En la mesa principal, se hizo un momento de pesado silencio, pues hasta don José se calló. Todos miraron a Julia de soslayo. Era su turno de incorporarse a la familia política rompiendo su silencio con algo importante que decir. Haciendo un esfuerzo supremo, dejó los cubiertos y le sonrió forzadamente a doña Ester.
—¡Cuánta gente, ah!
La chica recibió una mirada desinteresada de la señora por toda respuesta.
—Yo nunca había visto tanta comida… y tan rica —insistió Julia valerosamente.
Pero no consiguió romper la gélida acogida de la madre de Pedro. Julia iba a interpelarla nuevamente cuando vio con sorpresa que se incorporaba con dificultad y se alejaba de la mesa cojeando. La mujer había sido muy amable con la chica el año pasado, sin embargo, ahora se había convertido en su antagonista, una suegra que iba a ser casi imposible de tratar. Dirigiéndose entonces a Pedrito Segundo, la desposada le sirvió una copa de vino e intentó cambiar impresiones con él acerca de los nuevos estudios que el joven iba a comenzar muy pronto.
—Sí, claro, ahora me metis conversa, después que no me hubieras dado ni boleto en todo el mes… Galla traidora —masculló el joven alejándose en busca de sus amiguetes en la mesa del pellejo.
Menos mal que entonces apareció la tía Sabina, la esposa del doctor Rivas, muy alterada y sofocada, acompañada por un teniente de la guardia que la había conducido hasta allí desde Talcuri. La tía se sentó de inmediato a la derecha de Julia y, apenas consiguió calmar su agitación, se abalanzó sobre la joven y la abrazó con gran ternura; separándose un palmo, la miró a la cara con gran preocupación y la volvió a estrechar entre sus brazos.
—No le pasa nada malo a tu tío —le dijo adivinando la preocupación en los ojos de la chica—, pero él no va a poder estar contigo hoy, tiene mucho trabajo en el hospital, por eso he venido yo en su lugar —dijo toda compungida—. No dejaré que nadie ni nada te perjudique hoy en este, tu día.
Por suerte, la interesante, suave y amable conversación maternal de su tía Sabina pudo distraer a Julia lo bastante como para resistir el resto de la larguísima tarde. Poco a poco fue sintiéndose mejor, gracias a unos pequeños sorbos de vino, y empezó a participar más animada en las conversaciones con sus vecinos de mesa. Pero sin dejar de mirar con ansiedad hacia las demás donde estaban instaladas las más conspicuas damas de la comarca y de la región, todas ellas mirándola con hambre, pretendiendo echársele encima con ferocidad para arrebatarle todos los secretos de sus entrañas y echarla de nuevo al camino yermo por donde había llegado.
Tras los postres, Julia advirtió que una señora madura se dirigía hacia ella con rapidez. Sabina le dijo al oído:
—¿Ves a esa señora tan elegante que viene hacia aquí? Es doña Cuca, la señora del intendente Riesco, ella te cuidará tanto como yo, no temas nada. Ahora tengo que dejarte, me voy a tender un rato, estoy que me caigo… ¡Hola, Cuca, qué gusto verte! Mira, ella es mi sobrina Julita Rivas.
Doña Cuca se acomodó, con toda displicencia, en el sitio dejado por Sabina, lo que fue la señal que todas las importantes señoritas convidadas estaban esperando ansiosamente para empezar su labor de acercamiento a la protagonista del convite. Casi sin hacerse notar, algunas empezaron a levantarse despreocupadamente de sus mesas para acercarse con cuidado a la principal y rodear a doña Cuca, con la pretensión de ser presentadas a Julia. Pero su esfuerzo fue en vano, porque Cuca, una mujer ya madura, sensible y, sobre todo, muy lista, la prohijó de inmediato y no la presentó a nadie, salvo a dos de sus mejores amigas que no necesitaban ceremonia alguna, las que formaron un parapeto alrededor de las dos mujeres. Las anhelantes señoras que pululaban cerca de la mesa comenzaron a retirarse con discreción, perdida la esperanza de someter a la pobre Julia al feroz interrogatorio que cada una había preparado.
La mujer del intendente, con la mirada llena de satisfacción, ejerció todo su poder de primera dama regional no permitiendo que nadie más asediara a Julita, quien agradeció la protección contándole algunos detalles sobre su vida en la caleta de Las Cañas, y lo más jugoso de todo, le reveló cómo había conocido a Pedro Marcial.
—Fue aquí en esta viña precisamente, cuando unos bandidos del vecindario intentaron matarle —le contó Julia, sin concederle demasiada importancia. Y, disculpándose, se levantó en seguida para correr nuevamente a encerrarse su habitación.
En cuanto hubo terminado de palmotear a sus amigos, el dichoso marido regresó a la mesa principal y se dispuso a oír lo que le quería decir Rufino Contreras con tanta alarma. Abogado y principal amigo de la familia Gonzales, estuvo un buen rato hablándole en voz baja, usando la espalda de Tola su esposa, a modo de pantalla. En un momento, enfadado, Rufino explicó algo referido a unos documentos.
—Apenas me ha dado tiempo de redactar el acuerdo que me pediste anteayer, con tantas carreras en estos días se me amontona el trabajo en el bufete.
—No te preocupes —respondió el enfiestado Pedro—. Ponlo todo a mi nombre y ya veremos la manera de firmarlo mañana o pasado; ahora no tiene importancia, lo más duro ya ha pasado. En tres semanas he organizado el casorio más importante de la región, ¿qué te parece?
—Precipitado, pues.
—Estoy más feliz que un chiquillo con zapatos nuevos —repuso Pedro palmoteándole la mano—, conque no me vengai a cagar el resto de la velada, ¿está claro? Ya tuve bastante con el terremoto.
—Oye, Pedro, tengo que consignar la existencia de una carta dotal, o sea, hablamos de la dote. ¿En qué términos la tengo que extender?
—No lo sé, Rufito, en cualquier caso, me importa un bledo.
—Cierto, ahora que estás un poquito pasado… No lo ves claro.
—¡Mírame bien, amigo! ¿Es que me ves muy necesitado? Oye, Rufo, hoy no es para nada el día de hablar de la plata; además, eso tiene que ser el tío Samuel quien lo diga, porque el padre de Julita está incapacitado.
—Eres tú con tus malditas prisas quien me hace trabajar siempre en fin de semana, y encima no me cuentas nada… —se quejó Rufino.
—Mira, tú pon en el contrato una aportación mía de 30000 pesetas oro en efectivo, el valor de las tierras según las escrituras y las propiedades y cultivos, y deja espacio para la dote que tiene que ofrecer Samuel, no creo que más de dos líneas sean necesarias, hasta que me dé tiempo de hablar con él. A mí también se me acumula la pega en la bodega y en cuanto se acabe esta fiestoca me tengo que meter a preparar la vendimia. Ya voy con una semana de retraso y así no se puede hacer el vino más importante del país.
—Oiga, compadre, esto es una perfecta huevada con patas —
rezongó Rufino.
—Efectivamente. Así que ya tienes algo más de qué ocuparte, amigo. —Y se volvió hacia la orquesta haciendo señas de revolución con el dedo índice hacia abajo.
—Así no se hacen los contratos matrimoniales —siguió protestando el abogado—. Tengo que redactar el derecho de administración y disfrute, ¿oíste, güevon? Y sobre todo hay que establecer cuanto antes las herenciasfuturas…
—No seas pesado… ¡Ey! Ya ha llegado el intendente Riesco… Julia, Julia. ¿Dónde está mi señora? Vayan a buscarla.
El intendente Riesco Nogales entraba efectivamente en el jardín de la casa, seguido de cinco dóciles ediles de sufrido aspecto. En cuanto divisó a Pedro se fue directamente a su encuentro.
—Buenas tardes, don Pedro, y perdóneme por el retraso…
—Bienvenido, estimado intendente. —Y ambos se abrazaron efusivamente—. Perdonado, lo comprendemos todos, el deber es lo primero en la autoridad pública, no habrá sido fácil venir hasta aquí en este día tan movidito. Mire, le voy a presentar a Julia, mi esposa, a quien usted todavía no ha logrado conocer.
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