—¡Eso era porque ella no servía! —contesté—. Al final, las compras son compras y no creo que varíen mucho de una empresa a otra.
—¡Mira, Juan! —dijo Carmen con tono serio—, y ahora ¿cómo me explicas el motivo por el que Jaume, tu encargado, y Lluís, el oficial electricista, han decidido irse de nuestro lado?
—¡Porque son unos irresponsables!, no aguantan nada.
—Juan, no hace falta que tu equipo, cada vez que entres en la empresa, te haga la ola ni tampoco que te alaben con bellos cantos ni que te tiren flores. De lo que se trata es de entender a quién tienes delante de ti. Quién es tu interlocutor y aplicar el sistema de liderazgo personal que necesita cada uno de ellos. No hay más secreto que este. Sencillamente darles lo que necesitan. El resto se hace solo.
—Mira, Carmen —añadí—, llevamos juntos más de doce años y eres mi mano derecha en la empresa. Esta no es la empresa que yo pensaba, la empresa que me imaginé en sus inicios. Esto no me lo merezco. No puede ser. He perdido muchas veces los papeles en mi empresa con el personal, pero en el fondo creo que estoy anclado en una espiral que sé que a la larga me pasará factura. Quiero descansar y ser feliz. Volver, por lo menos, a disfrutar con mi empresa y mi trabajo y, sobre todo, que no afecte a mi familia.
¿Cuándo perdí las llaves?
Hoy en día, aún quedamos con mis amigos los viernes y nos contamos las penas.
Son las ocho de la tarde y es hora de acercarse al SwordCafé, un bar musical que abre a media tarde y donde hace años que nos tienen reservada una mesa a esa hora.
—Buenas tardes, Juan —me saluda Pedro al verme llegar—, te veo mal.
—Sí. —Inclino la cabeza—. He tenido una semana fatal. De ayer para hoy se han ido el encargado y un oficial, estoy muy cansado y para añadir más leña al fuego he discutido con Carmen, mi asistenta personal.
—Pues yo acabo de saber cuándo perdí las llaves.
—¿Cómo? —le digo—, te has flipado.
—¡Que sí, Juan! —insiste él—. ¡Ya sé cuándo perdí las llaves! —grita.
—Mira, sinceramente —digo con una sonrisa—, vengo a pasar un rato con vosotros y lo único que me dices es que sabes cuándo perdiste las llaves. ¿Te has tomado algo antes de venir?
—Ahora veo las cosas más claras —prosigue Pedro—. Estoy a punto de dar un giro a mi situación
—Me estás hablando de que ahora ves las cosas más claras y vas a dar un giro a tu situación. No entiendo nada —le contesto. Todos los que estamos en la mesa nos miramos unos a otros, sin entender ni un ápice lo que Pedro nos quiere transmitir. Yo solo quería desahogarme un poco de la semana y me he encontrado a un amigo de toda la vida pronunciando palabras filosóficas.
—Juan, ¿te acuerdas de Lorenzo? —me pregunta.
—¿Qué Lorenzo? —Sus comentarios me están empezando a poner nervioso.
—¿Te acuerdas de la noche de la presentación del libro sobre empresa que se organizó en la asociación de empresarios hace un par de meses? Lorenzo Bosch, el ponente. Ese coach ejecutivo que publicó un libro sobre el éxito. ¿Te acuerdas?
—Sí —afirmó, aunque en mi memoria aquel solo fue otro evento de la asociación para los empresarios de la zona y además en ese momento tenía en la cabeza los problemas de mi empresa. Solo recuerdo que asistí por cortesía y para que me viesen. Saludar a los de siempre, al pesado del alcalde que solo se acuerda de ti en la campaña electoral y a los colegas —muchos de la competencia— para que vean que aún estás al pie del cañón. Pero de lo que se explicó en las charlas y de qué iban, no me acuerdo de nada.
—Pues ¡lo he contratado! —vuelve a gritar Pedro.
—¿Y? —pregunto con muy pocas ganas de saber lo que hace.
—¡Juan!, ¡las llaves de mi empresa las perdía constantemente yo mismo! —afirma con voz contundente.
Pido un gin-tonic al camarero, cargado de gin, para ver si así logro entender algo de lo que está intentando decirme.
Pedro es uno de mis mejores amigos. Por mi experiencia, es una persona muy filosófica y, aunque a veces sea difícil entenderlo, es mejor escucharlo porque sabe lo que dice. Y lo que dice es acertado en una inmensa mayoría de las veces.
—Pedro —le comento—, no sé de qué me estás hablando y no quiero discutir contigo. Pero quizá con lo que he pedido al camarero pueda entenderlo mejor. ¿Lo puedes repetir?
Pedro se abalanza sobre mí. Me abraza y me repite con voz llorosa:
—¡Juan, yo era la persona que perdía las llaves de mi empresa!
Capítulo 2
Empieza la transformación
Si quieres construir un barco, no hagas sonar los tambores para que las personas consigan madera, ni des órdenes, ni asignes tareas. Solo háblales mucho tiempo acerca de la interminable intensidad del mar.
Antoine de Saint-Exupéry
Llevo media hora en el SwordCafé. Está siendo una tarde de viernes muy dura para mí y para mis amigos. Nunca había visto nada igual. Pedro, que siempre parece tenerlo todo claro, ahora siente la necesidad de explicar algo importante, pero por otra parte nunca lo había visto haciendo gala de tanta sinceridad. Pedro es propietario de una imprenta industrial y básicamente se dedica a la impresión de libros y material para editoriales. Empezó con su negocio hace quince años y sé que no está pasando un buen momento. Tuvo que despedir a una parte de sus empleados cuando empezó la crisis.
Ahora todo su esfuerzo está dedicado a buscar nuevos clientes y abrirse al mercado internacional con sus impresiones. Además, ha tenido problemas con su socio. Él se dedica a la gestión comercial de la empresa y su socio lleva la parte contable y financiera de la compañía. No tiene claro qué hacer a partir de ahora. El estrés y los nervios lo van a matar.
—¿Cómo? —pregunto otra vez—. ¿Puedes repetir lo que estás diciendo para que pueda entenderlo? —No comprendo nada de lo que Pedro nos quiere transmitir.
—Hace dos semanas que trabajo con Lorenzo Bosch —nos explica con voz temblorosa—. Era yo quien perdía las llaves de mi empresa.
—¿Dices que eras tú quien perdías las llaves de tu empresa? La verdad es que no entiendo lo que nos quieres decir.
—Hace tiempo que le voy dando vueltas —se sincera Pedro—. Alguna cosa en mi cabeza me indicaba desde hacía días que estaba haciendo algo mal, pero no sabía qué era. Tenía la sensación y la creencia de que debía cambiar alguna cosa para no seguir con los líos que tengo actualmente en la empresa. Además, esto me lleva a discutir cada día con Susana. Y la verdad, solo me faltaba estar mal con mi esposa. No podía soportarlo.
—Cuéntame —le pido—, explícame qué has hecho.
En ese momento, Pedro no puede contener las lágrimas y empieza a llorar como un niño. Es la primera vez que veo su parte más humana. Una persona que para mí es un referente de tenacidad empresarial y que ha sobrevivido a todos los problemas que una empresa puede tener, se desmorona ahora como un castillo de naipes.
Alguna cosa le ha pasado internamente para llegar a esta situación.
—Después de reflexionar sobre la charla que nos dio Lorenzo —sigue explicándonos—, hace días empecé a hacerme preguntas sobre mí y llegué a la conclusión de que no podía seguir con este ajetreo diario de vida y de estrés o, de lo contrario, me iba a matar. No era bueno ni para mí ni para los que me rodean. Lo pagaría muy caro.
»¡Juan, el cambio que estoy haciendo es brutal! Es la primera vez que he visualizado perfectamente lo que tengo que hacer para mejorar mi empresa y al mismo tiempo a mí mismo y a los que me rodean. Pero ahora vas a alucinar. Los problemas que tengo en la imprenta, los provoco yo mismo y no era consciente de ello. La situación actual de mi empresa es el resultado de mi comportamiento, de lo que hago con los trabajadores y de las decisiones que tomo.
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