Aníbal Sierralta - Contratos de comercio internacional

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Esta sétima edición, actualizada y aumentada, de Contratos de .comercio internacional aborda el tema dentro de un análisis jurídico, comercial y empresarial que combina las prácticas comerciales con el derecho latinoamericano y la perspectiva exportadora de la región.
Cada capítulo desarrolla, con un lenguaje claro y accesible, los diferentes tipos de contratos de comercio y presenta nuevas propuestas, tanto sobre su actual naturaleza como sobre su clasificación. Además, el autor analiza la forma en que se promueven las exportaciones en América Latina y propone alternativas para su desarrollo integral.
En síntesis, es una obra fundamental que contribuye con el estudio de esta importante materia, en tiempos en los que el comercio entre naciones aumenta. Indispensable para abogados, operadores comerciales, administradores y estudiantes universitarios.

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El liberalismo invadió todas las esferas de la vida social. La economía política no podía escapar a esta corriente de pensamiento; por ello, los fisiócratas creyeron encontrar el principio fundamental que rige todo el proceso productivo y que se condensa en la frase: laissez faire, laissez passer, le monde va de lui meme. Así, las riquezas de las naciones se consideraron un fenómeno natural que los seres humanos producían espontáneamente, a condición de no interferir su libre acceder. La mejor política por parte del Estado consistía en abstenerse de interferir en el libre juego de las fuerzas económicas. Por ello, lo mejor era dejar que todo fluya, impidiendo que el proceso económico sea interferido por los individuos mismos. El libre actuar de las personas, guiadas por su ley natural, producía los mejores y mayores resultados. La ley de la oferta y la demanda se erigió en regla suprema de las actividades productivas y comerciales. En lo productivo, conducía, bajo la acción de la libre competencia, al mejor empleo de los recursos, encauzándolos hacia aquellos sectores de la actividad económica en los cuales su rendimiento resultaba más provechoso. En lo comercial, consagraba la prevalencia del mercado cuando la oferta superaba la demanda, con lo cual originaba el descenso de los precios de las mercaderías y, por ende, impulsaba a que los productores disminuyeran la oferta en el grado necesario para igualarla con la demanda; luego, si esta era mayor que la oferta, el alza de los precios se producía y se incrementaban las ganancias, estimulando la producción hasta ajustarla posteriormente con la demanda.

Los fisiócratas sentaron de esa manera las pautas del individualismo económico, que reclamaba plena libertad de trabajo, de comercio, de competencia; en general, absoluta libertad para el desarrollo de la vida, ya que el derecho natural es la base de toda normatividad humana.

Un orden natural, decían, lo preside todo. Respetar ese orden es la mejor política que se debe seguir. Adam Smith aceptó este principio y consideró la ley natural como la ley fundamental del progreso indefinido. Tanto en Francia como en Inglaterra, los economistas fueron influidos por esta filosofía; pero fue en este último país en donde se dio su más amplia aplicación práctica, mediante la adopción de una política librecambista en lo internacional, que tuvo como propugnadores a Hume, Adam Smith, David Ricardo y, principalmente, John Stuart Mill.

John Stuart Mill (Principles of Political Economy) señala que el comercio exterior posibilita:

El empleo más eficiente de las fuerzas productivas del mundo. Si dos países que comercian entre sí resolvieran producir lo que cada uno compra, ni la mano de obra ni el capital de ninguno de ellos serían tan productivos; ninguno de los dos obtendría de sus industrias la cantidad suficiente de mercancías como ocurriría si cada uno decidiese producir aquello para lo que realmente está más apto. Zapatero a tus zapatos.

Abaratar la producción, lo que determina que el consumidor sea, en última instancia, quien se beneficia.

La penetración de una empresa en otro país ampliando su mercado y, en consecuencia, mejorando el proceso de producción para llegar a niveles de competitividad.

La apertura a un país dado de nuevos productos y medios de comercialización que hasta entonces estaban considerados fuera del alcance de la población, lo que funciona como una especie de revolución industrial en una nación cuyos recursos estaban anteriormente subexplotados por la falta de energía e interés del pueblo. De esa manera, este se verá incentivado a esforzarse más para satisfacer sus nuevos gustos y hasta para ahorrar con el fin de satisfacerlos más plenamente, al igual que las necesidades que se presenten en el futuro.

Los fisiócratas surgieron en Francia a mediados del siglo XVIII, a partir de los trabajos de Quesnay, secundado luego por sus discípulos Dupont de Nemours, Mercier de la Rivière y Turgot. A partir de ellos, el liberalismo económico comenzó a tener una posición definida en Inglaterra y Francia, sobre todo en el primer país, cuyo desarrollo industrial y progreso técnico dio argumento a sus teóricos, aunque todo ello no era sino la aplicación mecánica de los recientes inventos, cuyos frutos más ostensibles fueron el empleo de técnicas productivas que aumentaron la demanda de bienes y servicios destinados a la producción y crearon, a su vez, una demanda para la inversión de las ganancias, transformándolas en acumulación de capital. El desarrollo industrial aumentó la demanda de bienes y servicios destinados a la producción, lo que propició, como consecuencia, una mayor acumulación de capital.

El excedente económico generado por el creciente industrialismo fue aplicado para fines productivos. La burguesía industrial, a diferencia de la burguesía comercial del período mercantilista, dispuso de mayores oportunidades e incentivos para la acumulación de ganancias transformadas en bienes de producción. Esta situación relegó a los metales preciosos a su función natural de servir como medio de cambio, en tanto que el Estado fue siendo cada vez menos gravitante. El comercio exterior libre de trabas resultaba ser la consecuencia necesaria del industrialismo de la economía inglesa, que el Estado se encargaba de prohijar por todos los medios.

2.1.2. La teoría de las ventajas comparativas

La teoría de los costos comparativos fue desarrollada por Robert Torrens y, subsecuentemente, por David Ricardo, a comienzos del siglo XIX.

El núcleo racional de esta teoría afirma que el comercio exterior de un país puede generar algunas ventajas relativas aun cuando su productividad sea inferior en términos absolutos en cada sector de producción respecto al país con el que intercambia. La ley de costos comparativos es la que gobierna el comercio exterior y la división internacional del trabajo. De acuerdo con esta ley, el comercio exterior puede ofrecer ventajas a cada participante en todos los países, contribuyendo a la intensificación de la productividad del trabajo.

Marx ha aceptado el núcleo racional de la teoría de los costos comparativos en un Estado que, aun con desventajas absolutas observadas en la productividad de todos sus sectores de producción, puede beneficiarse del mercado exterior. Al mismo tiempo, criticó fuertemente la apología del libre comercio capitalista expuesta por David Ricardo como base de su teoría, expresando que, bajo condiciones capitalistas, el comercio mundial ofrece a los países más desarrollados una oportunidad para explotar a los menos desarrollados y reducirlos al estatus de oferentes de materias primas y productos alimenticios más baratos.

Ciertamente, David Ricardo, en su teoría de los costos comparativos, ha despreciado el hecho mutuamente ventajoso de la división del trabajo para promover el desarrollo económico de todos los países participantes, el cual podría descansar en forma exclusiva sobre las invariables ventajas comparativas heredadas del pasado. Esta fue una interpretación estática de las ventajas comparativas que lo llevó a exponer el ejemplo según el cual: «el vino podría ser producido en Francia y Portugal, el trigo en Estados Unidos y Polonia, mientras que los productos de ferretería e industriales deben ser producidos en Inglaterra».

En efecto, pues, los bienes y riquezas de la naturaleza, así como los talentos, no han sido distribuidos por igual en todo el planeta ni a todos los hombres. La costa del Perú es rica en recursos pesqueros, pero pobre en recursos hídricos para la agricultura y, por ende, para la ganadería, que solo se ve favorecida cada cuatro años con abundantes lluvias en el norte —Piura y Tumbes—, que permiten almacenar los pastos para los cuatro años siguientes; en tanto que los andes contienen una inmensa riqueza mineral. Algunos otros países son pobres en recursos naturales. Japón, por ejemplo, no tiene petróleo, carece de grandes áreas para el cultivo extensivo y sus habitantes pagan hasta US$ 30 por un melón amarillo o US$ 7,32 por una papaya, en tanto que el habitante de Perú o Brasil solo tiene que abonar US$ 2 o US$ 0,95 por el mismo fruto, extraído del mismo suelo y por las mismas manos. Sin embargo, este tiene que comprar una videocámara por un equivalente de ocho salarios mínimos vitales o US$ 300.

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