José Manuel Aspas - El jardín de la codicia

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Cuando a Vicente Zafra, inspector de policía de Valencia, le asignan la misteriosa muerte de una mujer en el barrio de San Isidro de esta ciudad, no era consciente que su investigación le conduciría a una oscura red de tráfico de personas, donde la vida de la gente no tiene ningún valor y la codicia y el ansia de dinero, lleva a límites insospechados.A riesgo de su vida, irá destapando conexiones criminales que implican al crimen organizado en Brasil y Marruecos. La crueldad de estas mafias quedará de manifiesto al tiempo que va desarrollándose la trama de esta sorprendente historia."Un thriller con un tono trepidante que corta el aliento y que es imposible dejar de leer hasta su sorprendente final."

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—Aproximadamente, ¿cada cuánto recibía esa llamada? —continuaba siendo Vicente el que formulaba las preguntas. Arturo permanecía en silencio, anotando en una libretita lo que consideraba de interés.

—Dos o tres veces máximo al mes.

—¿Crees que siempre se trataba de la misma persona?

—Sí.

—¿Nunca comentó nada sobre esa relación?

—No, era totalmente reservada a ese respecto.

—Cuando contestaba esas llamadas, ¿no recuerdas que dijese un nombre?

—No, no recuerdo que contestase con un nombre. Sabíamos que era él porque le repito, se le iluminaba la cara.

—¿Cómo si estuviese enamorada?

—Sí, en alguna ocasión lo hemos comentado Sonia y yo. Estaba coladita hasta los huesos por ese tío. Pero si le preguntabas algo, ya sabe usted, para cotillear, te cortaba inmediatamente. A Sonia en una ocasión le espetó que se metiera en sus asuntos de forma tan brusca, que jamás volvimos a sacar ese tema.

—Comprendo. ¿Sabes si Mónica conservaba alguna foto del misterioso hombre?

—Que yo sepa, no.

—¿En alguna ocasión ha subido a casa con algún amigo?

—Nunca. Le he dicho que prácticamente no salía de fiesta, a excepción de cuando ese hombre la llamaba.

—Perdona que insista María, ¿me permites que te tutee?

—Sí, claro.

—¿Nunca os cruzasteis cuando la traía o la recogía?

—Cuando la llamaba por teléfono, siempre quedaban fuera. Nunca lo subió a casa y nunca los vi llegar juntos. Pensamos que se trata de un bicho raro.

—Para hacerme una idea de esa relación... Cuando quedaban, ¿cuánto tardaba en volver, aproximadamente?

—Pasaban juntos toda la tarde, en alguna ocasión también la noche.

Los inspectores se miraron. En la mente de los tres, la misma pregunta; también la misma respuesta. Vicente la formuló.

—La verdad es que una relacion así solo se debe a que el tipo es muy raro, como tú has dicho, o está casado.

—Eso es lo que Sonia y yo creemos.

—¿Tampoco hablaba de su familia?

—Mónica era totalmente discreta en cuanto a su vida personal. La verdad es que era una tumba. Solo nos dijo en una ocasión que procedía de Venezuela.

—Gracias por tu sinceridad. Ahora centrémonos en el día de ayer.

—Trabajamos las tres por la mañana. Bueno, Sonia y yo siempre trabajamos por la mañana. Mónica trabajaba a turnos, pero ayer coincidimos las tres. Pasamos la tarde en casa y como era el cumpleaños de Sonia, dijo de invitarnos a cenar. Salimos sobre las nueve, fuimos a un chino. Mónica recibió la llamada cuando estábamos con el postre. Supimos inmediatamente que era él. Como le he comentado antes, se le iluminó la cara.

—¿Qué hora sería cuando recibió la llamada?

—Cerca de las once.

—¿Sabes dónde quedaron?

—Sus palabras textuales fueron: «Vale, a las once y media donde siempre». Terminamos el postre, Sonia pagó y al salir, Mónica paró un taxi.

—¿Llamó a radiotaxi o paró el primero que vio?

—Paró uno que venía por la avenida.

—¿En qué chino cenasteis?

—Uno que está en la misma avenida Burjasot, cerca del cruce con Peset Alexandre.

—¿El taxi lo paró en esa misma avenida?

—Sí.

—Por supuesto, ¿no comentaría nada de sus planes para esa noche?

—Nada. Colgó y continuamos hablando de películas, que era de lo que estábamos charlando.

—Gracias por tu colaboración. ¿Te importa que miremos su habitación?

—No, claro que no. Acompáñenme.

Se dirigieron al fondo del pasillo y abrió la última puerta. Encendió la luz.

—¿Necesitan que me quede?

—No. Si necesitamos algo, te llamamos.

—De acuerdo.

—Gracias.

Ambos se pusieron guantes de látex. Sin cerrar la puerta, iniciaron un lento, exhaustivo y meticuloso registro. Cuando terminaban, escucharon la puerta de entrada y una conversación proveniente del salón, por lo que dedujeron que había llegado Sonia. Al salir cerraron la puerta. En el salón, María presentó a Sonia a los inspectores. Estos le hicieron una serie de preguntas y escucharon una repetición de lo que les dijera María.

—Bueno, hemos terminado. Gracias por su colaboración a ambas. De momento no entren a la habitación de Mónica, es muy importante que no entren. ¿De acuerdo? —las dos asintieron con la cabeza—. Mañana vendrán unos compañeros del departamento de la policía científica, realizarán un registro más minucioso y tomarán una serie de muestras imprescindibles para la investigación. Nosotros únicamente nos llevamos esta foto. Pueden traer una orden de registro, pero si ustedes les firman la autorización, podemos pasar de solicitarla.

—No es necesario, les firmaremos la autorización y lo que necesiten.

—Tengan mi tarjeta. Si recuerdan algún detalle, por insignificante que les parezca, llámenme.

—Vale.

Cuando los inspectores llegaron a comisaría, pasaban de las siete de la tarde. Les quedaba el trabajo más tedioso, pasar todo lo acontecido a un informe: averiguaciones, notas e impresiones. La investigación es un proceso no solo de recopilación de datos tangibles, sino que los investigadores también reflejan sus sospechas, dudas y conjeturas, tanto en toma de declaraciones e interrogatorios como en escenarios de un suceso o registros. Saben a ciencia cierta que detalles que son irrelevantes hoy mañana pueden ser fundamentales para el esclarecimiento de un suceso. A todo eso se suma lo que los investigadores denominan su instinto, su olfato. Vicente Zafra confiaba en el suyo.

Una vez sentados frente a frente sacaron sus respectivas notas. Vicente cogió un folio en blanco.

—Bien, centrémonos en la joven. ¿Qué tenemos? —preguntó.

—Sus datos.

—¿Qué datos? —Vicente empezó anotando en el folio nombre, procedencia, fecha de nacimiento, fecha de entrada en España según constaba en la fotocopia del pasaporte y fecha del inicio del contrato. También la fecha que le dieron sus compañeras de piso—. Desde que entró en España hasta que se puso a trabajar en este sitio, pasaron un año y diez meses.

—Vale... Solicitar sus datos laborables —Ahora fue Arturo el que anotó en un folio lo que solicitarían por la mañana y a quién—. También datos catastrales. Veremos si ha trabajado anteriormente en otro sitio y dónde vivió durante ese tiempo.

—Solicitar sus datos bancarios.

—Anotado.

—Una requisitoria a Venezuela solicitando información sobre la joven. —Vicente dejo el bolígrafo y miró a su compañero—. La joven no tenía más documentación que su simple tarjeta del trabajo. Supongamos que toda su documentación estaba en el bolso que no se ha encontrado.

—Pero esto no tiene trazas de tratarse de un robo —apuntó rápidamente Arturo.

—Estoy de acuerdo contigo, no tiene pinta de tratarse de un robo. ¿Qué observaste de extraño en la habitación de la chica?

Arturo reflexionó sobre la pregunta. La joven podía llevar encima toda su documentación y que se hubiera quedado en el bolso, como dijo Vicente. Por lo tanto, a excepción de no encontrar ningún documento personal de la joven, ¿a qué se refería Vicente? Por ese motivo le gustaba trabajar con él, le hacía pensar, el muy cabrón, y eso lo motivaba.

—No hemos encontrado objetos personales, a excepción de una foto de ella mirando a quien se la hizo. —Miró a Vicente con una sonrisa de satisfacción. Eso era lo extraño—. No tiene fotos de su familia. Solo ropa, y toda nueva. Ni cartas, ni tarjetas de feliz cumpleaños, ni siquiera un peluche.

—Exacto. No es normal en una joven que lleva dos años en el extranjero no tenga ni una sola foto de sus familiares. No había nada que nos diera ni una pequeña pista sobre su pasado.

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