1 ...7 8 9 11 12 13 ...25 La importancia adquirida por Barcelona fue tal en el mundo de la arquitectura y el urbanismo, que no en vano se realizó allí el XIX Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA), en octubre de 1996, el cual marcó una impronta en la manera de percibir e intervenir la ciudad, como también en el nuevo lenguaje que se habría de utilizar para referirse a la arquitectura en las ciudades. Desde entonces se vienen utilizando conceptos como mutaciones, flujos, habitaciones, terrain vauge (“terreno baldío”) y contenedores; cinco principios como respuesta de la arquitectura a la ciudad contemporánea, que ya no tenía una estructura física, ni centralizada ni concentrada, pero sí intensamente interconectada, por lo cual, según lo expresado por Ignasi de Solá-Morales, no podía ser pensada con los conceptos y métodos propios de la ciudad haussmaniana6 del siglo xix, o de la metrópolis centroeuropea de principios del siglo xx.7
Para ese momento de los noventa, se trataba de dejar atrás el modelo orgánico-evolutivo, del cambio paulatino y controlado de la ciudad, para asumir una visión genetista de la mutación, un cambio o causa que generara una drástica transformación del todo; para ello los arquitectos encabezados por De Solá-Morales plantearon en el documento final del congreso la necesidad de elaborar una arquitectura que facilitara el tránsito y el intercambio entre redes y la multiplicidad de flujos; de proveer sitios de habitación retomando experiencias alternativas de racionalización, tecnología blanda, planificación ligera, diseño a través de componentes que permitieran aportar valores de racionalidad, economía y gusto; y de darle la importancia que merecían los espacios comerciales, como los lugares de intercambio y consumo que eran, en la denominada por ellos nueva ritualidad contemporánea, mediante el uso y la proyección de contenedores cerrados con la máxima artificialidad, con medios variables, múltiples y efímeros, los que podían ser desde un shopping-mall hasta un parque temático, pasando por un museo, un teatro o un estadio. De igual manera, postularon la necesidad de utilizar terrenos baldíos, improductivos, indeterminados y sin límites —zonas industriales o de ferrocarriles, áreas de antigua violencia o edificios deteriorados—, para reciclarlos, pero manteniendo su valor de vacío y ausencia. Todo un manifiesto y decálogo que hizo carrera y llegaría hasta nuestra arquitectura urbana, como se verá más adelante.
En el caso de las ciudades latinoamericanas, la dinámica de la globalización ha girado fundamentalmente en torno a la recepción de capitales y al consumo, y no a la producción. Tal situación se evidencia en el fuerte impacto que han tenido en la transformación urbana los shopping centers, los súper e hipermercados, los centros de espectáculos, los parques temáticos y la oferta de vivienda para sectores medio-alto y alto —buena parte para extranjeros—, entre otros. Basta señalar el caso de Puerto Madero en Buenos Aires, un proyecto de renovación urbana en el antiguo puerto de la ciudad, que, entre 1991 y 2001, convirtió los antiguos edificios ubicados sobre el dique en oficinas, restaurantes, apartamentos, hoteles y sedes universitarias, y las zonas aledañas en edificios y torres para oficinas y apartamentos. Lo mismo se puede decir del antiguo sector del Mercado del Abasto, en la misma ciudad, convertido en un shopping center, con los alrededores inmediatos transformados para la oferta de la industria cultural y de servicios.
Latinoamérica tampoco ha escapado a la fiebre monumentalista y del imaginario de poder capitalista que se simboliza en el rascacielos. Si bien los de las ciudades de la región no son los edificios más altos del mundo, algunos de ellos sí compiten por ocupar un lugar dentro del ranking mundial, como la Torre Mayor, con 320 metros de altura, en Ciudad de México, construida entre 1999 y 2003;8 o los que están en proceso de construcción, como los Faros de Panamá, con sus 346 metros, en la capital de este país; la Gran Torre Costanera de Santiago de Chile, con 300 metros, o el propuesto faro del proyecto Aves María en Sabaneta, en el sur del Valle de Aburrá, en Colombia, con 315 metros.
En la ciudad latinoamericana en general, y en la colombiana en particular, esta mundialización ha tenido su influencia. Ella favorece a largo plazo el predominio de los flujos sobre los lugares y las privatizaciones a expensas de la vida pública, al igual que privilegia la separación, la fragmentación o el abandono.9 En lo local, los flujos de capitales utilizados en especulaciones inmobiliarias, con grandes posibilidades rentistas, en zonas de valor histórico, patrimonial y paisajístico, han determinado el predominio de lo privado, lo que ha generado grandes guetos dentro de los recintos urbanos. Uno de los casos sobresalientes es Ciudad de Panamá, donde el fenómeno de las torres de oficinas y apartamentos en la zona bancaria y el centro de la ciudad, extendido hacia Punta Pacífica, Punta Paitilla y Costa del Este, ha determinado una rápida y acelerada transformación del paisaje urbano y natural, que ha acudido a la demolición y el deterioro del patrimonio y a negar la memoria y la misma ciudad.
Igual fenómeno especulativo ha tomado como lugar de densa intervención la ciudad de Cartagena de Indias, que, pese a haber sido declarada patrimonio de la humanidad, se ha visto asaltada por los corsarios del mercado inmobiliario. Por fuera de la ciudad amurallada, principalmente en el sector de Bocagrande, Castillo Grande y El Laguito, y ahora extendiendo sus tentáculos hacia los barrios Manga —en la bahía—, El Cabrero y Crespo, se quieren implementar medianas o altas torres de acero y vidrio, como la fallida torre de La Escollera, que pretendía erguirse hasta los 206 metros de altura, para formar un nuevo perfil urbano que asfixia y niega la ciudad histórica dentro del recinto amurallado, pero aprovecha el valor y la imagen patrimonial de aquella como si fuera un atributo de los proyectos en sí. Las mismas inmobiliarias y empresas constructoras que han saturado y densificado la ciudad, arrasan áreas de manglares, privatizan playas y demandan costosas obras de infraestructura vial y de servicios, que la ciudad termina pagando a altos costos en detrimento de la gran mayoría de habitantes, quienes carecen de tales servicios. Incluso, bajo el patrocinio del mismo gobierno, se han definido áreas para que los promotores inmobiliarios construyan viviendas para compradores extranjeros —generalmente jubilados norteamericanos o europeos— con algunos privilegios, entre ellos excepciones de impuestos tanto para promotores como para compradores. Tal y como se ha descrito, Cartagena se ha convertido en una ciudad más para el turismo internacional, donde el patrimonio histórico, arquitectónico y urbano forma parte del consumo de la industria cultural. La nueva arquitectura de acero y vidrio, que compite por una porción de paisaje, pero encerrada en su propia climatización, es otra manera de la circulación de un imaginario internacionalizado que unifica y hace perder identidad.
Pero este no es el único fenómeno de inserción periférica a la globalización y mundialización. En el caso colombiano se pueden señalar dos hechos particulares, con efectos sobre el espacio urbano y arquitectónico: el narcotráfico y la migración internacional. Con el primero ocurre un flujo subterráneo o ilegal de capitales, cuya necesidad de entrar en los circuitos legales implica la inversión en distintos proyectos inmobiliarios, desde viviendas suntuosas, torres de apartamentos, urbanizaciones o centros comerciales, en los que los principios de “buena arquitectura” han sido cuestionados desde los años ochenta y donde predomina lo que se ha llamado el narc decó. Entre tanto, el segundo asunto, acrecentado en los años noventa, representa un efecto positivo para la economía colombiana, por el alto valor de las remesas, que ha llegado a considerarse el segundo sector de la economía nacional; esta alta capacidad económica es aprovechada por el sector inmobiliario para llevarles ofertas de proyectos a compradores colombianos en ciudades como Madrid o Nueva York. Estos son proyectos vendidos sobre planos, de manera que el comprador desconoce su ubicación y calidad real, pues solo ve lo que le venden a través de una imagen virtual, y finaliza su compra, pensando, en muchos casos, en la inversión que le representa a largo plazo o en la posibilidad de usar el inmueble a su regreso. Tal situación en el mercado colombiano lleva a que existan torres de apartamentos y urbanizaciones sin vecinos, cuyos dueños son clientes lejanos, lo que crea efectos negativos en la convivencia, como claramente se ha detectado en muchas ocasiones.
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