Los selk´nam nos han dejado un sinnúmero de señales para seguir indagando, y habiendo estado “a la vuelta de la esquina” nos invitan a pensar sobre los orígenes, fundamento y reproducción del patriarcado. Nos señalan caminos para no caer en las versiones que pugnan por establecer el dogma paterno, en el caso puntual del psicoanálisis pone absolutamente en duda al padre de la horda freudiano. Nos hace poner el foco en otro posible inicio de la cultura patriarcal y, de haber existido, muestra que el asesinato primordial no fue contra el padre de la horda sino que se realizó un genocidio contra todo el grupo de las mujeres adultas y que su consecuencia es la justificación y fundamento del patriarcado entre los selk´man.
Creemos haber logrado en este recorrido poner en duda el valor universal -y su consecuente constitución de dogma que fundamenta todo el psicoanálisis- de las ideas freudianas sobre el inicio de la cultura- el asesinato del padre de la hora y la alianza entre hermanos. El valor de la cultura de los selk´nam y sus testimonios nos han permitido reconocer otra manera en que el patriarcado se constituyó, muy especialmente remarcar el femicidio de las mujeres que el mito relata.
1. Una versión abreviada de este capítulo apareció en Topía Revista, número 61, Buenos Aires, abril / julio 2011.
2. Tort, Michel, El Fin del Dogma Paterno. Editorial Paidós, Buenos Aires 2008.
3. Bourdieu, Pierre, La dominación masculina. Editorial Anagrama, Barcelona 2000.
4. Seguiremos las investigaciones de Anne Chapman y Martín Gusinde.
5. Chapman, Anne, Fin de un mundo, Editorial Zgier & Urruty Publications, Buenos Aires, 2008.
6. . Idem anterior.
7. Idem anterior.
8. Chapman, Anne, Hain, Editorial Zagier & Urruty Publications, Buenos Aires 2008.
9. Idem anterior.
10. Idem anterior.
11. Freud, Sigmund, Tótem y tabú, Obras completas, tomo XIII, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1980.
12. Idem anterior
13. Chapman,Anne, Hain, Editorial Zagier & Urruty Publications, BuenosAires 2008.
Las Relaciones De Género:
Su Impacto En La Salud Mental De Mujeres Y Varones
Irene Meler
I) Consideraciones teóricas
El Patriarcado puede ser considerado como un sistema, y en tanto tal, tiende a reestructurarse a través de las mutaciones social- históricas, manteniendo sus características básicas. Esta denominación que proviene del campo histórico, ha sido reflotada por el feminismo académico de la década del ’70 (Firestone, S; 1970; Millett, K; 1975; Delphy, Ch; 1980), para referirse a lo que, más adelante Pierre Bourdieu (1998) caracterizó como “la dominación masculina”. Su origen conocido se remonta hasta las antiguas culturas mesopotámicas (Lerner, G.; 1990) y abarca desde la esfera íntima de la existencia, desplegada en el ámbito familiar, hasta el ámbito público, donde el poder político ha estado en manos masculinas.
El sentido literal del término se refiere al poder de los padres, y con esto alude a que han sido los varones mayores quienes ejercieron dominio sobre las mujeres, los niños, los jóvenes y sobre aquellos hombres que no pudieron calificar para integrar los estamentos dominantes de la masculinidad social. Susana Gamba (2007) nos recuerda que Celia Amorós (1985) plantea que a partir de la Modernidad es posible describir un pacto masculino entre pares, coligados para ejercer dominio sobre todas las mujeres. La autoridad antes omnímoda del pater familias se delega entonces en el Estado, institución que, desde este punto de vista, no representa al conjunto social, sino que expresa el poder de los varones, del cual es heredero.
La dominación patriarcal manifiesta el carácter jerárquico de las estructuras sociales humanas, que algunos sueñan como igualitarias pero que, hasta el momento, han presentado siempre alguna modalidad de estratificación. Si bien el dominio masculino no es ejercido por todos los varones con similar intensidad, existe un rédito obtenido aún por los varones que Robert Connell (1996) ha clasificado como subordinados o como cómplices, por el solo hecho de ser hombres.
De modo que “patriarcado” es un término que enfatiza el carácter asimétrico de las jerarquías sociales basadas en el sexo, mientras que “dominación masculina” alude al hecho de que la pertenencia al género masculino implica ventajas, más allá de que cada varón logre o no, efectivizar los desempeños requeridos para integrar el género dominante.
El campo interdisciplinario de los Estudios de Género abarca ensayos filosóficos, estudios culturales, investigaciones sociales y estudios sobre la subjetividad.
La epistemología postmoderna nos ha familiarizado con la referencia de los conocimientos a los sujetos sociales que los generan, lejos de la ilusión positivista de un conocimiento objetivo cuya validez aspira a la universalidad. En la historia del saber, la universalidad se ha revelado como una universalización espuria del punto de vista parcial de los varones que ocuparon los estamentos centrales de las sociedades humanas, o sea, los hombres blancos, educados, heterosexuales y propietarios.
Los Estudios de Género han sido producidos, en cambio, por los sujetos incómodos con el statu quo de los ordenamientos vigentes sobre el estatuto social de varones y mujeres. La vanguardia de esta tendencia fue representada por las mujeres educadas, que alcanzaron calificaciones académicas en un universo social que aún no tenía espacio para el trabajo femenino extra doméstico, por lo cual no ofrecía recursos institucionales ni arreglos conyugales para dar cuenta a la vez, de la crianza de las nuevas generaciones y de la práctica laboral de las madres. Esta dificultad está lejos de haberse superado, y constituye uno de los problemas sociales acuciantes en el mundo occidental contemporáneo.
En los años 80 se sumaron los varones que mantenían con la masculinidad hegemónica (Connell, ob. cit.) una relación marginal o subordinada, y que indagaron en la experiencia cultural y en la historia humana, buscando legitimidad para su existencia social y subjetiva.
Al mismo tiempo, las voces de las mujeres que integraban sectores sociales subalternizados, tales como las afro americanas, las latinas residentes en EE.UU., las orientales europeas, y las lesbianas, se unieron de modo polémico al coro femenino, aportando puntos de vista que arrojaron luz sobre modalidades específicas de subordinación y explotación de la feminidad. En los comienzos de los estudios feministas se cuestionó la naturalización de la diferencia sexual, y se puso de manifiesto que se trata de una categoría cultural construida sobre la información que proviene de la diferencia sexual anatómica pero que la elabora bajo la forma de una jerarquía social. Sin embargo, esta percepción de las relaciones de poder que atraviesan las relaciones sociales entre varones y mujeres resultó con el paso del tiempo algo esquemática, en tanto no daba cuenta de las complejas modalidades de estratificación derivadas del cruce del género con otras variables, tales como la clase, la etnia y la edad. El género como categoría teórica da cuenta entonces de uno de los órdenes fundantes, de modo lógico y cronológico, de las jerarquías sociales. Pero para captar la existencia social y subjetiva de cada sujeto, es necesario articular la percepción de su estatuto asignado sobre la base de su sexo, con otras formas de ubicación social derivadas de su capital económico y cultural, su origen étnico, su edad y la orientación de su deseo erótico.
Si bien la indagación académica se beneficia con el refinamiento de las categorías de análisis, debemos recordar que estos desarrollos se anclan en una visión política, que necesita definir cuales serán los sujetos de las reivindicaciones sociales promovidas. Esta definición se ha logrado mediante el acuerdo en lo que se ha denominado como “esencialismo estratégico” (Braidotti, R.; 2000), o sea un acuerdo de unificación de las diversas posiciones subjetivas sobre la base de su pertenencia común a un género, en este caso, el femenino. Este acuerdo refleja una realidad fáctica: en efecto, aún las mujeres de los estamentos dominantes, comparten con sus congéneres que padecen diversos órdenes de subordinación, la condición subalterna ante los varones, que no por haber perdido su carácter manifiesto y explícito está menos vigente en la actualidad
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