Cuestiones preliminares
Estos alcances teóricos y prácticos de la filosofía del lenguaje se remontan a los primeros estudios realizados por Gottlob Frege (1848-1925) en lógica y matemática, de donde se deriva su preocupación por el lenguaje y por el impacto que este tiene sobre la significancia y comportamiento de aquellas frases que, por un lado, describen y nombran y, por otro, simplemente anuncian un contenido. Esta preocupación llevó a Frege a argumentar que los términos del lenguaje tienen sentido y denotación, es decir, que se requiere un mínimo de relaciones semánticas para explicar su significado o importancia.
En su texto “Sobre sentido y referencia”, Frege (1973) distingue entre el valor cognoscitivo y el valor veritativo de un enunciado o pensamiento, aun cuando ambos sean esenciales para el entendimiento. Empero, tal afirmación conlleva una incoherencia puesto que el valor cognoscitivo es distinto del sentido del enunciado; o sea, el pensamiento expresado en él no entra menos en consideración que su referencia, es decir, su valor veritativo. Para enfrentar tales dificultades, Frege se enfrentó Mill y a Husserl, pensadores que rechazaban todo conocimiento a priori, incluyendo el concepto de número, pues las leyes de la matemática se derivan deductivamente y las imágenes de los objetos que abstraemos son primeramente subjetivas y luego se objetivan.
Según Frege, tal abstracción —entendida como una dificultad endémica a la relación entre la trivialidad y la informatividad de un enunciado— es razón suficiente para diferenciar entre la referencia a una expresión y el sentido de esta, y al mismo tiempo para reconocer la diferencia entre dar información acerca del mundo y hacerlo frente al uso del lenguaje en este proceso. El uso del lenguaje es, entonces, la necesidad de reconocer el sentido de una expresión y su relación con el valor cognoscitivo.
Para suplir tal necesidad, Frege introduce la propiedad semántica de sentido. El sentido de una expresión supone un modo de presentación o un modo de determinación —por lo general intuitivo— de cómo el referente es presentado a quien habla. El sentido de una expresión es entonces el modo de presentación, que está obligatoriamente relacionado con la expresión que el hablante asocia para que pueda llegar a ser comprendido como entendimiento. En otras palabras, entender una expresión es comprender su sentido y, a la vez, reconocer que adquiere sentido porque este, de hecho, se ha establecido previamente. Los términos del lenguaje tienen sentido y lo denotan solo si las relaciones semánticas son requisitos mínimos para explicar su significado. Sin embargo, Frege distingue entre los diferentes sentidos de una expresión y las ideas. Esta distinción supera las diferencias lingüísticas desde el valor cognoscitivo y el valor veritativo, para situar el sentido en los espacios públicos y privados de la comunicación.
Ahora bien, surge el siguiente problema: uno de los avances simbólicos más importantes de Frege consiste en haber eliminado del lenguaje lógico de las matemáticas las nociones de sujeto y predicado propias del lenguaje natural. Frege reemplaza el par sujeto-predicado por el par argumento-función. Esta sustitución permite una explicación más precisa y amplía la cuantificación en el lenguaje, esto es, la formalización y, por tanto, la posibilidad de representar las relaciones lógicas entre frases a través de varios cuantificadores.
Dicho de otro modo, en el lenguaje natural —u ordinario— la fuerza afirmativa recae exclusivamente en los predicados, lo que a su vez reitera el significado del signo lingüístico desde una perspectiva referencialista. Lo anterior se expresa en la siguiente proposición de Frege (1973):
La forma lingüística de las ecuaciones es una oración afirmativa. Una oración de esta especie contiene como sentido un pensamiento —o pretende al menos contenerlo— y este pensamiento es en general verdadero o falso; es decir, tiene un valor de verdad que debe ser concebido como la denotación de la oración, tal como el número 4 es la denotación de la expresión “2+2” o como “Londres” es la denotación de la capital de Inglaterra. (p. 33)
En otras palabras, cuando el individuo asevera algo, es el predicado el que denota algo acerca del sujeto con tal rigurosidad que permite determinar la veracidad o falsedad de la proposición en relación con el mundo. Y es el verbo el que media y hace posible una comprensión del valor veritativo de lo que se afirma, convirtiendo la propiedad indicada por el predicado en verdad. Así, entonces, Frege (1973) introduce un nuevo simbolismo, una notación conceptual —un signo de aserción2— que se antepone a los signos proposicionales, lo que le permite “ser verdadera”. Asimismo, este filósofo-matemático introdujo su distinción “sentido-referencia”, a partir de la cual la noción de contenido juzgable de una expresión (una oración) quedó reemplazada por la idea de nombre complejo, y este último, por ser un nombre, tiene también tanto un sentido como una referencia. Precisamente, decir que una oración (nombre complejo) tiene tanto un sentido como una referencia es afirmar que posee un contenido juzgable.
Del anterior planteamiento derivan varias dificultades. Una de ellas es que no solo los nombres complejos tienen sentido y referencia, sino también las funciones y los nombres. Por consiguiente, el mero par ordenado “sentido-referencia” no basta para esclarecer lo que es el contenido juzgable, puesto que expresiones que carecen de él tienen igualmente ambos atributos. Esta manera de focalizar el análisis de las oraciones afirmativas en el lenguaje ordinario sin determinar sus dimensiones asertivas reconoce que una expresión está determinada por su función dentro de la proposición y, por ende, se ve privilegiada por el contexto configurado.
Es este el resultado de la respuesta que dio Gottlob Frege a una carta de Bertrand Russell donde explicaba la contradicción acerca de los predicados. Este último filósofo cuestionaba la veracidad de la expresión “un predicado es un predicado de sí mismo”, para así identificar la necesidad de evadir la paradoja a la que nos lleva el modo de determinación de un enunciado o el sentido de la expresión. Frege responde a Russell diciendo que de manera particular una noción es un predicado de su propia extensión; es decir, Frege recae sobre el concepto de función como criterio de análisis de sentido.
Las frases tienen valor en la medida en que su función es el resultado de reconocer que su significado es el sentido y sus expresiones relacionales: toda expresión tiene significado en la medida en que su sentido posibilita relaciones, es decir, contribuye al fortalecimiento y ampliación del espacio comunicativo. Esta comprensión de la función sugiere que el sentido de una expresión permite a su vez una transición de lo privado a lo público, e igualmente es posible afirmar en primera instancia que el lenguaje, además de describir la realidad para los individuos, construye realidades desde el sentido y el significado como condiciones necesarias para su entendimiento.
A pesar de las críticas contemporáneas a los alcances teóricos y prácticos del sistema lógico propuesto por Frege —especialmente las de Wittgenstein, que cuestionó y rechazó el uso del verbo como criterio para la veracidad de un enunciado—, es necesario rescatar la sustitución del par “sujeto-predicado” por el de “argumento-función”, ya que sitúa la veracidad de un enunciado en sus relaciones con otros enunciados.
Ahora bien, Wittgenstein acepta el carácter práctico del lenguaje, lo que lo lleva a reconocer que este último tiene un efecto sobre el comportamiento de quienes lo usan: el significado de las palabras y el sentido de los enunciados están en la función y el uso del lenguaje. Dado que los usos son muchos, tanto Wittgenstein como Frege están de acuerdo con que el lenguaje no comparte una esencia común, pero tiene un parecido familiar, colectivo. En su texto Aforismos. Cultura y valor, Wittgenstein (1996) argumenta que las significaciones que constituyen los límites de nuestro entendimiento del mundo se revelan en la comunicación y el hacer dentro de la cultura. El lenguaje como tal es el medio de expresar la significación y es un instrumento que dinamiza la cultura, pues es determinante a la forma de interacción y vida de los individuos3.
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