1 ...7 8 9 11 12 13 ...21 Debo investigar las partes no sólidas de este laberinto:
¿Estuvo el Águila por el sudeste asiático? Si estuvo, ¿qué lugares recorrió?
¿Compraron el anillo en ese viaje? Si lo hicieron, ¿en qué joyería?
Eso será fácil. Los buenos brillantes no se venden en los mercados de pulgas...
¿Quién pagó los ochenta mil dólares?
Seguramente usó tarjeta de crédito para millonarios o cheques bancarios. Nadie lleva esa cantidad en los bolsillos.
Rastrearemos esos dos caminos...
Si como pienso, fue muerto por saber algo o conocer a alguien muy importante, debe ser un sapo de otro pozo. Entre los narcos todos son conocidos y un piloto es respetado. Tiene lo que diríamos “status propio”.
Debo averiguar qué personajes importantes y foráneos anduvieron por los mismos caminos que el Águila en las últimas semanas. Sobre todo por el sudeste asiático. Si fue el Águila, seguramente también iría el doctor Ocampo. ¿Con qué nombre habrá viajado esta vez?
Si fue Ocampo, es seguro que el viaje fue de negocios. Y para hacer negocios hacen falta dos. ¿Quién es el otro? Pareciera que ese otro es el sapo de otro pozo que buscaba. Quizás allí esté la puerta de salida del laberinto.
Mi principal sospechoso es el doctor Ocampo. Averiguaré cómo andaban las relaciones con el Águila y cómo quedó después de su desaparición.
El comandante repartió instrucciones a sus colaboradores. Debían encontrar respuestas a cada una de sus dudas. Les entregó una lista de interrogantes con cuya solución trataría de solidificar las paredes del laberinto...
Al cabo de dos días tenía las respuestas.
El águila había volado hacia Taiwán con Cándido Ortiz. En el resto del pasaje no figuraba nadie conocido.
El comandante no desesperaba. –Dejen la lista. Ya aparecerá.
En Taiwán se habían alojado en el Grand Hotel de Taipéi, en una suite de superlujo para tres. ¿Para tres? Los nombres: Juan Carlos García Torres, Cándido Ortiz Goicoechea. Y... Andrés Belgrano Farías.
El comandante se sonrió: este doctor Ocampo tiene más alias que la guía telefónica. Cada viaje uno nuevo. Veamos en la lista de pasajeros del avión... Belgrano Farías... aquí está. Sigamos la pista... desde allí se fueron a Hong Kong. Estuvieron en el Hilton. Miren esto. El chofer de una limusina Rolls Royce recuerda haberlos llevado de jarana a un club más que dudoso...
Seguían leyendo el informe cronológico enviado desde Asia por línea segura. La sucursal de la DEA funcionaba con eficiencia.
— ¡Aquí está! El anillo fue comprado en Hong Kong, en Cartier. Lo pagó con un cheque a nombre de Miguel Ocampo Freedman. Claro... los bancos no aceptan alias ni clientes falsos. Un grave error de nuestro amigo de Bogotá. El vendedor confirmó que le regaló el anillo a uno de sus acompañantes. Y que eligió el mejor brillante que tenían a pesar de que el obsequiado lo rechazaba. Pasaron por Bangkok... ¿para qué?
¿Quién estaba en el hotel de Taiwán en la misma fecha que ellos?
Una larga lista de personas empezó a ser procesada. No encontraron ningún conocido. Pero allí debía estar, salvo que fuese chino o estuviese con nombre falso.
—Extraigan la lista de los norteamericanos.
La computadora seleccionó rápidamente treinta y siete personas. Catorce mujeres y veintitrés hombres.
—Verifiquen la existencia real de esos veintitrés hombres. Veamos si sus nombres son verdaderos o de fantasía. Era una tarea que solamente podía hacer ese monstruo electrónico. Al cabo de unas horas tenían resuelto el enigma.
Todas las personas eran americanos registrados, sólo que uno de ellos había fallecido hacía seis años. Un muerto viajero...
— ¿Quién es?
—Milton Johnson.
—Rastreen ese Milton Johnson, de dónde partió, dónde vive, quién es en la realidad.
Unas horas después...
Milton Johnson salió de California, más precisamente de San Francisco. Allí se pierden los rastros. Solo utilizó el pasaporte para salir y regresar.
No había registros anteriores con ese nombre.
Otro como el doctor Ocampo. Un pasaporte falso para cada día del año. –Busquen la ficha de migraciones. Allí debe poner una dirección. Otra vez la electrónica, ondas que subían a satélites y cruzaban los Estados Unidos en milésimas de segundo, de Miami a San Francisco.
Al cabo de unos minutos, Parker tenía la dirección de Milton Johnson: Palacio Legislativo de San Francisco.
El comandante movió la cabeza... algunos por figurar de muertos se cavan su tumba.
—Averigüen qué senador o diputado de San Francisco estuvo ausente esos días y si conocen el destino de su viaje.
Unos minutos después...
Cinco legisladores salieron esos días.
—Bien, –dijo Parker–. ¿Adónde fueron?
Tres tenían reunión en Washington. Uno estaba enfermo. Se rompió una pierna esquiando. El otro tomó una semana de vacaciones anticipadas. Tenía receta médica. Exceso de stress.
— ¿Cómo se llamaba el estresado?
—Hans Krause, senador nacional por San Francisco.
El comandante marcó el nombre con un grueso círculo rojo, mientras decía:
—Quiero saber vida, obra y milagros de ese senador. Consigan una fotografía suya y verifiquen si fue visto en el Grand Hotel de Taipéi.
Una hora después de haber enviado la imagen electrónica del senador Krause, llegó la respuesta desde la DEA en Taiwán. El conserje del hotel recordaba perfectamente al señor Milton Johnson. Siempre estaba con un travestí pelirrojo.
—Verifiquen lo del travestí. Sería la confirmación de que encontramos al jabalí. Tengan cuidado. Puede ser muy peligroso acercarse. Con un senador nacional de los Estados Unidos no se juega. Necesito que venga inmediatamente el teniente Williams Foster –pidió el comandante a su Secretario, David Kant. Unos minutos después, Foster estaba sentado frente a su comandante.
—Teniente, ¿cómo sigue su amigo, el ingeniero Carreras?
—Mejor. Está muy quemado, se encontraba muy cerca de la boca del pozo cuando se incendió, pero lo están curando. Se hacen cultivos de su propia piel. Tiene el treinta por ciento de la piel quemada, casi en el límite de lo vital. Ya le implantaron algunos trozos de piel artificial. Es una piel de lo más rara. La fabrican con cuero de ternera, cartílago de tiburón y un material plástico que extraen del petróleo. Como no produce rechazo no se necesitan drogas inmunosupresoras de por vida. Pero no es todo. Están haciendo cultivos de su propia epidermis. Parece fácil pero no lo es. Sacan un pedazo de piel sana del paciente, disuelven sus compuestos duros hasta que se llega al nivel de células independientes, las colocan sobre un tejido que hace de soporte y las alimentan con un caldo especial que permite que crezcan y se reproduzcan hasta que la superficie aumenta diez mil veces. Se corta y se reinjerta al paciente. Lamentablemente sólo podrán usarla donde esté sana la dermis y la hipodermis.
—Teniente, ¿está usted estudiando medicina?
—Disculpe, comandante. Como es de lo único que hablo con mi amigo al final lo aprendí. Le prometo ser más sintético.
—Necesito que me consiga una cita con el ingeniero Carreras lo antes posible. Si es posible hoy mismo. Será sólo un momento, usted vendrá conmigo.
—Comandante, aunque brama de dolor, creo que podemos ir sin pedir audiencia. Es mi amigo y lo recibirá a usted con mucho gusto.
—Andando, entonces –dijo Parker tomando su abrigo y su pipa–, lléveme al hospital.
El ingeniero Carreras estaba en una sala con aire acondicionado y botellas de suero colgadas a sus pies, recostado del lado sano. Se veían grandes porciones de piel marrón rojiza. En algunas partes estaba en carne viva. Debía sufrir mucho...
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