Vivian Idreos Ellul - Los últimos hijos de Constantinopla

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Los últimos hijos de Constantinopla: краткое содержание, описание и аннотация

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Basada en hechos reales, es la odisea de la familia Ellul que emigra desde Malta en 1854 a Constantinopla, donde asiste a las últimas convulsiones de la caída del Imperio Otomano y la llegada de Ataturk, hasta que finalmente en 1941 durante la segunda guerra mundial se ve obligada a abandonar su hogar, iniciando así un periplo que la llevará a la diáspora en un relato sorprendentemente actual.Son los nacionalismos, la xenofobia, la limpieza étnica, la desigualdad de género, la ruina material y moral que, por conveniencias de los poderes del momento, llegan a convertir a inocentes seres humanos en víctimas desprovistas de la más mínima dignidad. sin papeles ni identidad.Se trata de una entrañable novela, de un relato profundamente humano y de un documento histórico imprescindible para entender el drama humanitario que actualmente podemos presenciar en el Mediterráneo.

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En un primer momento, Abdul Hamid aceptó la idea de una constitución y de un parlamento. Sin embargo, su reinado había comenzado bajo malos augurios y las desgracias surgían por doquier. Los serbios y montenegrinos declararon la guerra contra el Imperio Otomano, mientras que los intereses de Rusia e Inglaterra se enfrentaban al intentar sacar provecho de la situación. El 17 de abril de 1877 Rusia había declarado la guerra y los ingleses, para detener su avance, propusieron al sultán permitir que la flota británica entrara en Constantinopla. Además, estaban dispuestos a concederle un préstamo importante en contrapartida por la adquisición de posiciones territoriales.

La situación en Constantinopla era dantesca. Miserables refugiados y pordioseros llenaban las plazas y los porches de las mezquitas. La gente se moría de hambre en la calle, mientras que el sultán se encontraba impotente y pedía el cese de las hostilidades. El recién creado Parlamento se oponía a esta decisión, pero la guerra con Rusia tuvo que terminar con la derrota del Imperio Otomano.

El Parlamento ya no volvería a ser convocado hasta 1908. Los liberales Jóvenes Turcos fueron exiliados y algunos ejecutados. Esta era la cruel realidad de un imperio en declive que se debatía entre la vida y la muerte.

Pese a todo, la fortuna continuaba sonriendo a los Ellul. Cuando Antonio se casó, en 1872, su padre tenía 54 años y, aunque seguía a la cabeza de la empresa, iba delegando cada vez más en su hijo, quien poseía la energía de la juventud y el optimismo del que todavía no ha tenido que esquivar tantos golpes de la vida. A pesar de pertenecer a una familia acomodada, la precariedad de la situación en Malta había enseñado a Paolo la necesidad de llevar una vida austera, sin grandes excesos o desmesurados lujos. Una vez en Turquía, él y María habían seguido con la misma manera de vivir, y esto, unido a una buena constitución, les auguraba una larga vida.

Sin embargo, las prolongadas y frecuentes expediciones en alta mar, junto con la lógica preocupación por la situación político-económica del país, habían dejado sus huellas en Paolo, y María sufría en silencio. Ambos sabían que ellos, como el resto de los extranjeros, estaban sentados sobre un volcán a punto de entrar en erupción. Todos eran conscientes de vivir y disfrutar el final de una época a la que nunca más se podría volver. Todos se afanaban en sacar el máximo beneficio antes de la llegada del cataclismo. Lo peor era la sensación de inseguridad. María sorprendía a menudo a Paolo mirando fijamente al espacio, sin moverse durante mucho tiempo.

—¿En qué piensas? —le preguntaba ella.

—Pienso en la querida Malta, de la que quizá nunca debimos marcharnos. Creo que ya no volveremos a verla —terminaba diciendo con cierta tristeza. María intentaba animarle proponiéndole un viaje a la patria, aunque ambos sabían que ahora más que nunca estaban obligados a permanecer en Constantinopla, y a pesar de todo es lo que deseaban.

Al despertar cada día se sentían llenos de ilusión esperando que Argento les diera la buena noticia de que estaba embarazada. Antonio realizaba expediciones con cierta frecuencia. Argento soportaba mal estas ausencias, apenas tenía apetito y había perdido peso, ella, que ya era delgada. Habían pasado seis años sin que tuvieran descendencia. Quizá este hecho podría atribuirse a que Argento, a pesar de ser muy feliz en su matrimonio, vivía los acontecimientos de la época con demasiada intensidad. Cada día esperaba la llegada de su marido, que le traía el periódico. No había nada más que malas noticias que le producían mucha preocupación y ansiedad. El 31 de enero de 1875 había leído que los rusos ya estaban en San Stéfano, a solo diez kilómetros de Constantinopla… Luego, el espectro de la catástrofe se había alejado con la llegada de la flota inglesa y todos habían empezado a respirar otra vez.

La Grand’rue, calle Mayor, en el barrio de Pera, habitado principalmente por europeos y donde se encontraba la tienda japonesa, Le Magasin Japonais, donde trabajaba Josefina Ellul

Después de un invierno duro llegó la ansiada primavera en una ciudad cansada de tantos altibajos. El 20 de mayo, fiesta otomana, todos los jardines de los palacios se abrían al público. Antonio aprovechó para proponer a Argento ir a visitar el barrio de Pera, donde vivía su familia, y luego terminar dando un paseo por los magníficos jardines de Dolmabahçe, abiertos al público solo ese día. Estas salidas eran escasas y muy apreciadas por Argento. Vistió un precioso traje de encaje blanco y azul que realzaba su cuerpo joven y, con un sombrero y sombrilla a juego, salió orgullosamente cogida del brazo de su marido alto y apuesto. Paolo y María no podían evitar admirarles desde la ventana. María tenía lágrimas en los ojos.

—Una pareja tan perfecta, pero sin hijos…

—No te preocupes, María, estoy seguro de que no moriremos sin nietos —dijo Paolo para consolarla, aunque tampoco él tenía apenas esperanzas.

Ese día fue uno de los más felices de la joven pareja, y sin embargo, tenía que terminar mal. Habían gozado mucho de la travesía en barco desde Kadiköy a Karaköy y luego habían tomado una carroza hasta la casa de los Crivillier, donde almorzaron con toda la familia, antes de ir a pasear por los jardines de Dolmabahçe, por un lado llenos de árboles y flores perfumadas y por el otro acariciados por las olas suaves del Mármara. Era un día espléndido, con un mar tranquilo y un cielo sin nubes. Mientras proseguían su paseo como dos novios, oyeron de pronto gritar a los guardas. Argento se asustó y se agarró al brazo de Antonio. Se acercaron a uno de los guardas y Antonio, que hablaba bien el turco, le hizo una o dos preguntas.

—¿Qué dice? ¿Qué dice? —Argento estaba impaciente por saber.

—Dice que no sabe por qué acaban de recibir órdenes del sultán de cerrar los jardines imperiales en toda la ciudad. No será nada serio, pero como es tarde, vamos a volver a casa —le contestó tranquilamente Antonio, aunque intuía que algo grave había pasado.

Adivinando sus pensamientos, Argento se puso más nerviosa, hasta que por fin llegaron a Moda. Una vez en casa, subió a su alcoba y se echó encima de la cama. Las lágrimas le sofocaban. Antonio intentaba calmarla, sin éxito.

—¡Odio, odio este país! Nunca nos dejarán ser felices aquí. ¿Por qué no nos marchamos a Malta, a Francia… adonde tú quieras?

Ese era, precisamente, el gran dilema de todos los extranjeros: marcharse dejando casi toda su fortuna o quedarse y ser las marionetas del destino.

Así pasaron ocho años de vida de casados en la indecisión y en los que la espera de descendencia se iba haciendo cada vez más insoportable. Por fin, en 1880, Argento descubrió que estaba embarazada. Su salud se había debilitado y tuvo que pasar el embarazo completo en casa. Tras un parto difícil, nació Ambrosio Ellul, del que hoy nadie parece saber nada. Es cierto que figura como primogénito en el árbol genealógico, pero eso es todo, y lo más probable es que muriera muy joven, antes de cumplir siquiera 10 años, puesto que nadie se ha acordado de él ni ha podido hacer ningún comentario esclarecedor. Argento tuvo que permanecer en reposo durante bastante tiempo y Antonio insistió en llevarla a las Islas de los Príncipes durante su convalecencia. El simple hecho de encontrarse más tiempo junto a su esposo la ayudó a recuperarse. Volvió su buen apetito de antaño.

Cuatro años más tarde, el 14 de marzo de 1884 se convertía en una fecha muy importante: el nacimiento del segundo hijo, Paul, uno de los personajes clave de nuestra historia. En 1887 le seguiría Bernardino; posteriormente, en 1889, nacería Eugène, y finalmente Alexis, en 1893.

A pesar de los numerosos problemas, fueron años de gran felicidad para los abuelos Paolo y María, así como para los padres, ya que por fin tenían la familia que habían deseado. Tanto la abuela como la madre vivían enteramente dedicadas a los cuatros varones. Argento no podía evitar llamarles por sus nombres en francés. En el caso del mayor esto evitaba la confusión que originaba llevar el mismo nombre que el abuelo.

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