Juan Moreno Blanco - Gabriel García Márquez, cuentista

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El novelista Gabriel García Márquez ocultó al cuentista. La escasa bibliografía crítica consagrada a este género de la escritura del colombiano y la poca frecuencia con la que se le menciona entre los grandes nombres del cuento en el continente lo prueban. Los dieciséis trabajos que componen este libro, la mayoría inéditos, son una contribución al estudio de este campo tan importante en la obra del escritor colombiano. En ellos se abordan temáticas particulares de los cuentos (la muerte, la cultura patriarcal, el ángel, la oniromancia, los niños, la soledad, el doble), la presencia de influencias literarias (Caldwell, Rabelais), el análisis de la versión cinematográfica y teatral de un cuento, la lectura del discurso de Estocolmo como un cuento, el análisis de la unidad temática de Doce cuentos peregrinos, y aspectos de orden conceptual como la desficcionalización, el cuento de formación y la teoría de lo fantástico.

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Por lo anterior es clave Cervantes. Fue El Quijote la obra que representó la recepción absoluta de una ficción por parte de un personaje. Don Quijote es el representante de quien no puede salirse de una ficción, concretada en un tipo de narrativa: las novelas caballerescas. Cervantes mostró los alcances de la captura que hace una ficción sobre el cerebro y las acciones de un hombre; desarrolló con humor y desparpajo cómo los registros de realidad se volvían más contrastantes y paradójicos con una ficción en la que sobre todo creía un solo personaje: el protagonista. Luego, durante distintos eventos, otros personajes, ya con obediencia, ya con fingimiento y socarronería, se sumaban a la creencia para tratar de esconder o resaltar el contraste entre registros de realidad y ficción.

Cervantes, hijo del periodo barroco de la Europa del siglo XVII, agregó al embelesamiento con una ficción, a veces cómico y otros veces patético, el bucle estético de que la ficción declare su ficcionalidad. Bajo la regla de la interrupción de la acción, el sabio manco vuelve la ficción un discontinuo que requiere para su continuidad de ir en pos de un autor representado. Así, realizó el gusto barroco por representar el acto de creación artística, tal como lo pintó Velázquez en Las meninas, unos 50 años después. Son ya profusos los análisis sobre los juegos metafictivos de Cervantes, aumentados cuando el libro primero se vuelve objeto de la Segunda parte. Así, el asunto, se volvió más complejo, pues en la Segunda parte, en tanto representa un diálogo y choque de ficciones, Cervantes innova lo que podemos llamar el proceso de desficcionalización. La manera como don Quijote abandona sus ficciones caballerescas, como lo empujan las acciones de la misma mímesis de las acciones de las narraciones de andantes aventuras, las cuales lo llevan al combate con el caballero del bosque en el capítulo 64 (Cervantes, Quijote II: 531-535), representa menos el camino hacia la cordura como la renuncia a la captura que sobre él tenían las ficciones caballerescas. Cervantes ha desarrollado este involucramiento del lector en la ficción, obligando al personaje preso de esta a que la retire de su proyecto de vida bajo las mismas reglas de dichas ficciones caballerescas, no bajo las reglas del mundo exógeno a lo caballeresco. Vale decir, a sabiendas de la captura de una ficción, el socarrón manco ha escrito un rito a la usanza medieval para desficcionalizar a un lector empedernido.

La desficcionalización es uno de los procesos menos abordados por los analistas literarios. Es verdad que a veces la desficcionalización aparece disfrazada de los procesos de desencanto y desilusión. Pero como los intermediarios entre obra y lector corriente, los transductores según González Maestro (2018), insisten sobre todo en las virtudes de la ficción, olvidan a menudo que estas virtudes incluyen los procesos de desficcionalización. Aunque esto conduce en la mirada de Cervantes a la muerte de don Alonso, es necesario observar que salir de una ficción es un proceso doloroso, triste, en el que las emociones debidas a la ficción quedan en el recuerdo como alicientes de un mundo alternativo y maravilloso, siempre perdido y renovado por la actividad ficcionadora del homo sapiens. Nadie abandona una novela que lo ha atrapado con total dicha, a no ser que no haya sido capturado de verdad. Si un lector ha tenido la desocupación para entregarse a una ficción, no deja esta desocupación con dicha y regocijo. Igualmente, nadie borra del recuerdo el placer o el encanto de una ficción que lo ha cautivado. Y en honor a la verdad, nadie olvida una experiencia no placentera, aburridora, con una ficción.

Hay pues maneras de tramitar el duelo en la desficcionalización. A veces, consiste en mandar la ficción al tarro de la basura por incomprensible, repetitiva o increíble. Más que lamentar un placer no logrado se agradece un duelo que no ha tenido lugar. Pero cuando el lector se involucra afectivamente con una ficción, gran parte de las afirmaciones que ponderan las virtudes de la ficción, se deben a la carga emocional de la lectura. Ante esto, la actividad de analizar y estudiar una ficción obliga a convertir la carga emotiva en carga analítica, y aunque esta también requiere pasión, la emoción de la ficción pasa a un segundo lugar.

Las ficciones a menudo se construyen para hacer creer que son ficciones, tratan de hacer que su poiesis sea consecuente con lo contado para que no se merme el alto valor que una lectura gozosa le da a la obra que causa esta captura. Pero una vez se presenta la toma de distancia, el distanciamiento brechtiano, la desficcionalidad vuelve a la ficción su objeto de crítica, y, aunque no todo se desvanece, si se destiñe la pasión por la ficción. Es más, una obra demasiado gustada y luego analizada se convierte en un trampolín para redirigir nuestro afecto más a nuestro análisis que a la obra. Incluso cuando leemos muchos años después una obra que nos sedujo en plena adolescencia, nos puede parecer deslucida y desteñida.

Es verdad que hay lectores que regresan desde su desficcionalización a la ficción con más instrumentos para valorar la construcción, las referencias, las palabras hacedoras de el evento ficcional, que consiste entonces en el encuentro gozoso entre ficción y lector. Es el caso de aquellos lectores en los que convive la ficción como emoción y la ficción como objeto de análisis sin contradicciones. Este tipo de lectura pide quizá el lector que exige Nietzsche (2014): “un siglo más de lectores y el mismo espíritu olerá mal” (p. 171). Esto es, un lector capaz de leer la ficciones sin tomar distancia para la desficcionalización; un lector con un proyecto avanzado de lectura que no requiere que el poeta enturbie las aguas para encontrarlas profundas (p. 281).

Ahora bien, los procesos de ficción no se presentan solo entre obras cuya ficción atrapa y obras que nos desencantan y se desficcionalizan. Este es solo un caso de un problema más complejo que ejemplificaremos brevemente con el cuento “La tercera resignación” (1947) de García Márquez. Los procesos de desficcionalización son más complejos y convocan más aspectos que el lector y su ficción. Nos referimos al caso en el que una ficción es también un modo de desficcionalizar otra ficción que compone la realidad histórica de un periodo o una época. El Quijote se podría leer también como una obra hecha para burlarse de la ficción de España como imperio, como nación que asumió con contradicciones y fanfarronadas la empresa de dirigir la guerra por el cristianismo. Quizá desficcionalizar promueva procesos de humores frontales o leves; quizá no haya desficcionalización sin risa.

Cervantes mostró que el Quijote es un modo de poner en juego ficciones que juegan, chocan, se abren y amalgaman. De la misma manera hay autores que hacen ficciones para objetar una ficción histórica política, una ficción que hace parte del relato histórico (lo conforma plenamente o dramatiza los hechos con desenlaces falsos). En tal situación, la ficción toma el trabajo de desficcionalizar dicha ficción histórica. Es lo que hizo García Márquez con su relato de la matanza de las bananeras en Cien años de soledad (1997). Enfrentó la ficción de un relato histórico, no para dar cuenta con exactitud de los hechos, sino para contar el hecho mismo: la matanza. La ficción garciamarqueana exageró lo muertos para señalar que lo mismo hacía la ficción histórica, ya negando el hecho, ya menguando su horror diciendo que sólo fueron unos pocos muertos. La ficción literaria enfrenta las ficciones de la historia con sus mecanismos: mostrado, denunciando la ficcionalidad del relato histórico.

Sólo así se puede entender el debate de Subirats (2010) con el Borges de Ficciones:

Literatura como simulacro y artificio, literatura reducida a juegos lingüísticos vaciados de toda experiencia, literatura de los signos, metáforas e intertextualidades fenomenológicamente vaciados de toda realidad, de todo conflicto, de todo drama realmente vivido (p. 12).

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