Volviendo a las diferencias entre el caso “Valdemar” y “La tercera resignación” encontramos que García Márquez elimina cualquier disfraz de informe o aclaración periodística; pasa directamente a contar la historia desde el personaje que transita por la muerte y la vida. En esto tiene que ver el hecho de naturalizar lo insólito, quitarle tanta preparación explicativa que agrega Poe; igualmente, aprovechar las lecturas de Faulkner y Wolf que permiten que la voz narrativa surja del mismo personaje; Gabo actúa como si abandonara al hipnotizador y directamente vehiculase la voz del “Valdemar” de su cuento hacia nosotros, sin tantas preguntas y respuestas. En tercer lugar, Gabo también toma el recurso sicológico para mostrar cómo afectaría vivir muerto y vivo en un ataúd durante 25 años. No hay que olvidar que uno de sus primeros cuentos se llamó “Psicosis obsesiva” 7; esta inquietud explica que la voz llame a su cuerpo “él” (“Le gritaba dentro del cráneo vacío, sordo y punzante”, p. 11), por lo que con sus debidos instrumentos interpretativos se podría tratar este cuento como el relato de una alucinación psicótica. García Márquez toma de su época la liberación de la ficción que se presenta sin preámbulos (un libro en lengua española de 1941 se llama Ficciones), porque ha ganado un puesto más contundente como una racionalidad de orden estético y no como una sinrazón a racionalizar con parapetos científicos. He aquí una diferencia: “Valdemar” se presenta como una explicación a inquietantes preguntas mientras que “La tercera resignación” se presenta sin mayores explicaciones, las cuales quedan a cargo del lector. Mientras Poe busca el terror y el miedo; Gabo, la sorpresa y el asombro. El uno es un literato del pathos como descarga emotiva, el otro del pathos que teje una recepción que construye paso a paso no el terror sino la misma emoción del misterio.
Otras diferencias se destacan. El personaje de Gabo no ha tenido vida, es un joven que ha pasado toda su vida en un ataúd. Como el mismo personaje lo dice: no ha tenido infancia. Siempre ha estado en el ataúd pues, como dice el médico del difunto/vivo a la madre: “señora, su niño tiene una enfermedad grave: está muerto. Sin embargo —prosiguió—, haremos todo lo posible por conservarle la vida más allá de su muerte” (2015: 13). Y diciendo esto pasa a diagnosticarle cómo lo autoalimentarán para que aún muerto, viva. Y esto conlleva a un asunto central de Gabo: lo que cuenta Poe es extraordinario porque no sucede a menudo; lo que cuenta Gabo, también, pero se instala como algo cotidiano durante años. Valdemar vivo y muerto dura 7 meses, el personaje garciamarquiano, 25 años, y nada garantiza que la muerte tercera sea la definitiva.
Además sopesemos los 6 aspectos ante la muerte señalados por May. 1) la muerte no es un fin en el caso del joven vivo/muerto de García Márquez, 2) la muerte-vida se dispone como un programa médico; 3) la muerte pierde su carácter inexorable, 5) el personaje pasa de la incertidumbre de la muerte definitiva a la incertidumbre de una serie de muertes ante las cuales no sabe bien cuál será la definitiva; por último, si la muerte nos pone a pensar sobre el sentido de la vida, aquí la pregunta es más lapidaria, pues el joven no ha vivido y saber de sus muertes no le permite encontrar el sentido de su vida, el cual se concentra en la indefinición no sobre la muerte sino sobre en qué consiste esa vida-muerte, qué horizonte es ese en el que cohabitan continuidad y discontinuidad de la vida. Valdemar quiere morir, suplica despertar y morir; el joven quiere vivir, no quiere su muerte-no-muerte, y ante la imposibilidad de encontrar un mecanismo para empoderarse de su situación, se resigna, con la esperanza de que esto conlleve a la muerte definitiva: “estará ya tan resignado a morir, que acaso muera de resignación” (“La tercera resignación”, 2015: 20).
La otra gran diferencia entre “Valdemar” y “La tercera resignación” es el papel del cuerpo. En el primero el cuerpo está terminado, agotado; en el otro está creciendo; Valdemar está hipnotizado, vale decir, idiotizado, mientras que el joven vivo/muerto está viviendo un crecimiento en medio de su muerte. Al señor Valdemar hay que preguntarle qué piensa, qué siente: “—¿Sigue sintiendo dolor en el pecho, Valdemar? La respuesta tardó un momento y fue aún menos audible que la anterior: —No sufro… me estoy muriendo” (“Valdemar”, 1981: 122). El joven está recluido pues no puede dialogar, sus únicos mensajes son los pálpitos, resuellos, respiraciones, crecimientos, olores que envía su cuerpo. Sin embargo García Márquez nos abre una ficción en la que la conciencia de un muerto en vida se despliega, a la manera de la voz, por ejemplo, del condenado de “El pozo y el péndulo” de Poe. Por su lado, “La tercera resignación” es un relato de los diversos sentires, de las reacciones de los sentidos del muerto aparente. Primero manifiesta un ruido indeterminado que es “frío, cortante, vertical” (p. 11). El relato de Gabo presenta una fenomenología infatigable de las partes del cuerpo del muerto/vivo: el cráneo oye, las vértebras vibran, la cabeza siente que la martillan, los huesos de la mano martillan, las arterias de las cienes se brotan, las palmas revelan ser sensitivas, los músculos se contraen, la boca, los ojos, los poros son propuestos para que salga el ruido, los brazos como los de un enano se reducen, la córnea es roída, la piel se reblandece, la carne se estremece, etc. Mucha vida para un ser que está muerto. Vida sentida, palpitante que revela la diferencia con Poe, para quien la vida en la muerte es una tragedia, mientras que para Gabo, debido a las cosmovisiones de su mundo amerindio, es un hecho terrible pero aceptable, un hecho con el que se cohabita sin perder la extrañeza.
De otra parte este cuento de Gabo se aglomera también con otros de Poe, tomando un rumbo no contrario sino desplegando partes de otra ficción. Efectivamente, hay un cuento de Poe en el que el personaje está postergado, ciego, casi muere, es dormido, despierta inmovilizado, oye ruidos, observa ratas que lo pueden devorar. García Márquez toma esto y lo revierte. “La tercera resignación” guarda relaciones con otros cuentos de Poe como “El pozo y el péndulo” o “El entierro prematuro”. Las ficciones no tienen una relación con otras bajo un control tan consiente como el que presume Genette en Palimpsestos (1989). Las ficciones aparecen de manera secreta y menos programada, pues la contaminación entre las ficciones que tramita nuestro cerebro se limita por el arte del acto literario de escritura, que bajo la decisión artística de un ficcionador literario da a luz un nuevo rostro que esconde otros tantos que el crítico descubrirá para sorpresa incluso del literato. Si observamos la situación del personaje de “El pozo y el péndulo”, apreciamos que está condenado a muerte por la inquisición de Toledo en un oscuro cuarto subterráneo. Se sobrepone a caer en un pozo, toma agua, duerme y despierta amarrado por unas correas de cuero. Entonces aparecen dos asuntos que amargan igualmente la postración del resignado personaje garciamarquiano: el ruido y los roedores.
En “El pozo y el péndulo” se lee, siguiendo al narrador protagonista: “un ligero ruido atrajo mi atención y, mirando hacia el piso, vi cruzar varias enormes ratas” (1981:85). El cuento poeriano prosigue:
Durante horas y horas, cantidad de ratas habían pululado en la vecindad inmediata del armazón de madera sobre el cual me hallaba. Aquellas ratas eran salvajes, audaces, famélicas; sus rojas pupilas me miraban centelleantes, como si esperaran verme inmóvil para convertirme en su presa. “¿A qué alimento –pensé– las han acostumbrado en el pozo?” (1981: 88).
Por su lado, en el cuento “La tercera resignación”, dice la voz narrativa:
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