José Manuel Aspas - El jardín de la codicia

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Cuando a Vicente Zafra, inspector de policía de Valencia, le asignan la misteriosa muerte de una mujer en el barrio de San Isidro de esta ciudad, no era consciente que su investigación le conduciría a una oscura red de tráfico de personas, donde la vida de la gente no tiene ningún valor y la codicia y el ansia de dinero, lleva a límites insospechados.A riesgo de su vida, irá destapando conexiones criminales que implican al crimen organizado en Brasil y Marruecos. La crueldad de estas mafias quedará de manifiesto al tiempo que va desarrollándose la trama de esta sorprendente historia."Un thriller con un tono trepidante que corta el aliento y que es imposible dejar de leer hasta su sorprendente final."

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—Señor Zafra.

—Dígame, Sr. Conde.

—El último piloto se cambió en un concesionario de Madrid hace siete días. Desde ese tiempo, los stocks de los diferentes puntos donde se puede adquirir ese recambio no se han movido. He tardado un poco más en contestarle porque he supuesto que le sería más útil tener la información de todo el ámbito nacional.

—Esa información nos es de mucha utilidad, se lo aseguro.

—Me alegro de haberle podido ayudar.

—Tenemos que suponer que todavía no lo ha cambiado.

—Efectivamente.

—En el caso de que el vehículo en cuestión no se encuentre en el listado que usted nos ha proporcionado, necesitaría los vendidos en toda España.

—Lo suponía. Si no lo localiza, llámeme y le proporcionaré los vendidos en toda España.

—Así lo haré. Gracias por su amabilidad. Tiene mi número, si necesita algo que esté en mi mano, llámeme. Muchas gracias.

Cabía la posibilidad, que el sospechoso no se hubiera percatado del incidente y siguiera conduciendo con el piloto roto.

Por la tarde, a la hora acordada, se presentó el taxista en comisaría. Reconoció haber tenido un móvil con ese número, pero dijo haberlo perdido hacía más de un año. No se había molestado en darlo de baja, pues al ser de prepago creyó que al quedarse sin saldo se anularía. Siendo un móvil tan básico y antiguo pensó que nadie le prestaría la menor atención y acabaría en un contenedor para móviles usados. Cuando le informaron que seguía operativo, se sorprendió y se disculpó por no haberse molestado en darlo de baja, pero no tenía ni idea de quién lo estaba utilizando.

Los inspectores creyeron sin ninguna duda su versión y le dijeron que de momento no lo anulase, pues había en proceso una investigación. El hombre fue ofreciéndose para cualquier tipo de aclaración. Mientras se dirigía a los ascensores, los inspectores se miraron. Además de tener sesenta y dos años, alegar que estaba felizmente casado y con nietos, vestía una camisa con varias manchas en el pecho, unos pantalones que le quedaban cortos y la barriga le imposibilitaba verse los pies mientras permaneciese erguido.

—No cumple el perfil de la persona que buscamos —alegó Arturo—. Me juego mi placa si tiene algo que ver con esta joven.

—Estoy de acuerdo contigo. Queda descartado como sospechoso —sentenció Vicente.

—Muy perspicaz.

Cerraron la carpeta y se dirigieron a la reunión.

Los seis agentes de paisano que les habían asignado se encontraban reunidos en la sala de análisis, donde también se encontraba Córdoba. Vicente dejó que fuera Arturo quien organizase el grupo, pues lamentaba no poder evitar asumir un excesivo protagonismo. Aunque Arturo nunca se había quejado, no era saludable para las relaciones de equipo que formaban los dos.

De los diecinueve nombres que formaban la lista, doce residían y trabajaban en Valencia o zonas limítrofes; los siete restantes vivían en zonas rurales. Arturo abrió una carpeta que contenía diecinueve folios. Cada uno contenía los datos personales y toda la información que se había podido reunir sobre las personas que adquirieron un Magnum 10. Separó los siete que pertenecían a las zonas rurales.

—Hemos distribuido los pueblos en zona norte y sur. Juan y Moya investigarán la norte. Roque y Domingo el sur. —Les entregó tres folios a los primeros y cuatro a los segundos—. Se ha solicitado apoyo a la Guardia Civil de la demarcación. Tenéis al final de cada hoja el teléfono del cuartel requerido. Los llamáis y coordináis con ellos la búsqueda, ganaréis tiempo.

—De acuerdo. —Las dos parejas cogieron sus respectivas hojas.

—Juan Carlos y Durio, junto con nosotros, inspeccionaremos los doce vehículos restantes. Seis para vosotros... —Les dio seis hojas—. Y seis para nosotros. Como veis, también los hemos distribuido más o menos en dos zonas. Tenéis alguno en Valencia capital y otros en Alboraya, Moncada...

—Está claro —dijo Juan Carlos mientras repasaba las hojas.

—Es un vehículo de gama alta por lo que nos encontraremos con personas importantes o sinvergüenzas, posiblemente las dos cosas en la misma persona. Por lo tanto, tened cierto tacto, pero el vehículo hay que inspeccionarlo visualmente. Buscamos un piloto trasero derecho roto.

—En caso de que encontremos un vehículo de la lista con ese piloto roto, ¿qué hacemos?

—Inmovilización inmediata del coche, Córdoba tendrá previsto y activado el protocolo. Se trata de un asesinato. Tendremos la orden judicial en una hora. No se perderá de vista en ningún momento el vehículo. Nadie lo tocará, ¿entendido? —Arturo desprendía energía y confianza. Los demás inspectores le escuchaban y asentían con la cabeza mientras hojeaban los folios asignados. Las instrucciones eran escuetas, pero precisas. Todos eran profesionales y no era preciso repetirse. Vicente le escuchaba y no tenía ninguna duda, con el tiempo sería un extraordinario inspector.

—Están previstas tanto las órdenes judiciales de inmovilización como de traslado del vehículo a dependencias forenses, y se dará prioridad a las órdenes de registro que creáis conveniente en la vivienda del sospechoso —comentó Córdoba.

—Gracias. Organizaos ahora y mañana temprano empezamos. Si encontráis el coche, llamad y nosotros acudiremos inmediatamente. Pensad que si se trata de la persona que buscamos, está relacionada con un brutal homicidio y no se ha percatado del intermitente roto. Andaos con cuidado. ¿Alguna pregunta?

—Ninguna —respondió Juan Carlos. Todos negaron con la cabeza.

—Gracias a todos y suerte —se despidió Arturo mientras todos los inspectores se marchaban.

Vicente no era partidario de llamar por teléfono a los propietarios de los vehículos a investigar, pero si no lo hacían de ese modo, podían dar palos de ciego. Por lo tanto, llamaron por teléfono al primero. Se trataba de un empresario de la construcción, vivía en la avenida Fernando el Católico, treinta y dos. Todavía no había salido de casa. Diez minutos después llegaban los inspectores. El hombre les acompaño al garaje. En la foto, el vehículo parecía más pequeño, de línea clásica, resaltaba su robustez y la potencia, era de color negro.

Arturo se dirigió a la parte trasera. Los pilotos estaban intactos, ningún rasguño apreciable. Le agradecieron su colaboración y se marcharon. El segundo de la lista también, un hombre de unos cincuenta años, alto, portando un gran bigote tan canoso como su pelo y mirada inquisitiva, tampoco puso ninguna objeción en mostrarles su coche.

—¿Qué ha sucedido?

—Se trata de la investigación sobre un accidente —le respondieron.

Estaba intacto.

Una vez sentados en su vehículo, sacaron el listado. Se disponían a llamar al tercero de la lista cuando sonó su teléfono.

—¿Dígame? —contestó Vicente.

—Soy Juan Carlos. —La voz del inspector disparó todas las alarmas de Vicente—. El segundo de mi lista tiene el piloto trasero derecho roto. Le falta un fragmento en el centro.

—¿De quién se trata? —preguntó Vicente, buscando las copias con las que trabajaban los otros equipos.

—Alberto Poncel Parraga.

—¿Dónde te encuentras?

—En el número cuarenta y seis de la calle Colón, en el aparcamiento del edificio.

—¿Estáis con el propietario?

—No. No se ha dignado acompañarnos, ha mandado un subalterno.

—Es abogado —era una afirmación, constaba en la ficha de que disponían.

—Y de alta alcurnia. Varias plantas de este edificio son las oficinas del bufete. Lujo y dinero a espuertas, y el tío es un hueso.

—Tranquilos, permaneced junto al coche. Yo llamaré a Córdoba. Nosotros estaremos ahí en veinte minutos.

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