»Lorenzo Bosch, el coach ejecutivo que he contratado, me ha hecho ver que tengo una parte importante de culpa o, mejor dicho, de responsabilidad en todo lo que me pasa.
—Pero, Pedro —le pregunta Jaime, otro amigo que también está en la reunión—, el coach ¿te ha hecho ver que tú tienes responsabilidad en lo que te pasa?
—Sí —afirma Pedro.
—Si siempre te quejas de que tu personal no funciona —añade Jaime— y de que los mejores se han ido fuera del país y aquí se han quedado los peores. Que este país es un desastre.
—Eso es fruto de mi imaginación, de mi perspectiva, de mi percepción y mis creencias respecto a lo que me rodea. Esta manera de pensar que tengo es una de las causas de que tome una serie de decisiones que pueden afectar al futuro de mi empresa y a mí mismo. Lorenzo me está ayudando a liderarme a mí mismo. Con sus sesiones de trabajo estoy descubriendo que tengo que ser consciente de mí mismo. También me está enseñando humildad, disciplina y a entender que debo tener coraje para que este cambio que estoy haciendo tenga los frutos que deseo. Sí, hablo muy sinceramente de humildad, que quizá sería la primera en trabajar. La humildad es cuando nos preguntan algo y decimos enseguida: «Eso, ya lo sé», sin tener la más mínima idea ni escuchar.
»Para Lorenzo —sigue explicando Pedro—, la vida es como un barco. Navegar es muy fácil cuando la mar está completamente en calma. Cuando el viento está a tu favor es muy sencillo llegar a donde quieres ir. Para coger el timón de este barco no es necesario tener grandes capacidades de gestión de ti mismo ni de tu negocio, porque va solo. Tienes las llaves de tus decisiones. Tú sabes las puertas que quieres abrir y las que quieres cerrar. Tú sabes a qué puerto quieres llegar y cuál debes dejar de lado. Si esto lo aplicas a tu día a día, tú decides sobre todo lo que quieres hacer. Todo te viene de frente. Todo es muy fácil. Cuando tienes las cosas de frente te puedes volver egoísta. Sencillamente, tienes éxito. No escuchas y lo que te digan los demás no tiene importancia.
»Eres una persona de éxito. Con el mar en calma has conseguido cosas. Pero no te preguntas de dónde viene este éxito. Pero ¿qué pasa cuando las cosas no salen como tienes previsto? Ahí empiezan los problemas.
»Sencillamente —sigue comentando Pedro—, hasta ahora has ido abriendo puertas porque posees las llaves para abrirlas. Pero ni siquiera te preguntas quién te las ha dado, ni cómo han llegado a tus manos. Sencillamente, tienes las llaves y alguien o algo te pone frente a una puerta que abres sin el menor esfuerzo.
»En tu empresa, todo fluye como una seda o eso es lo que piensas. Te permites el lujo de hacer muchas cosas que de otra manera no podrías hacer. Si no te gusta alguien, lo puedes despedir, y no pasa nada, piensas que hay cola para venir a trabajar contigo. Tienes las llaves y vas abriendo puertas y las vas cerrando a tu antojo. Eres el rey, eres un empresario de éxito. Eres lo que quisiste ser sin mucho esfuerzo. Sencillamente, eres un crack, nadie te tiene que decir lo que tienes que hacer y cómo. Te apoltronas en tu manera de trabajar, en tus ideas sobre cómo debe ser una organización, básicamente en tus creencias. Te focalizas en generar dinero, que al final es de lo que se trata. Tu personal te importa muy poco. Esta era la situación en los años antes de la crisis. Todo se vendía y en mi sector era innecesario hacer acción comercial ni empresarial alguna.
»Crecí con una cultura empresarial específica y acorde con los tiempos que viví al principio con mi empresa, pero los problemas aparecieron cuando el mundo que tenía a mi alrededor cambió. Cuando todo lo que tenía controlado se derrumbó. En esos momentos hubo empresas que se pusieron a trabajar mejor que yo y a comerme terreno en el mercado. Empecé a criticar a los que habían provocado la crisis. Empecé a hablar de lo mal que estaba todo en vez de centrarme en qué cambios debía hacer para conseguir revertir mi situación empresarial. Y como las personas con las que me juntaba también hablaban de cómo estaba todo, empatizaba con ellas y me creía que realmente la crisis existía para todo el mundo. En vez de ser una parte de la solución y buscar soluciones a lo que me venía encima, me convertí en una parte del problema quejándome todo el día y a todas horas. Al final, me convertí en un perfecto experto en hablar de la crisis, de los problemas y de lo mal que estaba todo.
»Seguía hablando de lo bien que trabajaba antes, de lo fácil que era ganar dinero y hacer realmente lo que querías sin mucho esfuerzo. Aún pensaba que era un crack de la empresa porque hasta entonces había conseguido lo que había querido. Sencillamente, no me di cuenta de que el mundo cambió y no estaba preparado para ello. Todo lo que estaba acostumbrado a tener y disfrutar se había ido de la noche a la mañana. Me encontraba en mi gran zona de confort, calentito y sin preocuparme de nada y creía que siempre estaría de esa manera. Una vez empezó la crisis y comenzaron mis dificultades económicas, quise buscar un culpable. Y como debéis adivinar, no era yo. Tenía que buscar a alguien. Que si el Gobierno, que si los bancos, que si las empresas del ladrillo, etc. Todos eran los culpables de mi desgracia y sobre ellos gasté infinidad de energía intentando convencerme de que ellos eran los culpables de las penas que caían entonces sobre mí.
»Pensaba que el mundo se había puesto en mi contra para causarme las pérdidas económicas que tuve esos años. Hasta ahora, trabajando con Lorenzo, no me he dado cuenta de que no quise reconocer que las cosas habían cambiado y de que mi situación en el mercado era otra. Tal como me explica él, el barco entra en una trayectoria complicada y amenaza tormenta y no hay que intentar luchar contra las olas, sino aprender a buscar la mejor manera de navegar con lo que tienes en ese momento. Intentar resistir el viento en contra, aprender a navegar superando las inclemencias meteorológicas, buscar las mejores rutas para llegar a tu destino. Es decir, no acusar a los demás de la pérdida de tus llaves que te permiten poder seguir navegando y abrir esas puertas que quieres.
»Cuando digo —continúa Pedro— ¿cuándo perdí las llaves? quiero decir que creía que los demás eran los responsables, pero las perdía yo mismo. En ese momento, en vez de quejarme, de criticar a los demás, de culpabilizar al resto, debería haber sido suficientemente crítico y tener la capacidad necesaria para detenerme, reflexionar dónde estaba y tomar el rumbo adecuado una vez finalizada la tormenta. Pensad que después de cada tormenta vienen periodos de cierta calma, pero no olvidéis que la tormenta puede empezar de nuevo en cualquier momento. Es un tema cíclico que se repite con menor o mayor frecuencia y en mayor o menor grado.
—Pedro —le digo—, esto es muy teórico y además yo ya lo sabía.
—Juan, ¡aún no te has enterado de nada de lo que te estoy explicando! —replica moviendo la cabeza—. No debes cambiar el resto del mundo, eres tú quien debe cambiar. Tú eres el único responsable de lo que está pasando en tu empresa y en tu vida privada. No debes creer que te han perdido las llaves como hice yo. Pensaba que eran los demás los que deberían cambiar y yo seguir en mis trece, con mi manera de trabajar y de comportarme. Pero estaba muy equivocado. El mundo avanza y gira de una manera determinada y podemos escoger entre dos opciones: o giramos con él o giramos a contracorriente. Explícame, tú que sabes tanto, ¿qué resultado tendrás?
—Hombre, Pedro —digo—, girar con el mundo.
—Pues haces bien en decirlo. —Se pone muy serio—. Lo que está pasando en nuestras empresas son síntomas. ¡Sí, como lo oyes! No tenemos problemas, tenemos síntomas. Han aflorado en nuestra organización, en nuestra empresa; síntomas procedentes de causas debidas a nuestra falta de previsión, no escuchar y no observar desde fuera cómo está nuestra organización ni lo que nos rodea.
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