Terry Salvini - Máscaras De Cristal

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Una noche de pasión causa estragos en la vida y en la carrera de la hermosa Loreley, joven abogada de New York que está lidiando con un delicado proceso judicial con un desenlace en apariencia evidente. Con tal de descubrir la verdad la mujer decide infiltrarse en un ambiente ambiguo y poco recomendable. Alrededor de la protagonista se mueve diversos personajes: un antiguo amor, la familia, los amigos, los compañeros de trabajo pero, sobre todo Sonny, un pianista y compositor todavía legado a su propio pasado. Algunos de ellos permanecen fieles a sí mismos, otros se esconden detrás de máscaras de cristal que la rápida y acelerada sucesión de acontecimientos acabará por romper.

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―Está encerrado en el estudio. La cena casi está lista.

―Voy a avisarle.

Necesitó un poco de tiempo para sacarlo de la mesa de dibujo pero luego Johnny devoró un enorme bistec a la plancha y una cantidad de verduras que ella habría consumido en dos comidas.

Llegado a un punto Loreley apartó su plato con un gesto de disgusto: no entendía porqué ver a Johnny comer mucho, aquella noche le molestaba tanto.

Se levantó excusándose y se dirigió al baño para darse una ducha. Cuando el calor del agua la relajó, dejando espacio libre para los pensamientos, ya no se resistió. Divagó durante bastante tiempo en el pasado, en la época de la universidad, con Davide, el primer encuentro con Johnny y su futuro con él. Un futuro a largo plazo… Convertirse en una auténtica familia.

¿Qué diablos estaba pensando?

Johnny nunca le había dado a entender que quisiese crear una con ella. Ya había tenido una esposa y había escapado de ella después de unos cuantos años. Durante el matrimonio había traído al mundo incluso una hija, de la que hablaba poco, a diferencia de tantos padres que...

Interrumpió aquella secuencia de pensamientos con un escalofrío. Abrió la boca de par en par y el agua acabó en la garganta. Tosió para echarla fuera mientras cerraba el grifo. Fueron necesarios unos segundos interminables antes de que volviese a respirar bien.

Se apoyó en la pared de baldosas mientras se apartaba del rostro el cabello mojado. Aquel día debía volver a tomar la píldora y no le había venido nada. ¿Cómo era posible?

Había leído en algún sitio que, con algún tipo de anticonceptivos, podía suceder que el flujo disminuyese hasta desaparecer. Sí, debía ser esto.

¿Y si algo no había ido como debiera?, se preguntó escurriéndose los cabellos con gesto nervioso.

Aquella duda la puso tan intranquila que la indujo a secarse con rapidez y vestirse de nuevo. No podía esperar a mañana y quedarse con la incertidumbre o esa noche no pegaría ojo.

Una vez preparada dijo a Johnny que había olvidado comprar los habituales analgésicos y salió a la carrera.

En pocos minutos llegó a la farmacia cercana, en la otra parte de la calle. Entró y pidió un test de embarazo: era absurdo que se preocupase tanto pero sabía que podía haber un margen de error.

Cuando volvió a casa encontró a Johnny tumbado sobre el sofá concentrado en ver un partido de fútbol americano; ella aprovechó el momento para desnudarse y encerrarse en el baño sin ser molestada: nadie podría arrancar a Johnny de allí, ni siquiera la perspectiva de muchas horas de sexo desenfrenado.

Siguió las instrucciones que venían en el envase y esperó el resultado. Habría debido hacer el test por la mañana, al hacerlo por la noche se arriesgaba, como mucho, a tener un resultado negativo, nunca un falso positivo. En ese caso, habría repetido la prueba al día siguiente.

Sentada en el taburete se imaginó las posibles reacciones de Johnny si el resultado fuese positivo. Nunca habían hablado de boda, imagínate de tener hijos. Sería un duro golpe para ambos.

Miró el reloj, luego el indicador del test...

5

El test había dado positivo. Justo como temía.

¿Cómo diablos había sucedido? ¿Dónde se había equivocado?, se preguntó mientras envolvía el bastoncillo en un pañuelo de papel para tirarlo a la basura.

Salió del baño después de unos cuantos minutos. Se sentía como si le hubieran suministrado una dosis fuerte de sedantes. No fue con Johnny al salón: no quería correr el riesgo de que se percatase del estado en que se encontraba y necesitaba reflexionar antes de hablar con él.

Se dirigió al dormitorio, en la otra parte de la casa. Terminó de desvestirse, cogió el pijama de debajo de la almohada y se lo puso con movimientos parecidos a los de un autómata. Se dio cuenta de que se había colocado el pantalón al revés, no le importó gran cosa colocárselo como debía.

Al escuchar unos pasos se dio la vuelta, dando la espalda a la puerta.

―¿Ya te metes en la cama? ―le preguntó Johnny.

―Estoy muy cansada. ¿Te importa? ―fingió que buscaba algo en el interior del cajón de la mesilla de noche para que él no notase su turbación.

―No, para nada… yo vengo en cuanto acabe el partido, ahora están en el descanso.

Lo oyó acercarse todavía más y se puso una máscara de impasibilidad en el rostro, la misma que ponía en el tribunal.

―Perfecto. ―cerró el cajón después de haber cogido un paquete de pañuelos de papel que no necesitaba.

John la abrazó desde atrás, estrechándole la cintura.

―Venga, métete en la cama ―le dijo ―Ya me encargo de apagar todas las luces y cerrar las ventanas.

Ella giró la cabeza para fulminarlo con la mirada.

―¿Por qué me estás mirando de esa manera? ―le preguntó.

―Tú odias hacer estas cosas, siempre las debo hacer yo.

Lo vio sonreír.

―Dado que tú te vas a dormir y yo debo salir, me esforzaré y lo haré.

―¿Vas a salir con Ethan?

―Como siempre. Pero no te preocupes, esta vez no llegaré tarde.

El hombre dejó de abrazarla y, después de darle un ligero beso en la sien, abandonó la estancia.

Loreley se metió bajo las sábanas pero le costó conciliar el sueño. Era la primera vez que se sentía contenta de que Johnny saliese sin ella por la noche. Aún no se había recuperado de lo que había ocurrido en la boda de Hans que ya estaba metida en algo que le venía grande. Ninguno de los dos había considerado traer un niño al mundo, no en este momento.

***

Dos días después, Loreley todavía no había decidido informar a Johnny que sería padre por segunda vez. Quería mantener para ella ese secreto, aunque en un atisbo de racionalidad se prometió a sí misma decírselo lo antes posible, con la esperanza de que no reaccionase mal.

No conseguía procesar que se había quedado embarazada a pesar de todas las precauciones. En casa no hacía otra cosa que pensar en ello; sólo cuando estaba en la oficina conseguía tener un respiro: el trabajo la tenía ocupada, dándole un poco de tregua.

Aquel miércoles por la mañana se encontraba en la sala del tribunal con su asistido, Peter Wallace.

Loreley había visto imputados nerviosos, arrepentidos, preocupados, atemorizados o incluso complacidos de sí mismos, pero nunca le había ocurrido ver una expresión tan indiferente en uno de ellos. Para su defendido era como si aquello que estaba ocurriendo a su alrededor no fuese con él. Estaba allí, sentado a su lado, con los ojos fijos mirando hacia adelante, sin reparar en nada concreto, las manos cruzadas en una pose más propia del interior de una iglesia que de la sala de un tribunal.

Loreley había conocido al juez Henry Palmer durante las prácticas de pasante y lo estimaba por su humanidad que, sin embargo, no dejaba transparentar por sus ojos semi escondidos por los caídos párpados superiores y los labios sutiles siempre cerrados. Raramente lo veía sonreír durante una audiencia. A ojo de buen cubero debía haber engordado al menos una decena de quilos desde la última vez que lo había visto: ahora su panza presionaba el borde del estrado. Ni siquiera la toga conseguía enmascararla.

El juez se ajustó las gafas sobre la nariz antes de formular la pregunta esperada.

―¿Cómo se declara su cliente?

La voz sonó alta, un poco ronca, como si acabase de recuperarse de un dolor de garganta.

Ella se volvió hacia Peter Wallace, que no se movió ni un centímetro. El único detalle que le hizo comprender que estuviese vivo fue un ligero movimiento, apenas perceptible, en la mandíbula bien modelada.

―Inocente, Su Señoría. Mi cliente no tiene antecedentes penales, siempre ha llevado una vida tranquila y el crimen por el que es imputado aún está por demostrar. Las pruebas a su cargo se basan solamente en un testimonio poco fiable. Pido la libertad condicional.

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