Derzu Kazak - Cazador de narcos

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En algún punto de la ruta entre Colombia y Miami, sobre el Mar Caribe, un pequeño y sofisticado avión vuela casi a ras del agua para evitar los radares. Repentinamente se desintegra en el aire, en una explosión que rompe un instante, como una bengala, la negrura de la noche. Tripulantes de una nave patrulla de la DEA recatan los restos y se les ordena guardar absoluta silencio al respecto. Se pone en marcha la compleja maquinaria de la organización y pronto aparece la identidad del infortunado piloto. Es «el Águila», hombre de confianza del jefe de los Cárteles de Medellín y Cali. Es esta la situación inicial de la novela
Cazador de narcos. Operación Anaconda, sustentada en una sólida y apasionante trama que analiza las fases de un increíble operativo contra el narcotráfico. A manera de gran reportaje, personajes ficticios –o ficcionalizados– se mueven en el desmesurado mundo del narcotráfico, mostrando su cosmopolitismo y la ausencia absoluta de límites o fronteras geografías, políticas o éticas. El autor aparece así en el ámbito de las letras con una novela brillante y entretenida. No sólo por la hábil intriga, sino por la candente actualidad de su tema. Personajes verosímiles, rigurosa lógica en la acción y agilidad, son rasgos de esta novela que promete al lector una interesante experiencia.

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Esperaría a los chinos. Uno de ellos lanzó una patada de Karate con salto lateral, Tobi Yoko Geri. Cándido hizo un imperceptible movimiento con su silla. Se sintió un sonido crujiente... ¿Sería la madera o la pierna?, pensaba el Águila. Sólo se sentía la respiración casi animal. Contenida. Expirada a presión... sibilante.

El primer atacante estaba en el suelo agarrándose la pierna. El sonido había provenido del hueso...

El otro, al ver que no peleaba con un marinero borracho, se cuidó un poco. Preparó su ataque y voló en el aire con una impresionante patada aérea a las sienes. Sabía Kenpo. Cándido retrocedió unos escasos centímetros. El chino estaba en el aire. Otro error fatal. En una pelea en serio nunca hay que elevarse del suelo. Durante la trayectoria no se puede cambiar la dirección y se es un blanco fácil. Los golpes pierden la eficacia de un buen apoyo en el suelo.

Mucho espectáculo y poca eficiencia, pensó Cándido. Mientras su mano izquierda voló como rayo. Una fuerza brutal sujetó el pie en el aire. Lo giró noventa grados y antes de que tocara el suelo, una patada salió hacia las entrepiernas del chino. Cayó doblado para no levantarse por muchas horas. El que estaba en el suelo agarrándose la pierna, al ver a su compañero liquidado, salió corriendo con un solo pie, como un negro canguro rengo. Se había quebrado la tibia.

—Este local es muy aburrido. Me hubiese traído unas “Selecciones” para leer un poco –le dijo el Águila al doctor Ocampo–. Creo que si nos quedamos vendrán con la flota de la OTAN. Mejor será buscar aire fresco – Cándido estaba de acuerdo.

Salieron sin pagar y nadie se opuso. Más bien les abrían paso como si fuesen reyes en una parada militar. Algunos borrachos aplaudían y gritaban en inglés... Another, another... Sentían insultos en chino y en inglés de los travestis que no se animaron a acercarse. Su condición femenina les impedía pelear o su instinto de conservación seguía funcionando.

De todos modos no tuvieron tiempo de probar el champagne, aunque Cándido venía chupándose de los dedos con un puñado de caviar que recogiera al vuelo.

—Cuando agarre al General le voy a quitar los galones. El muy desgraciado, traernos a un nido de maricas... –decía el doctor muy ofendido–. Se cree que somos unos degenerados.

Allí estaba el General, lustrando por milésima vez la estatuita alada del Rolls. Se asombró al ver salir tan pronto a sus clientes, y más al ver al Águila tan despeinado y con el saco descosido en los hombros.

— ¿Se diviltielon mucho los señoles?

Los tres estallaron en una carcajada que dejó al chinito como si hubiese visto un fantasma... Los amelicanos son tan lalos... Se líen de una plegunta.

—Estos chinos son únicos. Es imposible hacerlos hablar como la gente. Se ríen siempre o siempre tienen cara de reírse. Es imposible encontrar un servidor chino que no se ría –dijo el doctor–Creo que me llevaré uno a Colombia, allí son todos medio jetones.

—General, cuando te pedimos un sitio alegre y decente no nos referíamos a esa cueva de maricones. Somos del otro bando, ¿o no se nota?

—Los señoles son lalos. Aquí ahola eso es lo diveltido. Todos los tulistas quielen il a esos sitios. Las chicas de veldad casi no tienen tlabajo, han llegado tlavestis de todo el mundo y las colieron. Disculpen mi plofunda confusión con ustedes.

—Nosotros seremos unos desgraciados narcos, como nos dicen por allí –decía el doctor a sus amigos–, pero prefiero ser eso y no regentear esa mierda de prostíbulos homosexuales y el tráfico de blancas. Si estuvieran en Colombia les juro que los mando a las nubes de un bombazo a todos juntos.

—Iremos a cenar al Restaurante Flotante... De todos modos esta noche será inolvidable, como le prometí –dijo Ocampo mientras subía al Rolls y le indicaba el nuevo destino al General.

Los tres estaban sintiendo el relax del masaje.

—El Águila será un buen piloto–dijo Ocampo–, pero tiene mal olfato y poco tacto... No es capaz de distinguir un marica de una mujer teniéndolo sentado en su rodilla. Yo no diré nada. Pero se sabrá en toda Colombia... En cambio Cándido las olfatea como un Pointer... ¿tendrá experiencia?

Los tres reían a las carcajadas recordando la última pelea.

—Me gustó el estilo de Cándido. Cuatro maricas y dos gorilas en treinta segundos... algo lento, ¿no crees? –dijo alabando la velocidad para definir una pelea que caracterizaba a su custodio. Un golpe. Uno menos. Era su lema. Esos tampoco se van a olvidar de nosotros.

El guardaespaldas se ensanchó aún más con el cumplido. Pelear delante de su jefe le hizo sentir que ganaba su sueldo con el crujir de los huesos de sus enemigos.

Capítulo 10

Bangkok – Thailandia

EL JUMBO se posó en la pista mojada del Aeropuerto de Bangkok luego de sobrevolar verdes campos de arroz y un río color de chocolate que serpenteaba en las selvas. La aeronave semejaba un enorme animal prehistórico entre la bruma del amanecer, reflejando en el suelo el emblema con forma de flor roja, dorada y violeta de la Thai Airlines.

Las menudas azafatas thailandesas, con su faja cruzada sobre el pecho y adornadas con orquídeas, sorprendieron al Águila por la calidad de su servicio y simpatía. En su trabajo él volaba sin azafatas... Los langostinos estuvieron exquisitos y el vuelo perfecto.

El doctor estaba acostumbrado. Ya había viajado muchas veces con la Thai y cuando podía, volvía a hacerlo. Cándido no notaba esas menudencias. Él comía y estaba bien en cualquier sitio, su sensibilidad no daba para tanto.

Esta vez no pudieron reservar un Rolls Royce, tuvieron que conformarse con un Mercedes. Un simpático chofer, demasiado servicial para el gusto del jefe colombiano, los sobrecargó de atenciones y repitió varias veces el saludo en una mezcla de castellano–inglés–noséqué, que hacía la comunicación parsimoniosa pero posible.

En Thailandia ni una sola letra resultaba inteligible. Un sistema diferente del japonés, del chino y de todos los conocidos, hacía al thailandés inentendible para los tres... y para el resto de la humanidad. El chofer era su intérprete o, mejor dicho, medio intérprete. También él sufría con el inglés y el castellano.

—Llévanos al Siam Intercontinental Hotel, Rama I Road –le pidió el doctor Ocampo. Durante el viaje, les contaba a sus amigos algunos recuerdos sobre Thailandia.

—Este país me gusta mucho. Es uno de los más hermosos y raros de la tierra. Fíjense en la arquitectura de sus palacios y templos. Son únicos, semejantes a los de Camboya, pero de una riqueza y colorido muy especial. Aquí estuvieron molestando los franceses, los portugueses y, cuando no, los ingleses, modificando las fronteras cientos de veces.

Los ingleses estaban bien cuando eran grises. O sea cuando eran buenos diplomáticos. La diplomacia inglesa es grisácea para pasar fácilmente del negro al blanco, según les convenga. Antes se llamaba Siam. Sus habitantes lo laman Thai o MuangThai, que significa “libre” o “reino de libres”. Esta raza siamesa es del tipo mongol, al igual que los birmanos y anamitas. Fíjense que tienen la piel más clara que los asiáticos occidentales, pero más oscura que los chinos.

Atravesaban barrios pobres con chicos jugando casi desnudos. Pero todos sonrientes. Era difícil encontrar un thailandés triste...

—En los pueblos del interior se practica la poligamia. Son los campeones de la superstición y la cortesía. El baile siamés es muy especial y simbólico. Usan uñas postizas muy largas y se mueven lentamente con unos vestidos muy decorados y hermosos. Para que tengan una idea de los gustos de esta gente, celebran fiestas en canoas, carrera de bueyes, luchas de elefantes, peleas de gallos, prestidigitación, bailes en la maroma y les encantan los fuegos artificiales. Hasta hacen luchar a un par de peces pequeños dentro de una pecera. Se juegan hasta los calzoncillos en las apuestas de esas peleas.

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