A inicios de la década de 1990 solo existía un programa profesional de cine en Colombia (el de la Universidad Nacional), hoy hay programas de formación en cine, comunicación y distintos campos del audiovisual en muchas ciudades del país y, además, una gran cantidad de colombianos adelantan estudios fílmicos en países como Argentina, España y los Estados Unidos.
A lo largo de mi carrera como investigador del cine colombiano he descubierto que no se puede hablar de nuestra cinematografía sin hacer referencia a las influencias de países como México, los Estados Unidos, Francia e Italia. El cine colombiano es un conjunto de películas realizadas en esta esquina de Suramérica que, a pesar de múltiples inconvenientes históricos, se ha realizado de forma irregular por más de cien años. La falta de una voluntad política más allá de los partidos, los intereses comerciales y la inconsistencia en la producción no han permitido el establecimiento de una tradición seria y los orígenes e identidad de nuestro cine pueden rastrearse en la influencia de movimientos internacionales como el neorrealismo italiano y la nueva ola francesa, y en hitos históricos como la edad de oro del cine mexicano y el cinema novo brasileño.
La crisis de la década de 1990, extendida en casi todos los países latinoamericanos, llevó a una nueva colonización del cine de Hollywood que llegó para quedarse y desplazar otras voces, otras miradas y otras narrativas. El cine europeo es escaso en nuestras salas y es muy poco usual que una película asiática o latinoamericana llegue a la cartelera comercial. Los festivales y algunos circuitos alternativos son hoy casi la única manera de acceder a un cine que trascienda los efectos especiales y las historias para adolescentes.
Después de la promulgación de la Ley 814/2003, de 2 de julio, el cine colombiano ha experimentado un inusitado avance y un enorme crecimiento en la producción de películas. Más allá de la calidad irregular de los filmes, es notable la aparición de muchas voces y nuevas historias, la exploración de géneros y la descentralización de la producción cinematográfica a todas las regiones del país. No obstante, el crecimiento de las últimas décadas ha sido irregular, y aunque las cifras de producción de películas colombianas son inéditas, la respuesta del público y las oportunidades de exhibición y distribución son altamente preocupantes.
El cine colombiano ha fortalecido su presencia en el entorno latinoamericano, y aunque es casi invisible en el contexto mundial, se consolida como un líder en la región y como la cinematografía con mayor crecimiento de las últimas décadas, debido, en muy buena parte, a la nueva legislación cinematográfica y a su ubicación estratégica entre el norte y el sur de América Latina. Como señalé, el cine colombiano ha superado su niñez y asiste hoy perplejo a su adolescencia: una época de transformación, de contrastes, de dudas y cambios de humor. De la forma como afronte este periodo, dependerá que algún día hablemos de la madurez del cine colombiano.
Este libro está dedicado a los quijotes colombianos, hombres y mujeres cineastas que, históricamente y contra todo pronóstico, han dedicado parte de sus vidas a contar las historias de nuestro país para permitirnos conocerlo y conocernos mejor.
1. Origen, desarrollo y evolución del cine latinoamericano
Pioneros y primeros años del cine en América Latina
El cine llegó muy pronto a América Latina: menos de dos años después de la primera proyección de los Lumière ya se habían hecho presentaciones públicas en varias ciudades hispanoamericanas. Las primeras se hicieron en Brasil, Argentina y México en 1896 y un año después en Perú, Venezuela y Colombia. La producción de películas en las primeras décadas fue dispersa y atomizada, desarrollada por empíricos sin mayores pretensiones artísticas, y atraídos mayormente por la novedad técnica, lo que no permitió la construcción de una tradición en prácticamente ninguno de los países.
En el cine mudo, tenemos una primera fase de introducción de la nueva invención, caracterizada por la proyección en locales precarios junto a otras atracciones y el nomadismo (1894-1907). En víspera de la Primera Guerra Mundial y durante el conflicto hay una consolidación de la exhibición y una primera expansión de la producción (1908-1919). En la década de los veinte, el nuevo auge del comercio cinematográfico coincide con la penetración norteamericana: a la sombra de Hollywood, apenas la producción local de noticieros alcanza alguna estabilidad, mientras la ficción permanece en un prolongado artesanato, en la atomización y la discontinuidad (1920-1929). Tanto es así que la transición al sonoro recubre una fase de tanteos y adaptación, incluyendo la producción norteamericana en español a la que responde una cierta efervescencia en algunos países (1930-1936). (Paranaguá, 2003, p. 21)
En los primeros años, cada uno de los países se limitó a proyectar las películas provenientes de Europa y de los Estados Unidos en salones acondicionados para la proyección cinematográfica y, poco a poco, se empezaron a crear salas de cine propiamente dichas. Aunque junto con los proyectores y las películas llegaron las primeras cámaras, y se tiene registro de que se hicieron filmaciones en las principales ciudades de América Latina, fue el cine proveniente del exterior el que se proyectó principalmente.
En las primeras décadas del siglo XX, películas europeas y norteamericanas llegaban indistintamente a las salas de cine de todo el mundo, pero fue después de la Primera Guerra Mundial que inició el predominio de los Estados Unidos por medio de la instalación de sucursales de sus principales compañías cinematográficas en territorio latinoamericano, aprovechando el declive europeo debido a la guerra y la sostenibilidad que garantizaba un mercado interno que representaba más de la mitad de las salas de cine del mundo (J. King, 1994, p. 26).
La política del “buen vecino” impulsada por el Gobierno norteamericano para recuperar terreno en la región y acallar las voces que impulsaban el nacionalismo resultó atractiva para muchos, por lo que se instaló el glamour del estilo de vida de Hollywood como valor aspiracional. Conscientes de su nueva política exterior “amigable”, los productores de Hollywood empezaron a preocuparse más por la imagen de los latinoamericanos en sus películas, por lo que presentaron a los latinos de manera más amable y crearon algunos héroes procedentes de esta región. La Segunda Guerra Mundial evidencia aún más la importancia del apoyo latinoamericano y motiva un paquete de programas culturales y económicos en la región.
La Oficina de Asuntos Interamericanos, creada por Nelson Rockefeller, tenía como objetivos principales:
Neutralizar la propaganda totalitaria en las otras repúblicas americanas.
Suprimir y corregir los actos provocadores provenientes de este país, tales como la ridiculización de los personajes centro- y suramericanos en nuestras películas.
Hacer énfasis y encaminar a la opinión pública hacia los elementos que constituyen la unidad de las Américas.
Incrementar el conocimiento y la comprensión de la forma de vida de los demás.
Dar mayor expresión a las fuerzas de buena voluntad entre las Américas, de acuerdo con la política del buen vecino. (J. King, 1994, p. 58)
El aumento en los estrenos norteamericanos en México, por ejemplo, aumentó en un 90 % entre 1920 y 1927. Paranaguá (2003) apunta que fue determinante la presencia de inmigrantes europeos como pioneros en la transición entre el cine artesanal y la constitución de empresas cinematográficas, y que, debido a la influencia en la historiografía hispanoamericana, se ha dado más importancia a los artistas, e incluso a los técnicos, que a los empresarios que construyeron las bases de la industria cinematográfica en la región:
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