Vivian Idreos Ellul - Los últimos hijos de Constantinopla

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Basada en hechos reales, es la odisea de la familia Ellul que emigra desde Malta en 1854 a Constantinopla, donde asiste a las últimas convulsiones de la caída del Imperio Otomano y la llegada de Ataturk, hasta que finalmente en 1941 durante la segunda guerra mundial se ve obligada a abandonar su hogar, iniciando así un periplo que la llevará a la diáspora en un relato sorprendentemente actual.Son los nacionalismos, la xenofobia, la limpieza étnica, la desigualdad de género, la ruina material y moral que, por conveniencias de los poderes del momento, llegan a convertir a inocentes seres humanos en víctimas desprovistas de la más mínima dignidad. sin papeles ni identidad.Se trata de una entrañable novela, de un relato profundamente humano y de un documento histórico imprescindible para entender el drama humanitario que actualmente podemos presenciar en el Mediterráneo.

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Argento dio un salto, abrió la puerta y exclamó:

—¡Pero si todavía no me he vestido!

La sirvienta explicó que ya había tocado varias veces a su puerta, pero que no había contestado. Entraron dos criadas más y le ayudaron a ponerse el vestido de encaje y perlas que su madre había encargado. Argento, muy nerviosa, se dejaba ayudar para que le abrocharan los diminutos botones, en forma de perla, que subían a lo largo de la espalda hasta el cuello del vestido. Argento, ante su gran espejo, contempló el resultado con satisfacción.

—¡Que entre la peluquera! —pidió Argento por fin.

Su pelo era negro y con un rizo natural que le sentaba bien de cualquier forma. La peluquera de su madre, francesa, por supuesto, le hizo un peinado excesivamente sofisticado y Argento, con su natural testarudez, la obligó a hacerle otro más sencillo y juvenil, pero especialmente atractivo. Su rostro, sin ser bello debido a su nariz algo ancha y chata, estaba iluminado por unos enormes ojos negros muy expresivos. Antes de fijar el velo en su cabeza, Argento colocó un fino collar de diamantes alrededor de su delicado cuello, una pulsera a juego y su pequeño reloj de oro. Con su piel blanca y aterciopelada no le hacía falta mucho maquillaje. El resultado que reflejaba el espejo era encantador.

Antonio no había podido dormir apenas la noche anterior. Se había puesto el traje, elegante de moda, hecho según las instrucciones de su madre. Ya había llegado a la iglesia con sus padres y estaba pasando el mal momento que pasan todos los novios hasta la llegada de su prometida. Por fin, Argento apareció en la entrada de la iglesia, de mano de su padre, el señor Crivillier, un hombre alto, seguro de su persona, pero algo gordo, reflejando su estilo de bon vivant.

La iglesia estaba repleta de invitados, todos admirando a aquella pareja que parecía encontrarse en otro mundo. Al verse, Antonio y Argento olvidaron todo lo que les rodeaba. La ceremonia discurrió como un sueño para ellos, un sueño fugaz y maravilloso con el que quedaría sellada su felicidad.

III

Paolo y Antonio seguían de cerca los acontecimientos. El sultán Abdul Medjid había muerto joven sin concluir su obra reformadora. Le había sucedido su primo, Abdul Aziz, muy diferente de carácter. Egocéntrico y caprichoso, estaba dilapidando las arcas del Estado. La gente decía que mientras su abuelo Mahmud II había sido ávido de sangre, Abdul Aziz era ávido de oro. Había una corrupción rampante y un malestar social generalizado. No se daba cuenta de que el imperio ya estaba en bancarrota. Organizaba una fiesta suntuosa tras otra a las que invitaba a todos los parásitos que le rodeaban, pero jamás a los hijos del sultán anterior, Murad y Abdul Hamid. Les había encerrado en el palacio de Dolmabahçé, del que no podían salir sin su autorización.

Se decía que cada fiesta necesitaba unos cinco mil criados para atender a trescientos huéspedes que iban acompañados por las melodías de varios centenares de músicos y servidos en platos de oro macizo incrustados de rubíes y esmeraldas que el sultán había comprado en el extranjero.

Entre 1875 y 1878 el país atravesó tiempos difíciles. En 1873 se produjo una crisis financiera a nivel mundial que impidió al Imperio Otomano obtener más créditos y que coincidió con una sequía, seguida de inundaciones que provocaron un malestar generalizado, incluso hambruna, entre los campesinos. A estos problemas se sumaba una fuerte presión fiscal, que iba en aumento debido al creciente endeudamiento del país.

A pesar de la situación, los Ellul no se dejaban desviar de su camino. Se apoyaban en la experiencia adquirida a lo largo de generaciones, lo que les hacía profundos conocedores de los elementos: el viento, el color del cielo y del agua o el estado de la mar les daban pistas para guiarse a cada paso. En ocasiones, una vez encontrado el barco hundido, debían esperar varios días antes de lograr rescatar su valioso contenido. Había que decidir cuál era el momento idóneo para iniciar las prospecciones. La colocación del traje del buzo precisaba de la ayuda de varias personas. Una vez puesto y revisado varias veces, se bajaba el buzo al agua con el máximo cuidado. Entonces descendía por el gran peso del traje y, una vez abajo, cada movimiento efectuado para actuar suponía un considerable esfuerzo. Inspeccionar el fondo del mar tampoco era fácil y la búsqueda y recogida de los objetos que pudieran hallarse en los barcos hundidos precisaban de varias inmersiones antes de lograr sacarlos y subirlos al barco.

El resto de la tripulación estaría aguardando atenta y ansiosamente cada instrucción que indicara el buzo. Su respiración bajo el agua se aseguraba mediante el bombeo de aire comprimido. Al finalizar las inmersiones, de 30 a 50 metros de profundidad, se elevaba el buzo a la superficie.

Lo peor era cuando una tormenta se presentaba de forma repentina antes de haber sacado al buzo del mar. Hasta entonces, y pese a haber tenido que desenvolverse en situaciones difíciles e imprevisibles, los Ellul habían tenido mucha suerte. Sin embargo, desconfiando más de los hombres que de los elementos, los Ellul y los Infante contemplaban pavorosos el giro de los acontecimientos, que apuntaban cada vez más a una situación política imprevisible y, por lo tanto, inestable para los negocios. En 1876 los periódicos se llenaron de noticias sobre los disturbios que habían estallado en Bulgaria, ante los cuales el sultán Abdul Aziz permanecía indiferente. Allí, musulmanes y cristianos empezaron a experimentar un miedo mutuo de exterminación. En la misma Constantinopla, por primera vez los trabajadores del arsenal se habían declarado en huelga, un hecho sin precedentes. Exigían la dimisión del gran visir y del Cheik Ul Islam, autoridad suprema del clérigo musulmán.

Corrió la voz de alarma, y en medio de tanta inseguridad y crispación, mujeres, niños y ancianos se encerraron en sus casas y solo los hombres salían, con mucha cautela, para ocuparse de sus negocios. Los Ellul, que vivían en Moda, a las afueras y lejos del centro, padecieron menos la tensión generalizada, pero en cambio se encontraban algo aislados.

El reinado de Abdul Aziz resultó desastroso y cuando fue destronado la población sintió un gran alivio, aunque muy temerosa del futuro que la aguardaba. Murad fue declarado sultán. Él era un hombre muy educado y liberal. Quiso tomar medidas urgentes. Pensaba que la peor plaga del imperio era la ignorancia y que la escuela debería ser la base de la igualdad civil y política, reposando sobre una constitución fundada en los principios de la democracia. Tales ideas resultaban demasiado liberales para su entorno y para los intereses creados. Bajo el pretexto de que padecía una enfermedad mental, fue, a su vez, rápidamente destronado y reemplazado por su hermano Abdul Hamid, bastante menos ambicioso y más conservador.

Por un lado, la agitación nacionalista en los Balcanes se extendía y, por otro, en 1877 había estallado la guerra contra Rusia. Las potencias europeas intervenían siempre para sacar el máximo provecho del desmembramiento del Imperio Otomano, que tuvo que reconocer la independencia de Rumania, Serbia y Montenegro, cediéndoles territorio. Mientras tanto, Austria-Hungría logró hacerse con Bosnia y Herzegovina, y Chipre pasó a manos de Gran Bretaña.

Los territorios otomanos en Europa quedaron reducidos a Macedonia, Albania y Tracia, mientras que la influencia europea se acrecentaba. Gran Bretaña llegó a intentar supervisar las reformas gubernamentales en las provincias otomanas orientales, aunque sin gran éxito. Dado el enorme endeudamiento otomano, había pocos recursos disponibles para emprender reformas y para reorganizar el país.

Hubo también factores internos de gran relevancia. El Tanzimat (la «reorganización») había producido diferentes reacciones, como la oposición tradicional a las reformas, la oposición de los intelectuales bajo la influencia de ideas occidentales y la determinación de deponer al sultán. Iba tomando forma la idea de crear una asamblea representativa para controlar el poder ilimitado y desenfrenado del sultán y de sus ministros. Este ambiente llevó a la idea de una constitución y de lealtad hacia la madre patria otomana.

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