El lenguaje en general se sitúa como el horizonte por medio del cual todo ser humano emprende la tarea de comprenderse a sí mismo. El lenguaje teje una red de sentidos y significados que permite movilizar recursos semánticos centrales en el pensamiento y, por tanto, la construcción y reconstrucción de distinciones claras sobre las condiciones que nos rodean. El lenguaje hace posible el desarrollo armónico de reflexiones sobre lo concreto, pero también sobre las contingencias. El lenguaje es capaz de narrar lo inenarrable. La fuerza misma del lenguaje se encuentra en su escenificación y en la transformación plural de los recursos incalculables que posee el ser humano, para así traducir su acontecer particular en un acontecer vinculado, es decir, político.
Son estas diversas formas de desenvolvimiento del lenguaje las que permiten pensarlo a través de un despliegue de matices de interpretación y alocución. Las representaciones que orienta el lenguaje recogen las condiciones fácticas que conducen a un sinnúmero de consideraciones y posibilidades constructivas, lo cual conlleva reconocer tanto los elementos de la tradición como las nuevas apuestas teóricas que cristalizan un carácter acontecimental. Sin pretender un carácter normativista, el lenguaje compila, de manera abierta, un registro distinto pero vinculado de aproximaciones sobre la posibilidad e imposibilidad misma de contemplar el mundo a partir de experiencias que identifican el pensar.
En las reflexiones sobre el lenguaje tenemos, entonces, la posibilidad de ver —más allá de los enfoques dominantes— formas particulares de comprensión que confrontan y exponen un pensamiento plural sobre el mundo que compartimos. Los textos que se presentan en Contingencias del lenguaje se desligan de cualquier registro normativo o regulador de la realidad. Ellos se erigen como perspectivas diversas de análisis y manifestaciones que permiten reconfigurar las compresiones subjetivistas y deterministas sobre los distintos acontecimientos y fenómenos de la vida en común.
El lector encontrará en las páginas de este libro una serie de capítulos y miradas que interpelan la posibilidad de pensar el lenguaje de lo diverso. Advertirá que algunos de los textos se remiten a escuelas clásicas de análisis del lenguaje como fuente que inspira su argumentación, en tanto otros acuden a la hermenéutica como forma de interpretación del lenguaje. Cada una de las voces muestra las distintas formas de análisis sobre un mismo tema. Todo pensamiento mira desde un lugar, se sitúa y se alimenta por experiencias a la luz de la tradición y el debate; por eso, no hay pensamiento alguno que florezca sin la posibilidad de ser interpelado.
Algunos de los textos que aquí se presentan son fruto de investigaciones reconocidas por entidades estatales (Colciencias) o de trabajos doctorales y de maestría, lo cual da cuenta de su carácter riguroso y sistemático. En primer lugar, Hernando Estévez, con su texto “El lenguaje de la diferencia”, devela cómo el lenguaje ofrece esa posibilidad única de describir los fenómenos de la realidad. En ese sentido, advierte que la pregunta por el significado y sentido del lenguaje sitúa al sujeto ante un plano metafísico y epistémico, por cuanto describe la esencia de las cosas en sí mismas y concede acceso al entendimiento. De igual forma, recuerda que las significaciones que constituyen los límites del entendimiento del mundo se revelan en la comunicación y el hacer dentro de la cultura. Así, a través del lenguaje de la diferencia, los sujetos se autoafirman en una relación dialéctica del devenir, que invita a una conciencia de uno mismo como parte subjetiva y objetiva de la especie humana.
En “El lenguaje del fundamentalismo: mercadeo, bullshit, neolengua, glosolalia”, Germán Bula examina el fundamentalismo como un fenómeno cognitivo, es decir, explora el tipo de mente que lleva a cabo, en palabras de Schimmel, “acrobacias pseudocognitivas” para sostener ciertas creencias poco razonables. Lo que busca este enfoque es identificar ciertas constantes formales en el pensamiento fundamentalista, tales como un escepticismo modulado o el pensamiento antagónico, según el cual se adoptan creencias contrarias a aquellas de cierto grupo que se toma como enemigo. El análisis lógico del fundamentalismo cognitivo puede completarse con un análisis del lenguaje que lo dice.
Hernán Rodríguez, en “El lenguaje del mal”, aborda la necesidad de encontrarle un sentido a aquello que se comunica sobre el mal, sobre todo sin ser partícipes únicamente del lugar de la negatividad. El autor plantea una cierta imposibilidad de comprender el mal por la finitud misma del hombre y las limitaciones propias de su condición humana; pero, al mismo tiempo, indica que experienciar el lenguaje, apartados de las lógicas y absurdos dogmatismos o condiciones éticas, puede develar la intimidad del mal. En dicho sentido, hablar del lenguaje del mal no implica figurarlo en abstracto. Si se parte de tal premisa, resulta imposible tematizar el mal. Antes bien, el lenguaje del mal supone aproximarse a él a partir de descripciones concretas de las acciones acometidas.
Carlos-Germán van der Linde, en su texto “El habla de la calle en la narrativa colombiana: el problema del lenguaje al narrar la alteridad en literatura”, estudia el problema del lenguaje en la violencia urbana, desde el habla callejera de los personajes y la voz narrativa de las obras, en un sector de la literatura colombiana. El autor parte de Aire de tango de Mejía Vallejo, una obra que representa al emigrante del campo a la ciudad, cuya forma de hablar es original de su región, pero con algunos elementos del habla carcelaria. Luego se analiza la obra de Ramírez Gómez, En la parte alta abajo, en la que la alteridad ya no es representada por el desplazado sino por el joven pandillero, cuya habla es propia de las barriadas. Finalmente, se llega a la novela corta del reconocido cineasta Víctor Gaviria, El pelaíto que no duró nada, donde se cede la voz narrativa a un sujeto real de la calle a través de la estrategia del testimonio novelado.
Iván Rodríguez, en “El lenguaje, la verdad y la política”, establece múltiples relaciones entre lenguaje y política. De hecho, para el autor no es posible pensarlos aisladamente como si los conceptos fueran una especie de sustancias que poseen existencia en sí mismas. En ese sentido, se explica cómo la filosofía analítica y la hermenéutica muestran, desde distintos horizontes, que finalmente aquello que pensamos tiene necesidad del lenguaje por el valor que posee. Para dar curso a esta pretensión, en primer lugar se retoma la discusión en torno a las pretensiones de verdad que posee el lenguaje. Después se analiza con Hannah Arendt la unidad entre lenguaje y política. Finalmente, se siguen los estudios de Habermas respecto al valor político del discurso.
Carlos Valerio Echavarría, en “Semánticas de la educación rural: lenguajes de maestras y maestros”, intenta mostrar cómo la construcción de paz es una demanda social con la que se pretende allanar caminos políticos, éticos, ciudadanos y pedagógicos que contribuyan a potenciar coexistencias y construir el entre-nos y las experiencias de otredad. Asimismo, desde una apuesta educativa, expone un saber práctico y propósitos transformadores: dar cuenta de las expectativas del buen vivir, el ser y el estar con otros en el mundo. Para el autor, la paz como propósito formativo transita entre una analítica del lenguaje y la comunicación, del acontecimiento y el cambio de perspectiva, y de una ontología del ser en cuanto coexistencia del ser-maestro-en el mundo. Por ello, la escuela, el maestro y los aprendices que han constituido un correlato rural del ser y del existir entre planicies, llanuras, selvas y montañas son la inspiración de esta reflexión.
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