Derzu Kazak - Cazador de narcos

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En algún punto de la ruta entre Colombia y Miami, sobre el Mar Caribe, un pequeño y sofisticado avión vuela casi a ras del agua para evitar los radares. Repentinamente se desintegra en el aire, en una explosión que rompe un instante, como una bengala, la negrura de la noche. Tripulantes de una nave patrulla de la DEA recatan los restos y se les ordena guardar absoluta silencio al respecto. Se pone en marcha la compleja maquinaria de la organización y pronto aparece la identidad del infortunado piloto. Es «el Águila», hombre de confianza del jefe de los Cárteles de Medellín y Cali. Es esta la situación inicial de la novela
Cazador de narcos. Operación Anaconda, sustentada en una sólida y apasionante trama que analiza las fases de un increíble operativo contra el narcotráfico. A manera de gran reportaje, personajes ficticios –o ficcionalizados– se mueven en el desmesurado mundo del narcotráfico, mostrando su cosmopolitismo y la ausencia absoluta de límites o fronteras geografías, políticas o éticas. El autor aparece así en el ámbito de las letras con una novela brillante y entretenida. No sólo por la hábil intriga, sino por la candente actualidad de su tema. Personajes verosímiles, rigurosa lógica en la acción y agilidad, son rasgos de esta novela que promete al lector una interesante experiencia.

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El Águila lo hizo con su ayuda. La chinita acomodó prolijamente todo en un estante cercano. Le ató una toalla a la cintura y desapareció por la puerta.

¿Dónde estaba la chinita que era un poema? En lugar de la chinita salió un enorme chino rapado con remera blanca y brazos como Popeye. Pesaría más de cien kilos. El Águila se asustó... Una chinita está bien... ¡Pero un chino, jamás! Pensó salir corriendo, pero se dio cuenta de que estaba desnudo. El chino le hizo la señal de que se acostara, mientras se refregaba en las manos una sustancia oleosa. Entró también la chinita. Eso lo reconfortó... lo tomó de la mano y lo recostó boca abajo. El Águila no soltaba la mano de la china que se quedó a su lado, de pie, con esa sonrisa indefinida propia de su raza. El enorme masajista empezó a deslizar sus dedos sobre la espalda con maestría... El Águila casi lanza una carcajada. El General los había traído a una casa de masajes chinos en serio, ¡pero bien en serio!

Ya que estaba... La sesión pasó la media hora. Le retorcieron los huesos hasta que crujieron. Lo doblaban como papel... En la última etapa, el chino se paró en la espalda del Águila y lo masajeó con los pies y todo su peso... La chinita lo bañó con chorros de agua caliente y lo reconfortaron las fricciones con una toalla empapada en agua muy caliente. Era muy relajante... pero quedó molido.

Al salir se encontró con sus dos compañeros. El doctor tenía cara de haber corrido la maratón de Melbourne perseguido por una jauría de perros feroces. Cándido estaba mucho mejor. Como si hubiere peleado con Joe Frazier treinta rounds seguidos y perdido la pelea.

Cuando se miraron unos a otros resonó una triple carcajada que sorprendió a la “honolable señola”. Los amelicanos siemple la solplendían. Pagaron dejando una generosa propina y fueron a buscar al General para romperle la cabeza.

La sonrisa de oreja a oreja del General les confirmó que les había tomado el pelo...

—Te pagamos una fortuna para que nos guíes y nos metiste en ese matadero. Queríamos una casa de masajes donde algunas expertas señoritas chinas nos acariciaran la espalda... Y nosotros a ellas. Aquí nos molieron los huesos unos chinos que asustaban. ¡Eres la desgracia de los guías!

—Aquí es el mejol masaje chino... son plofesionales gladuados en Pekín. No hay mejoles en Asia... Si los señoles desean fiesta blava es otlo lugal. Un selvidol los llevalá al mejol salón de esas fiestas que quielen los señoles.

—Que sea un sitio decente –dijo Ocampo.

—El General sólo conoce los sitios decentes, honolable señol. Segulamente se diveltilán a lo glande. Tiene fama de sel desmesuladamente diveltido.

Y así fue. El General los llevó a un elegantísimo salón todo rojo con un frívolo espectáculo de strip tease al estilo parisino. Una orquesta tocaba “Cabaret”, pero no cantaba Liza Minelli... La sala de baile con bastantes parejas muy juntas se movía lentamente. En las mesas en penumbras se distinguían hombres con trajes de etiqueta y chicas orientales y occidentales muy cariñosas... Se ubicaron en una mesa y pidieron champagne. Una sinuosa figura con muy poca ropa se movió en la semioscuridad, sirvió a los tres y se sentó sin permiso en las rodillas del Águila rodeando el cuello con sus brazos.

—Este bicho volador tiene más pinta que nosotros –le dijo el doctor a Cándido. Pero Cándido no era ciego. Analizó la situación y le dijo a Ocampo: –Esa mujer es un hombre. Un travestí. Fíjese en el tamaño de sus pies y en la nuez de Adán. Creo que se ha enamorado del anillo del Águila; le está adivinando la suerte en el dorso de la mano derecha.

Si había una cosa que el doctor Ocampo odiaba en el mundo era a los homosexuales, sobre todo a los masculinos. Su simple mención le producía náuseas.

—Ocúpate de él o de ella –le dijo a Cándido con tono de orden de cumplimiento inmediato.

El custodio se levantó y tomando del brazo al dudoso acompañante, lo separó de un tirón del Águila, mientras le decía en inglés que volara lejos de allí.

No se esperaban lo que sucedería. El travesti trastabilló con sus zapatos taco alto y su estrecho vestido no lo dejó equilibrarse. Cayó al suelo y gritó como un cerdo atado con alambre. Desde diferentes lugares salieron otras “mujeres” al auxilio de su “compañera” y se precipitaron sobre los tres a carterazos y arañazos. Los tomaron por sorpresa.

El Águila recibió un tirón de pelos que lo levantó de la silla y un codazo en su costado que lo dobló en dos hasta el suelo. Tenía para entretenerse. Las dos mariposas se tiraron sobre él a plenos chillidos en medio de una lluvia de puñetazos... no muy fuertes. El Águila creía que eran mujeres. Estaba inhibido de pegarles. Sólo se cubría con las manos cruzadas sobre la cara.

El doctor fue atacado por dos travestis a los gritos. Arqueaban sus dedos con largas uñas pintadas de negro. Sus caras maquilladas con abundantes capas de colores fuertes los transformaban en trágicas máscaras de lo que podía haber sido un hombre. Los ajustados vestidos chinos con un largo tajo lateral, hechos de lujosas sedas marcaban siluetas femeninas muy bien formadas. Las hormonas y siliconas hacían el resto. Se lanzaron sobre él como gatas aullando. Trataban de arañarle la cara, pero se olvidaron de mirar a Cándido antes de hacerlo. Error fatal. Un puño voló hacia la mandíbula del más cercano. Sonó un crujido como el de una nuez al partirse. Cayó dormido por la cuenta total. Un brazo durísimo sujetó la mano del segundo. Un giro acompañado de un grito de dolor dobló la articulación del codo, dislocándolo, y otro puño golpeó el estómago con un sonido sibilante. El travesti sólo dijo “Uggg... “. Otro a dormir o a revolcarse hecho un ovillo...

Cándido entonces dio un salto hacia los dos que estaban martillando sobre el Águila. Levantó a cada uno de ellos de los pelos de la nuca con una mano y estrelló sus cabezas con un sonoro golpe que silenció el coro de chillidos. La orquesta dejó de tocar... El silencio podía escucharse. En las mesas vecinas se veían caras de miedo y de alborozo, de acuerdo al nivel alcohólico de cada uno. Las otras “chicas” se quedaron en el molde. Quizás admirando a ese gigantesco colombiano tan bruto...

Parecía todo en calma. Hasta que vieron avanzar dos roperos vestidos de negro directamente hacia ellos. –Estos tugurios siempre contratan guardianes por kilos –dijo el Águila a su amigo, quien aún no salía de su sorpresa.

Los enormes chinos tenían sus caras como estatuas de bronce con ojos oblicuos y mejillas regordetas. Caminaban lentamente... la puerta estaba a sus espaldas. Nadie escaparía.

—Ayudemos a Cándido. Creo que éstos no son maricas...

Pero Cándido conocía su deber. Estaba disfrutando una buena pelea que hacía rato no se daba, y más a puño limpio. Les pidió a los dos que se quedasen sentados y salió al encuentro de los guardianes. Quizás sólo venían a ver lo sucedido.

Pero no era así…

Estaban contratados por las “chicas” del local y allí había cuatro durmiendo en menos de un minuto. Las “otras”, asustadas ante ese bruto, mandaron sus tanques. Para eso le pagaban protección. Pareció sorprenderles que sólo se levantara uno de los tres hombres... eso no era lo corriente. También ellos debían tener cuidado...

Hicieron un impresionante movimiento de Whu Shu, Chuan Fa, el Kung Fu chino. Querían asustar a Cándido. El colombiano tenía sangre vasca. No retrocedía un milímetro ni ante Satanás en persona. Los miró sin mover un pelo mientras los estudiaba concienzudamente. Él también sabía artes marciales, pero de las peores y nada deportivas. Resumía lo destructivo del budo, el Shaolin Chuan Fa, el Karate y el Tae Kwon Do. Unos cuantos movimientos de cada uno. Pero todos mortales. Unido a su extraordinaria fuerza física, cada golpe era definitivo.

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