1 ...8 9 10 12 13 14 ...21 El comandante lo saludó muy amablemente. Foster lo había presentado como su jefe máximo en la DEA. Carreras pensaba que era una visita de cortesía y agradecía al comandante su atención, pero no era así.
—Señor Carreras –dijo Parker– ¿puedo hablar con usted de un tema altamente confidencial?
El enfermo lo miró sorprendido y luego dirigió su mirada hacia Foster, que desconocía el motivo de la visita del comandante.
—Supongo que sí.
—Cuando le digo altamente confidencial quiero significar que usted debe prometerme que, cualquiera sea su respuesta, olvidará la pregunta que le haré. ¿Me lo promete?
Carreras no esperaba una presión semejante en su estado. Pero estos de la DEA siempre juegan a los agentes secretos, así que a seguirle la corriente...
—Se lo prometo–contestó mirando a Foster como diciendo “qué bicho me has traído...”
—Soy el comandante general de la DEA en Miami. Necesito su colaboración para reemplazar a un narcotraficante que fue eliminado, pero sus verdugos no han podido confirmar su muerte. Lo molesto en su estado por una sola razón. Usted es tan parecido a él que hasta su amigo los confundió en las fotografías. Es un servicio que le pide su patria. Usted no debe hacer nada. Sólo que lo vean vivo. También debería aceptar ser dado legalmente por muerto. El acta de defunción la emitiría nuestro médico. Debe tomar otra personalidad. Incluso en la cirugía estética que se le realice. Luego, al terminar el operativo, usted podrá volver a ser el señor Carreras. ¿Qué me contesta?
Todo fue tan rápido que el enfermo apenas comprendió lo que le pedían. El teniente Foster se acercó a él y le repitió lentamente paso a paso. Carreras contestó: –He sobrevivido a la explosión de gas de un pozo petrolero. Me salvó uno de mis compañeros que estaba delante de mí al salir el fuego. Él y los otros cuatro murieron y yo estoy aquí, aún vivo. Mirando a su amigo le dijo: Tú trabajas en la DEA y sabes cómo es lo que me pide el comandante. Haré lo que tú me aconsejes. Para eso eres mi amigo...
El teniente Foster asumió una responsabilidad que no quería. Pensó en su vida llena de peligros, de noches sin dormir, de trabajos sin horario en los peores lugares del mundo. La muerte caminaba a su lado y aprendió a vivir con ella. Luchaban contra la escoria humana... El motivo del riesgo tenía sentido y si volviese a nacer haría lo mismo.
—Amigo –le dijo–, nosotros hacemos lo que podemos para que otros vivan mejor, para darles a nuestros hijos la posibilidad de tener un hogar sano y feliz. Creo que debes hacerlo. Si salvas a un solo chico de la droga, serás afortunado y tu vida habrá tenido sentido. Si intuyo el plan del comandante, trabajaremos juntos. Creo que vale la pena... pero es tu decisión, no la mía.
— ¡Acepto! –fue la enérgica respuesta de Carreras, que sorprendió a Parker por su fortaleza.
—Desde ahora nosotros te cuidaremos. Gracias, amigo. Admiro tu valor. También cobrarás tus servicios muy bien remunerados. Estás contratado en la DEA.
Se despidieron muy afectuosamente.
En ese momento nació la Operación Anaconda.
Capítulo 8
Bogotá – Taipéi –Taiwán
CUATRO TELÉFONOS de diferentes colores estaban cuidadosamente colocados sobre el escritorio del doctor Miguel Ocampo Freedman en su mansión de Bogotá. Se acomodó los anteojos y comenzó a hojear el último balance de su gestión. Lo escrito en esos papeles confidenciales no era conocido más que por otras dos personas: sus jefes, los capos máximos de los Cárteles de Cali y Medellín.
Era la ratificación de su triunfo como director general de una de las empresas más poderosas de la tierra, que paradójicamente no tenía nombre. El calor de Bogotá no penetraba dentro de su palacio ubicado en la mejor zona, en las afueras de la ciudad. Un gran parque de enormes árboles centenarios en el exterior y un aire acondicionado perfecto en toda la mansión, creaba el clima artificial que el doctor exigía durante todo el año.
Estaba realmente satisfecho. Nunca habían ganado tanto dinero y sus jefes cada día confiaban más en su gestión.
El doctor Ocampo lo tenía todo. Era tan poderoso en la tierra que no necesitaba mirar al cielo. La persona más grande que conocía en este mundo la veía frente a un espejo.
El teléfono rojo emitió unas notas musicales que recordaban a Vivaldi. Algo importante sería transmitido. Sólo cuatro personas en el mundo conocían esa línea. Un número secreto protegido electrónicamente de interferencias. Se usaba sólo en casos de contactos entre la élite de la droga.
Una voz femenina y dulce preguntó en perfecto inglés: – ¿Está el doctor Ocampo?
—Con él habla... comuníqueme.
No necesitaba preguntar quién estaba en el otro extremo de la línea; la voz de esa mujer era inconfundible, acababa de escuchar a la secretaria de un respetado senador de los Estados Unidos. La conversación era en inglés que el doctor Ocampo dominaba a la perfección. No en vano había estudiado en Harvard.
—Estimado doctor Ocampo. ¿Cómo se encuentra usted?
—Muy bien. Creo que excelente, para ser franco. ¿Cómo andan tus cosas, Max?
El senador no se llamaba Max. Su verdadero nombre era Hans Krause. Ese seudónimo lo usaba para hacer cierto tipo de negocios, como el que trataría con el doctor Ocampo.
La respuesta fue concreta, como siempre que hablaban por teléfono. Aún con la seguridad de una línea especial y protegida. Quizás la técnica avanzara sin que ellos se enteraran y su comunicación podría ser decodificada...
—Necesito reunirme contigo. Haré un viaje de placer a Taiwán. Tú debes hacer lo mismo. Nos veremos a las diez de la mañana del martes de la próxima semana en el Grand Hotel de Taipéi. La dirección es: 1 Chung Saan North RD. Estaré en la suite presidencial. Debes ir solo a la reunión. Puedes reservar otra suite al Teléfono 5965565 o con un Telex 11646 GRANDHTL. Pide en la sección The Main Building, Corner Suite. Son las mejores y estaremos más cerca. Si tienes personal de compañía los alojas en la sección Jade Phoenix. Nadie debe vernos juntos.
Era típico de Max. Todo concertado, pero no era capaz de hacer la reserva para ellos y mucho menos de pagarla.
Su fortuna era mucho mayor que lo que todos creían. Era dueño de un iceberg de oro. Lo que se veía le alcanzaba para ser respetado en los círculos del poder, donde los hombres valen por lo que tienen y no por lo que son, pero lo oculto podía destruir a los que se creían poderosos y no estaban de su lado.
Max llamaba a ese sistema “Operación Titanic”, simplemente chocaban con él... Muchos dormían en el fondo del océano económico por una maniobra de Max. Naturalmente, él rescataba las cosas de valor y las adosaba a la parte sumergida de su iceberg.
Ya habían tenido muchas reuniones con Max, siempre en lugares muy apartados de los Estados Unidos y sobre todo de Colombia. Max no se acercaba a Colombia ni por equivocación. No quería despertar sospechas. Sus sitios preferidos estaban en Asia. Mucha gente y mucho lujo. Era otra característica de Max. Adoraba el lujo y los placeres. Tenía con qué pagarlos. Sólo que a él no le agradaban las mujeres... Un orgulloso esclavo de su dinero. Pero el verdadero esclavo no ve sus cadenas. Max las arrastraba sin saberlo. No llegarían nunca a ser amigos por rechazo innato de sangre, aunque ambos se toleraban. Max era un súper orgulloso sajón que siempre miraba al doctor Ocampo como algo bastante inferior por su sangre latino–judía. Debía soportarlo con una falsa cortesía por necesidad del negocio. Pero se lavaba las manos con alcohol en gel después de saludarlo...
Para el doctor Ocampo, Max era un sucio degenerado que siempre estaba con Charly, su guardaespaldas lascivo y con signos muy marcados de haber estudiado para hombre y haber sido aplazado en las primeras materias. Cabellos teñidos de color rojizo con peinados de peluquería más bien femenina, aros, pulseritas y, a veces, ojos tonalizados y rubor en las mejillas. Su fachada colorida no disimulaba al sádico que disfrutaba con los trabajos sucios que le encargaba con bastante frecuencia su jefe para limpiar su entorno de poder. Solía disfrazarse de ramera para asesinar. Era un maestro con los explosivos y tenía fama de ser un despiadado estrangulador con su inseparable cordón de seda. Muy eficiente como arma mortal.
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