José Manuel Aspas - El jardín de la codicia

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Cuando a Vicente Zafra, inspector de policía de Valencia, le asignan la misteriosa muerte de una mujer en el barrio de San Isidro de esta ciudad, no era consciente que su investigación le conduciría a una oscura red de tráfico de personas, donde la vida de la gente no tiene ningún valor y la codicia y el ansia de dinero, lleva a límites insospechados.A riesgo de su vida, irá destapando conexiones criminales que implican al crimen organizado en Brasil y Marruecos. La crueldad de estas mafias quedará de manifiesto al tiempo que va desarrollándose la trama de esta sorprendente historia."Un thriller con un tono trepidante que corta el aliento y que es imposible dejar de leer hasta su sorprendente final."

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Por la noche, de forma un tanto discreta, Antonio Mármoles se presentó en la habitación del hotel donde se hospedaba Vicente Zafra.

—El tema se está complicando —empezó Vicente—. Nos conocemos muchos años. Tengo absoluta confianza en ti. Pero quiero que entiendas que nuestra cooperación puede costarme el puesto.

—Lo sé —contestó el investigador privado—. Mi cliente quiere que averigüe la verdad, y ese será mí primer objetivo. Esta investigación puede convertirse en una trama enrevesada. Para serte sincero, me estimula, me excita intervenir en ella. Pero te repito, mi cliente pretende que averigüe la verdad. Por ese motivo, mi contribución está supeditada a prestarte la máxima colaboración en la investigación, siempre subordinado a ti y no al revés. Te prometo que si en el transcurso de la investigación descubrimos algo que no sea concluyente en la exoneración de la culpabilidad de Alberto Poncel, pero su padre lo pueda utilizar para sortear a la justicia, me lo callaré. Conozco cómo funciona la justicia. En ocasiones es un poco miope, por no decirte ciega. Tiene algunos resquicios, pequeñas grietas y por ellas se escapan sobre todo los cabrones que tienen dinero o poder.

—Tenía que decírtelo. Pero yo dudo que tu cliente únicamente quiera la verdad. Su mayor interés es sacar a su hijo de prisión, y si puede quedar libre de cargos, mejor.

—Lo sé, pero él me ha pedido que averigüe la verdad y eso haré. Además, por lo otro no te preocupes. Conmigo ganarías más dinero.

—Pero te tendría que aguantar como jefe y te aprovecharías de mí.

—Sin lugar a dudas.

—Sobre la información que te suministraron sobre Mónica, a excepción de confirmar lo que te dijeron, no hemos podido averiguar nada más.

—Una lástima —lo que en un primer momento parecía una buena pista se desvanecía en el aire.

—En un primer momento pensamos en trincar al proxeneta que te pasó la información, a ver si apretándole las tuercas cantaba algo más. Pero pensé que si dispone de más información, te la intentará vender a ti antes que proporcionársela a la pasma.

—Mejor.

—Respecto a la lista que te proporcionó tu cliente —Vicente sacó la lista y se la enseñó—, el hijo del tercero de la lista tiene contacto con Simeón Serra.

Mármoles cogió la lista y la miró.

—El hijo de Rogelio Herrera Sol.

—Efectivamente. ¿Conoces a Simeón Serra?

—Conocerlo no, pero su reputación le precede. ¿Sabéis qué funciones realiza dentro de la organización?

—En eso estamos. De momento es una incógnita.

—¿Cómo se llama?

—Hugo Herrera Muñoz.

—Si fuese el chulo de Mónica, sería una intrigante casualidad —argumentó Mármoles—. Dime, ¿qué quieres que haga?

—Tengo que recibir los informes de Hugo Herrera desde Valencia. Nos consta que hasta 1996, vivió y trabajó en Valencia. A partir de esa fecha no aparece ni en las listas de parados. Vamos a averiguar cómo se gana la vida en estos momentos.

—¿Cómo sabéis que mantiene una relación con Simeón Serra? —preguntó Mármoles.

—Se entrevistó subrepticiamente con Simeón en un restaurante. No sabemos de qué trataron, pero los analistas confirman que Simeón no se reúne con nadie en secreto a no ser que sea importante. Los temas cotidianos los tratan sus subalternos.

—Eso es cierto. Tiene fama de ser un tipo muy astuto y precavido.

—Se va a montar un operativo exclusivamente para averiguar quién es en realidad Hugo Herrera. De momento no interfieras para nada en la investigación. Dame unos días y hablamos.

—Podría intentar….

—No —le cortó Vicente—. Es importante que no interfieras para nada. Ve a Valencia y pregunta al padre de Alberto Poncel más detalles de Rogelio Herrera. No estaría de más que en tus preguntas incluyeras a otro de la lista para despistar y no centrarte solo en los Herrera.

—¿Hay algo más, verdad?

—La operación tiene que ser limpia. Se teme que Simeón tenga chivatos dentro del departamento y se está compartimentando la información. Si tú indagas, interferirá en algo serio e irán a por ti. Luego atarán cabos y llegaran a mí.

—Entiendo.

—De momento, limítate a preguntar a tu cliente con disimulo cosas sobre los padres de Hugo Herrera. Y cuidadito con lo que dices. Nos jugamos el cuello.

—Tomo nota.

Durante los siguientes días, todo el equipo de investigación se dedicó en cuerpo y alma a intentar descifrar a qué se dedicaba concretamente Hugo Herrera, cómo se ganaba la vida, qué lazos le unían a Simeón Serra y si desempeñaba algún papel dentro de la organización.

Con la correspondiente orden judicial se grabaron todas las conversaciones que Hugo mantenía, tanto de su teléfono fijo como del móvil. Se localizo un piso vacio justo enfrente de donde residía Hugo. Los dueños estaban pasando una temporada en el pueblo. El propietario era militar retirado y no pusieron objeciones a que la policía lo ocupase durante unos días. El edificio de Hugo no contaba con aparcamiento, por lo tanto, solo tenían que vigilar el acceso del patio. El piso ocupado por los agentes se utilizó para controlar las salidas y entradas del sospechoso y como centro de operaciones del equipo.

Se le localizó una cuenta bancaria con un saldo pequeño. Realizaba ingresos y reintegros periódicos con cantidades no superiores a seiscientos euros, siempre en metálico. La cuenta no registraba prácticamente movimientos.

Se recogió, con la complicidad del portero, su bolsa de la basura. En ella recibos, datos bancarios, cajas de medicamentos, en definitiva retazos de su intimidad. Discretos seguimientos describieron una rutinaria vida. Desayuno en la cafetería junto a su casa, gimnasio, la compra en un supermercado cercano y una salida a cenar con una joven que termino pasando la noche en la casa de él. Por la matrícula de su coche, la identificaron. También descubrieron que trabajaba como encargada en una tienda de ropa.

Todos eran conscientes de que no podrían mantener esa vigilancia por mucho más tiempo si no se obtenía algún tipo de resultado. Transcurridos diez días tuvieron una reunión Zafra, Agustín y Borja con el comisario Moratón. Juntos repasaron todos los informes y llegaron a la conclusión de que había llegado el momento de mover ficha.

—Todos estamos de acuerdo en que aunque no sepamos a qué se dedica Hugo Herrera, no es trigo limpio. Ante la falta de resultados, vamos a recurrir a Peralta —el comisario se dirigió a Vicente, era el único que desconocía a quién se refería—. A excepción de los aquí reunidos, solo otras tres personas tienen conocimiento de esa palabra y lo que significa.

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