Arch Persons aceptaba que su hijo hubiera pasado por lo menos los dos tercios de su infancia en Monroeville y en la granja con sus tías, y deseaba fervientemente que Truman permaneciera en Alabama, a pesar de los proyectos de su mujer, que deseaba irse de allí. Una vez más, ella se sentía menoscabada por su marido, que la había arrastrado a un oscuro asunto de tráfico de alcohol clandestino. Quería ganarse la vida decentemente: dos veces había intentado tomar clases en una escuela de contabilidad, en Selma, y luego en Bowling Green. Justamente, acababa de obtener una beca de la Escuela de Belleza Elizabeth Arden, y pretendía hacer un curso de formación de tres meses en Nueva York. Arch prometió darle 45 dólares por semana para sus gastos y le pidió a su hermano Sam, que vivía en el Bronx, que recibiera a su esposa y velara por ella. Lillie Mae partió el 15 de enero de 1931. Para ella, lo importante era emanciparse. Tomó sus recaudos, se tranquilizó y se organizó. Los tres primeros meses, todo funcionó bien. Cuando el banco rechazó los cheques de Arch, tomó inmediatamente un trabajo en un bar-restaurante situado en el bajo Broadway y conoció por fin la autonomía. Era económicamente independiente y fue una suerte, porque a mediados de marzo se enteró de que Arch Persons estaba en prisión en Birmingham por extorsión y cheques sin fondos. Esto le causó un fuerte impacto a Lillie Mae, y se escandalizó aún más al descubrir que Arch, que se consideraba a sí mismo agraviado e injustamente perseguido, fue liberado bajo fianza: una fianza pagada por su madre, la viuda Mabel Persons, siempre dispuesta a socorrer al inútil de su hijo. De todos modos, Lillie Mae estaba segura de que no volvería a su casa, ya que sus jefes la apreciaban y le ofrecieron el trabajo de responsable del salón por un salario de 32 dólares a la semana, a partir de mediados de junio. Todo había cambiado: ahora ella podía mantenerse e incluso enviarle dinero a la familia para cubrir las necesidades de Truman.
Muy pronto, en Nueva York, volvieron sus recuerdos galantes de Nueva Orleans en la persona de Joseph García Capote, a quien había conocido en el hotel Monteleone durante el verano de 1925, uno de sus Latin lovers que se había vuelto rico, en momentos en que ella seguía buscando fortuna. Joe era cubano, hijo de un coronel español, el mayor de tres hermanos, y había estudiado en la Universidad de La Habana. Algunos meses después de llegar a Nueva Orleans, a los veinticuatro años, se enamoró de Lillie Mae, esa bella joven de apenas veinte años, sexy y caprichosa, pero que no era libre. Luego viajó a la costa este y progresó. Trabajaba de día en una oficina, a la noche tomaba clases en la Universidad de Nueva York para ser un ejecutivo de Wall Street y, en 1931, se ganaba ya muy bien la vida en Taylor, Clapp & Beal, una empresa textil. Joe y Lillie Mae se escribían, y al verse, reanudaron su relación. El joven tenía todo para gustar: era alegre, amante de los buenos vinos, elegante y clásico en el vestir y estaba dispuesto a gastar dinero. No era especialmente guapo con su cabello negro alisado y peinado hacia atrás, sus gafas y su silueta fuerte y rechoncha, pero estaba muy enamorado y siempre de excelente humor. En el Sur, Arch, que ya no recibía noticias, estaba angustiado y citó a su esposa el 4 de julio en Jacksonville. Eligió mal la fecha, porque era el Día de la Independencia: Lillie Mae no fue. Su seductor y rico amante le pidió que se divorciara cuanto antes para poder casarse con ella y compró un pasaje a Alabama para acelerar la separación del matrimonio Persons. De modo que Lillie Mae pasó a buscar a Truman por Monroeville y el 24 de julio, se encontró con el desesperado Arch en Pensacola, Florida. El 2 de agosto de 1931 se presentó la demanda de divorcio, llena de reproches de ambas partes, y el 9 de noviembre se dictó la sentencia. Lillie Mae obtuvo la tenencia de Truman nueve meses por año, y Arch se ocuparía de él en junio, julio y agosto. El arreglo parecía conveniente: los padres verían a su hijo de vez en cuando, como siempre, porque el tiempo no tenía nada que ver con la relación filial, y el niño volvió a partir hacia Alabama.
En Nueva York, la pareja formada por Lillie Mae y Joe Capote se instaló en una casa en Brooklyn y el cubano tramitó su propio divorcio, mientras preparaba la boda, que se llevó a cabo el 24 de marzo de 1932. Los recién casados, profundamente enamorados y suntuosamente vestidos, fueron a visitar a los hermanos Persons, Sam y John, que estaban bastante irritados por esa repentina prosperidad. En cuanto a Truman, seguía viviendo con sus tías en Monroeville y, como de costumbre, pasó sus vacaciones en la “granja Carter”. Llegó el mes de junio, pero Arch tenía sus preocupaciones y solo consiguió liberarse unos pocos días para ver a Truman. Como no enviaba la pensión asignada para alimentos, las relaciones se tensaron. De hecho, Arch había firmado cheques sin fondo por 1800 dólares y se encontró nuevamente tras las rejas de la prisión Parish de Nueva Orleans. A partir de ese momento, Lillie Mae decidió sacar partido de la situación para ampliar sus derechos de guarda sobre Truman, apoyándose en dos argumentos: por un lado, de mayo de 1932 a enero de 1933, no había recibido ninguna ayuda financiera de su ex marido y, por el otro, el padre no se ocupaba del niño durante los tres meses inicialmente concedidos. Y agregó además que Arch no vivía en un solo lugar y a veces estaba en la cárcel. Ahora Lillie Mae causaba una buena impresión, estaba casada, y muy bien casada, y todo el mundo comprendía que quisiera tener a su hijo con ella, para desgracia de Arch Persons, que detestaba a su vencedor, el extranjero, el cubano. Lillie Mae obtuvo finalmente la guarda exclusiva, por el bien del niño.
Al final del verano, en cuanto Truman supo que se iría con su madre a Nueva York, se empeñó en celebrar su partida con una fiesta. Había ganado confianza en sí mismo y sugirió ideas que tenían el tono de la burguesía comerciante rural y establecida: decidió organizar un baile de disfraces. Interpretaría ya uno de sus mejores personajes: el de maestro de ceremonias y placeres. Quería que la fiesta fuera grandiosa y la preparó con varias semanas de anticipación para garantizar su éxito. Se realizó un viernes a la noche: había –novedad costosa– vasos de cartón para la limonada y los jugos de frutas. El joven anfitrión había ideado decenas de juegos para los niños, en los que había que hundir las manos en una caja para adivinar qué había en el interior: una tortuga, un plumero, frutas maduras aplastadas. En el patio, estaba el Ford Trimotor de Truman, un avión a pedales que se deslizaba por un plano inclinado a toda velocidad, causando una gran excitación en su tripulante de turno.
La cocinera negra, llamada tía Lizzie, había horneado una gran cantidad de pasteles y Sook preparó ponche en una jarra de cristal, porque Jennie había invitado a sus vecinos y sus mejores clientes, notables o propietarios de la ciudad y alrededores. Incluso había contratado a algunas personas para que se ocuparan de los juegos de los niños, entre ellos, un negro al que Truman hizo vestir de blanco y con un sombrero confeccionado por Jennie. Pero el sheriff se enteró de los preparativos de la fiesta y fue a alertarlos: el Ku Klux Klan, que se encontraba en su apogeo en ese comienzo de los años treinta, estaba vigilando, sus miembros habían hecho una reunión y organizaban para esa noche un desfile en la avenida de Alabama. Muy digna, Jennie lo tranquilizó: no habría ninguna mascarada en su casa. Luego fue a preparar sus mesas de juegos para los adultos y los discos para el gramófono a manivela. Sin embargo, había que tomar en serio la advertencia, porque el Klan, fundado por seis ex soldados de la Confederación el día de Navidad de 1865 en Pulaski, Tennessee, había resurgido con fuerza en esos años en el Sur, sobre todo en las pequeñas ciudades rurales. En 1920, contaba con 4.500.000 afiliados, que usaban largas túnicas blancas y altas capuchas que les ocultaban el rostro, y sembraban el terror entre los negros. El Klan actuaba de noche, practicaba un racismo virulento y usaba métodos brutales –linchamientos, secuestros, torturas– para restablecer la “supremacía blanca”. Jennie, una mujer juiciosa, sabía que todo el mundo temía las cruces encendidas, las horcas y las hogueras del Klan, que solía ejecutar a quienes se resistían a sus humillaciones.
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