César Hazaki - La crisis del patriarcado

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El mundo se encuentra sacudido por otra de las grandes crisis del capitalismo, la misma hace el barrido final a las ilusiones posmodernas. Así nos despedimos del supuesto fin de la historia que auguraba un destino firme y perenne para la democracia burguesa. Esta última se encontraba barnizada por lo políticamente correcto y de ideales narcisistas. Detrás de estos presupuestos navegaban, a sus anchas, la plena vigencia del capitalismo y la dominación masculina. Este maridaje, a la luz de los últimos acontecimientos, hace agua pero como sistema no ha perdido su capacidad para reproducirse y reciclarse. Así capitalismo y patriarcado conforman una dupla que debe ser puesta en cuestión como un conjunto, estamos aprendiendo que no pueden ser pensados por separado y que es necesario develar sus relaciones y su capacidad para reproducirse.Este libro viene a apuntalar la masa crítica de conocimientos que, desde distintas perspectivas, promueven horadar al patriarcado como fundamento de la cultura. Por donde se lo mire el patriarcado estableció y promovió un dogmatismo conceptual en las ciencias sociales que reafirmó, en diversos períodos históricos, las razones de ser de la dominación de las mujeres por parte de los varones. Esta dominación no sólo estableció el conjunto de las relaciones familiares y la consecuente subjetividad de época sino que colaboró en sustentar cuanto sistema de poder hemos conocido en la historia.El psicoanálisis, la antropología y la historia se hallan atiborradas de propuestas que no hacen sino sostener teóricamente al patriarcado. En estas páginas se podrá encontrar una puesta al día de conceptos-herramientas para la tarea de desenmascaramiento del patriarcado. César Hazaki

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Vivían en familias que podían tener entre treinta y cuarenta integrantes, en territorios claramente delimitados denominados haruwen, donde cada individuo pertenecía a un linaje patrilineal y a un territorio.

Anne Chapman sostiene que eran poblaciones que no pasaban hambre: “el hábitat de los selk´nam, aunque situado en el extremo austral del hemisferio, no era una región marginal, pobre en recursos, sino más bien favorable para este género de vida pues había sustentado poblaciones durante más de diez mil años (…) no era pues un lugar de refugio que limitara la expresión cultural de sus habitantes”. 6Lo que refuerza el interés por la misma, en su largo proceso de asentamiento y desarrollo, en Tierra del Fuego, tuvieron la posibilidad de desplegar su rica cultura por milenios.

Colaboró con lo anterior que el terreno favorecía la subsistencia de los selk´nam y sus vecinos -los haush muy emparentados culturalmente con los selk´nam- dado que la variedad de flora y fauna ofrecía los recursos para satisfacer sus necesidades alimenticias, todas las observaciones y relatos establecen que las hambrunas no eran frecuentes entre ellos. Hay que recordar que eran parte de su variada dieta: el guanaco, el zorro, el lobo marino, la grasa y carne de ballena, roedores tucu tucu, aves y peces, más diversos vegetales. No sólo existía una provisión regular de alimentos sino que habían desarrollado un método de conservación que permitía la conservación de los mismos durante cuatro semanas. Estas reservas alimenticias quedaban guardadas en los lugares que dejaban, al volver ya había unas provisiones que permitían montar el campamento sin estar compelidos por el hambre.

Organización social

Gusinde señalaba que los “... miembros de cada familia, más exactamente: hombre, mujer e hijos, constituyen en el sostenimiento de la casa una cerrada comunidad de trabajo, que existe y labora con independencia de las demás. No hay diferencias de clases bajo el punto de vista del trabajo, ni bajo otras consideraciones, así como tampoco se encuentran sometidos los miembros de la tribu a una autoridad superior común”. 7

La sociedad selk’nam no habría contado con jefes u órganos de autoridad como consejo de ancianos, etc. Pese a ello existía una jerarquía -chamanes, sabios y profetas- que ocupaban los hombres, como no podía ser de otra manera dentro de este férreo dominio patriarcal, pese a ello hubo algunas excepciones: existieron mujeres que fueron chamanes.

Trabajo

Existía una división sexual del trabajo. Las mujeres estaban al cuidado de los hijos, realizar cestos, curtir cueros, recolectar raíces y huevos, cazar roedores, pescar con lanzas en lagunas pequeñas y cargar con todos los elementos del campamento cuando se trasladaban de un lugar a otro.

La actividad central de los hombres era la caza, para la misma era necesario saber construir y manejar el arco y la flecha, conocer las costumbres de las presas, aprender a adiestrar perros, seguir huellas y preparar emboscadas, eran los que trozaban y repartían la carne lo que seguramente, cotidianamente, reforzaba la supremacía del varón. Distribuir el producto de la caza, cuánto le correspondía a cada uno de la comida que se servía tenía la marca indiscutida de la autoridad masculina.

Pero esta dominación patriarcal no estaba exenta de lazos solidarios que debían sostenerse y respetarse, Gusinde hace notar que: “La ayuda mutua espontánea libera a todos de la preocupación por el futuro y del esfuerzo por conservar de una manera especial determinadas cantidades de alimentos”. 8Esta sociabilidad, donde cada familia se proveía a sí misma, no perdía de vista que su pertenencia al linaje establecía la colaboración entre sus integrantes. Todas las crónicas dan cuenta de una cultura altamente competitiva y guerrera, es decir que vivían bajo los ideales viriles propios de la dominación masculina.

El mito

En la cultura selk´nam un miedo permanente de los varones era la posibilidad de que las mujeres tomaran el poder. Lo consideraban un peligro inminente, este miedo los hacía estar convencidos de que debían sostener a toda costa la alianza entre hombres -la que siempre era reforzada en la vida conyugal y familiar, el ejemplo mencionado más arriba del reparto de lo conseguido en la caza lo demuestra- por eso los varones se obligaban a mantener el secreto de cómo habían logrado dominarlas. La fisura de esta alianza, miedo muy concreto de que un hombre le contara a su mujer el secreto del Hain, ponía en cuestión todo el sistema de creencias y valores patriarcales, lo que no podía permitirse de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia.

El mito da cuenta de por qué la posible rebelión de las mujeres los amenazaba, Anne Chapman nos da pistas claras al respecto: “En la época hoowin (tiempo mítico), las mujeres gobernaban sin piedad a los hombres. Los obligaban no sólo a cazar y a proveer lo necesario para la subsistencia, sino también a ocuparse de los niños y a desempeñar todas las tareas domésticas. Los hombres vivían en medio del terror y el sometimiento. (…) las mujeres se reunían solas (…) A ellos no les era permitido sentarse en el círculo de las mujeres cuando éstas deliberaban. (…) Las mujeres temían que (los hombres) se rebelaran y dejaran de obedecerles (…) se les ocurrió engañar y atemorizar a los hombres disfrazándose de espíritus: ‘inventaron’ la ceremonia del Hain”. 9

Las mujeres, en el tiempo mítico, tenían clara conciencia de que los hombres eran más fuertes y estaban armados y que de comprender la situación se hubieran rebelado y asesinado a las mujeres. Era necesario que los varones aceptaran a estos espíritus caprichosos y tiránicos -que no eran otras que las propias mujeres de la comunidad disfrazadas muy elaboradamente- que supuestamente surgían desde el centro de la tierra o bajaban del cielo a la gran choza ritual.

Mientras los hombres creían en el Hain, proveían a los “espíritus” de la choza ritual toda la comida que se les pedía, dentro ella las mujeres se divertían y se burlaban de la ingenuidad masculina. Todo iba bien hasta que Sol (dios masculino) pasó por la choza y observó la verdad: que los espíritus eran las mujeres disfrazadas y que estaban ensayando las próximas escenas para atemorizar a los hombres. No hizo falta más para que el Sol comprendiera que todo era una farsa teatral para mantener sojuzgados a los hombres.

Los varones se organizaron y rebelaron. Organizaron la matanza de todas las mujeres, excepto las pequeñas. Conquistado el poder, muertas todas las mujeres adultas, había que construir un mito acorde -recordar que la historia la escriben los que triunfan- para ir moldeando a esas niñas en las futuras adultas selk´nam. Como vemos no se esforzaron mucho, no hubo un alarde de creatividad por partes de esos varones que tomaron el poder contra las mujeres, simplemente invirtieron el mito. A las pequeñas niñas las criaron hombres bajo el mismo mito del Hain que contaría la historia al revés, en ella los hombres encarnarían a los espíritus que de aquí en más sometería a las mujeres. A partir de ese momento los hombres disfrazados se recluirían en la choza grande para generar allí las representaciones teatrales que aterrorizarían a los niños y las mujeres.

La lógica de esta dominación masculina era que las mujeres -criadas bajo el terror a este relato mítico- creerían a pie juntillas en él y vivirían sometidas a estos espíritus crueles y caprichosos del Hain, que recordemos se trató sencillamente de invertir lo que contaba el Hain original inventado por las mujeres del tiempo mítico. Para ellas, esas niñas criadas por los varones, quedó así constituida la prohibición de conocer o averiguar cuál era la verdad del ritual y la identidad de esos seres disfrazados de espíritus atemorizantes -los hombres de su propia tribu-. Cualquier mujer que intentase hacerlo era asesinada sin dilación.

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