado de tantas lavadas que no cubría más que la mitad de mis muslos. Dejé correr el agua caliente y miré al espejo. Solo un año más, pensé.
Bajé corriendo por las escaleras de la casa terminando de arreglar mi uniforme. No lograba hacer el nudo de mi corbata y pasé apresurada a la cocina para tomar mi desayuno. Mi padre miró la hora en su reloj y suspiró al verme, justo antes de acercarse para ayudarme.
—Usualmente sería tu madre la que terminaría este tipo de detalles antes de tu primer día –dijo mientras anudaba la prenda y me regaló una sonrisa forzada.
Guardé silencio y regresé la tostada al plato. Mi apetito se esfumó junto a cualquier pizca de ánimo que hubiera podido tener en aquel momento.
Una mirada efímera sobre la mesa me hizo percatarme del titular del diario local para ese día y aquellas palabras se tatuaron en mi mente con tinta indeleble. A un año del brutal asesinato de Sophie Weber. Una muerte sin respuestas, un hijo desaparecido y un caso sin resolver. Sin resolver , me repetía día tras día.
Tragué con fuerza intentando hacerle frente a aquella realidad que me seguía perturbando con tanta intensidad, fue cuando mi padre se percató de lo que ocurría y con rapidez colocó el diario boca abajo y suspiró desesperanzado.
—Debo irme, ya voy tarde –dije sin mirarlo y tomé mi bolso para salir a al instituto.
* * *
Reprochaba el hecho de haber llegado sobre la hora de entrada ya que no lograba conseguir un buen lugar para estacionar y me vi en la obligación de abandonar mi auto hasta el final del estacionamiento del instituto. Me tomé algunos segundos para respirar pausadamente, luchando desde mi interior para lograr hacerle frente a aquel largo día que me esperaba.
Algunos recuerdos fugaces de la muerte de mi madre regresaban a mi cabeza insistentemente, sin embargo, aquellos recuerdos también parecían borrarse conforme aparecían hasta el punto en el que no lograba discriminar con certeza aquello real de aquello que no era más que el producto de mis pesadillas.
Tomé mis cosas sucumbiendo al inicio de mi rutina obligatoria y me dispuse a salir del auto. Fue cuando la vi. Su cabello oscuro y ondulado caía a la altura de su cintura. Vestía con el uniforme del instituto, una falda negra a mitad de muslos, unos muslos perfectos, camisa blanca manga larga doblada hasta los codos, y una corbata negra perfectamente anudada alrededor del cuello. Era impecable.
Sus ojos se posaron en mí sin disimulo, su mirada intentaba adentrarse en mi interior de una manera que me hizo sentir sumamente incómoda, por lo que me alejé en dirección al edificio principal.
El día pasaba tan lento como era posible, apenas íbamos a mitad de jornada. Yo me encontraba rumbo a mi tercera clase evitando toparme con caras conocidas, pero era imposible. Gracias a las noticias mi nombre era el foco de atención en aquella fecha.
Entré a pasos apurados al salón, sentía ingenuamente que entre más rápido hiciera las cosas, más rápido lograría escapar de aquel lugar. Cuando ubiqué el único asiento disponible la vi nuevamente, aquella hermosa chica del estacionamiento.
Me senté a su lado sin ninguna otra opción, pero intentaba evadir su mirada a toda costa. Algo en ella me hacía sentir ansiosa.
—Soy Ángeles –dijo luego de algunos segundos. Su voz sonaba tranquila y profunda. Me volví a mirarla esperando encontrarme una sonrisa, pero su expresión era seria.
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