Terry Salvini - Máscaras De Cristal

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Una noche de pasión causa estragos en la vida y en la carrera de la hermosa Loreley, joven abogada de New York que está lidiando con un delicado proceso judicial con un desenlace en apariencia evidente. Con tal de descubrir la verdad la mujer decide infiltrarse en un ambiente ambiguo y poco recomendable. Alrededor de la protagonista se mueve diversos personajes: un antiguo amor, la familia, los amigos, los compañeros de trabajo pero, sobre todo Sonny, un pianista y compositor todavía legado a su propio pasado. Algunos de ellos permanecen fieles a sí mismos, otros se esconden detrás de máscaras de cristal que la rápida y acelerada sucesión de acontecimientos acabará por romper.

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―No nos quedemos aquí o nos van a arrollar ―dijo él mirando a su alrededor.

―Yo preferiría que no nos parásemos de ninguna manera…

Mientras decía esto Loreley aceleró hasta dejar al hombre a su espalda y llegar hasta la parte opuesta de la pista donde los grandes ventanales ofrecían un hermoso panorama del Hudson River y del puerto donde se encontraba el centro deportivo.

Sonny la vio realizar el slalom para superar a los patinadores que se encontraban de camino. Hubiera podido alcanzarla perfectamente en unos pocos segundos pero prefirió no seguirla. Estaba claro que estaba intentando retrasar el momento en que debían aclarar las cosas entre ellos y no quería presionarla.

¿Qué le diría a Loreley? ¿Qué no le había gustado hacer sexo con ella? ¿Lo creería? Ni siquiera lo creía él. Aunque no recordaba con pelos y señales todo lo que había ocurrido, sabía que no había desfogado jamás de esta manera sus bajos instintos como aquella noche; quizás porque no estaba demasiado sobrio pero esto ahora ya no importaba demasiado. Lo que más le preocupaba era algo bien distinto.

¡Entre todas las mujeres presentes en la boda justo tuvo que llevarse a la cama a la hermana de Hans!

Había bebido pero no tanto como para no comprender quién era la mujer que estaba conduciendo a su habitación. Y ¿por qué precisamente ella? Si Hans se enteraba no creería que había sido una coincidencia; no, lo habría acusado de haberlo hecho a propósito.

Encogió los hombros. ¿A quién le importa?

Loreley era adulta. Había sido consciente, borracha pero consciente, y también partícipe. Nadie hubiera podido condenarlo y él se equivocaba al crearse problemas, sobre todo porque ella se había ido a hurtadillas de la habitación del hotel sin ni siquiera esperar a que él se despertase, sin decirle una palabra.

Aquella mañana le había costado reconstruir todo lo sucedido, en un primer momento había sentido alivio porque aquella muchacha se había volatilizado, evitando de esta manera tener que dar y recibir explicaciones, pero luego se había dicho que siempre quedaría algo pendiente hasta que no hablasen.

Se detuvo en el borde de la pista y esperó a que ella se acercase para hacer aparecer una hermosa sonrisa.

―¿Desde hace cuántos años patinas? ―le preguntó,

―Comencé con el patinaje artístico cuando tenía cinco años pero lo abandoné en el primer año de universidad. De vez en cuando vengo aquí para distraerme y moverme un poco. No es saludable estar sentado durante horas en un bufete o en un tribunal. Y además, me gusta demasiado patinar. ¿Y tú?

―Yo jugaba al hockey cuando era poco más que un chaval. Lo he dejado hace mucho tiempo para dedicarme a la música.

―Viéndote nadie lo diría.

―Creo que es como con las bicicletas: vuelves a cogerla después de mucho tiempo y parece que sólo la hayas montado hace unos días. Ahora sería mejor que nos fuésemos a hablar a otro sitio; quizás a beber algo, aquí en el bar.

4

Con la mochila en la espalda Loreley se dirigió hacia la salida del centro deportivo donde sabía que Sonny la estaba esperando. Se había dado una ducha rápida y había soltado el cabello.

Recorrió el pasillo, devolvió las llaves de la taquilla en recepción y volvió al enorme vestíbulo, en que los colores predominantes eran el amarillo, el azul y el rojo. Allí se paró.

Sonny estaba en una situación embarazosa con dos jóvenes que le estaban pidiendo que les pusiese un autógrafo en sus patines. Una muchacha pretendía sacarse un selfie con él. Alguien lo había reconocido, incluso sin su cola de caballo baja detrás de la nuca, con el gorro de lana y una bufanda que le cubría la perilla. Al invitarlo a ir a la pista de patinaje no había tenido en cuenta que, después de los últimos acontecimientos, el rostro de Sonny había sido publicado muchas veces en las revistas y los periódicos.

¡Es lo último que necesito!

Si hubiese salido de allí con él habría corrido el riesgo de que un fan los inmortalizase juntos y al día siguiente se hubiera visto en las redes sociales, con un montón de alusiones sobre una posible relación. Puede que incluso Johnny se lo hubiese creído, es lo último que quería.

Reflexionó durante unos segundos, luego, impulsada por el deseo de escapar, se unió al grupito de personas que estaban emprendiendo la salida. Antes de cerrar la puerta de cristal que daba al exterior se giró hacia Sonny que ahora la estaba mirando confuso y con un rotulador en la mano que había usado para los autógrafos.

La morenita que estaba a su lado reclamó su atención indicándole una superficie del patín sobre la que debería firmar, pero él la ignoró: continuaba mirando fijamente a Loreley.

Ella movió apenas la cabeza.

¡Lo siento Sonny! Le dijo moviendo apenas los labios y abriendo los brazos. Otra vez será. Luego salió a paso rápido y no se paró hasta que no estuvo a una distancia prudente del edificio azul y rojo.

Caminó por el muelle y se paró en un pequeño parque al lado del centro deportivo, el Hudson River Park, aunque la jornada no era muy apropiada para un paseo: gruesos nubarrones recubrían el cielo, anunciando un aguacero. Sentía el aire húmedo pero no le importaba empaparse.

Todavía estaba confundida por el encuentro con Sonny. Continuaba repitiéndose que debía olvidar lo que había sucedido entre ellos y seguir con su vida de siempre, pero no lo conseguía.

De todas formas, apreciaba demasiado a Sonny para arriesgarse a perderlo a causa de una estúpida aventura de borracha; debía apresurarse a ponerse a cubierto antes de que fuese demasiado tarde. ¿Pero qué podía hacer?

Se sentó en un banco para descansar las piernas. Sonrió moviendo la cabeza: Sonny seguramente se alejaría de ella después de su comportamiento. Se había esforzado, había estado bien dispuesto a aclarar las cosas con ella, pero la suerte había decidido que no era el momento apropiado.

Cruzó el umbral de casa cuando eran las seis y se encontró con el silencio absoluto. En el sofá con chaiselongue, donde habitualmente por la noche encontraba a Johnny tumbado, todavía estaban bien colocados los cojines. Lo llamó en voz alta. Al no recibir ninguna respuesta fue a comprobar que él no hubiese ido a trabajar al estudio: cada vez que se encerraba allí se aislaba del resto del mundo. Encendió la luz pero todo estaba como lo había dejado por la mañana, incluso la sudadera tirada sobre el apoya brazos de la butaca. También estaba vacío el dormitorio.

Aún no había vuelto.

Recogió un par de calcetines negros de Johnny del suelo y los dejó en el cesto de la ropa sucia: el vicio de dejarlos esparcidos por la habitación nunca se le pasaría.

Después de haberse puesto el delantal fue a la cocina para intentar preparar una cena que se pudiese considerar como tal. Cogió del frigorífico el pescado y quitó las escamas debajo del agua corriente para que no se esparciesen por todas partes, como le había enseñado Mira, su asistenta, que aquel fin de semana estaba con su familia. Loreley quería aprovechar su ausencia para pasar una velada sola con su compañero, como en los primeros días de su relación. Peló algunas patatas, las cortó en trocitos y las puso en la bandeja junto al pescado, esperando que no saliera un puré o se le quemara.

Después de haber puesto todo en el horno, se dio una ducha rápida, se puso la ropa interior con encaje y las medias con liga de silicona, y se vistió con un corto vestido azul con el borde en diagonal. Peinó los cabellos, llevando los de delante hacia la nuca, y los recogió con un pasador muy elaborado. Terminó con un poco de maquillaje.

Puso la mesa con esmero, poniendo en el centro un pequeño envase de vidrio con una vela encendida en su interior.

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