Y ahora Lillie Mae tenía un hijo, justamente ella, que seguiría siendo toda su vida una adolescente dispuesta a aturdirse de placeres. Era la época de las flappers , esas jóvenes modernas que se cortaban el pelo como varones, imponían modas y votaban desde 1920 gracias a la 19ª enmienda. El año del nacimiento de Truman, 1924, era también el de Marlon Brando, nacido en Omaha, Nebraska, cinco meses antes: él seguiría a su contemporáneo en el teatro en Nueva York, y más tarde en un rodaje en Kyoto. El pequeño Truman, que nació también en el año de aparición del primer Manifiesto del surrealismo , se ubicó en el intersticio entre Cocteau y Fitzgerald, entre Thomas el impostor y El gran Gatsby . El niño se convertiría luego, precisamente, en un auténtico hechicero, un pope de las letras y de las fiestas suntuosas.
Por el momento, Lillie Mae se ocupaba del bebé y estaba más tranquila porque su hombre se había establecido: pasó el otoño y el invierno con ella en Nueva Orleans. Era un excelente comerciante, uno de esos viajantes de comercio que contribuyeron al dinamismo de los Estados Unidos a comienzos de los años veinte. Trabajaba con los barcos de la flota del Misisipi, organizando las escalas y las excursiones de los pequeños cruceros fluviales de la compañía Streckfus, que realizaban muchos viajes de bodas. Para él, era también una oportunidad de divertirse bailando alocadamente el bunny hug , una “danza negra”, según decían, y de beber alcohol prohibido. Su jefe, el capitán Verne Streckfus, estaba tan satisfecho con él que el folleto publicitario presentaba a Arch como “el Príncipe Azul de la compañía”, magnífico con su traje de lino blanco. Tenía dos meses de vacaciones por año, durante los cuales se dedicaba a buscar la gallina de los huevos de oro, convirtiéndose según las circunstancias en agente o empresario, un día para combates de boxeo, al día siguiente para espectáculos con un faquir. Arch siempre tenía algún truco para hacer dinero, y llegó a organizar un espectáculo consistente en fingir enterrar a un hombre vivo, en el patio de la escuela de Monroeville: un experimento de feria muy de moda, para “demostrar” que se podía sobrevivir sin aire. Tenía imaginación para la publicidad, reclutaba a sus estrellas en el lugar o más lejos, hasta en el Bronx. Soñaba con fortunas y grandes negocios, y mantenía siempre los ojos abiertos, aunque sin fijarse en la honestidad de las transacciones. Lillie Mae estaba desencantada, el romanticismo del noviazgo había pasado y tenía un hijo pequeño: cruel destino para ella, que ansiaba huir de la vida de familia. Sin embargo, ahora vivía en una gran ciudad, Nueva Orleans, había ganado un premio de belleza patrocinado por Lux y soñaba con concursar para el título de Miss Alabama. Truman tenía pocos meses cuando ella empezó a coquetear con otros hombres, y con éxito. Las aventuras eran breves: algunas buenas semanas con jóvenes hidalgos sin ataduras.
Mientras su madre, que aún no tenía veinte años, descubría su inclinación hacia los Latin lovers , el pequeño empezó a sentir la inseguridad ambiente. Lillie Mae lo llevaba con ella a todas partes: en viviendas desconocidas, lo acostaba suavemente en un sofá para que durmiera y se iba a la habitación contigua con su amante. Con mucha frecuencia, dejaba a Truman con su familia por algunos días. El niño cambiaba permanentemente de lugar de residencia, pues sus padres repartían su tiempo entre San Luis, en primavera y verano, y Nueva Orleans, en otoño e invierno. Además, a la trashumancia de la pareja se agregaban las citas amorosas. Truman recordaría toda la vida esas visitas y siempre hablaría de sexualidad con una gran libertad, revelando los amores ocultos de todas las personas a las que frecuentaba y observaba. Sobre todo, nunca olvidaría que su madre lo encerraba con llave en la casa, y a veces en el hotel, cuando quería salir sola o con Arch, cuando se iban a beber una copa o a bailar. Truman siempre evocaría ese terror en estado puro: una puerta cerrada, llanto y finalmente, extenuado de rabia y decepción, el niño se quedaba dormido. Cada uno de ellos parecía realizar sus proyectos con celo: Arch y Lillie Mae tenían la mente y la ambición en otra parte y muy poco tiempo para dedicarle a su pequeño hijo. Siempre estaban listos para partir, a toda hora. Nomadismo de corazones, pequeñas tormentas conyugales, extravagancias sexuales: así era la vida diaria de Truman junto a sus padres.
Es fácil imaginar las repercusiones de esta inconstancia crónica, de esa insatisfacción confusa y perpetua en la psique del niño, que carecía de puntos de referencia confiables y figuras parentales sólidas. La época era rigurosa, el Sur era tradicional, pero eso no les importaba a Arch y a Lillie Mae, que buscaban la evasión y el éxito inmediato. A Truman, hijo del azar en un hogar que no era tal, le faltó la seguridad afectiva necesaria para construirse serenamente. Peor aún: sentía que sobraba en una pareja que vivía al día, según sus caprichos y sus proyectos inconclusos, como si él fuera un paquete molesto, dejado en depósito y que nunca tenía prioridad. Todo presagiaba ya que reproduciría más tarde la inconstancia, el nomadismo y el desenfado de sus padres. También la curiosidad, la investigación para conocer la continuación de la aventura, los vericuetos del folletín de la vida de los otros. Lamentablemente, ya estaban presentes los elementos para ese sufrimiento por la falta de amor, que harían de Truman un ser frágil, desesperado por agradar para ser aceptado. Tendría como forma de vida el torbellino, el pavoneo y el encadenamiento precipitado de los hechos; como horizonte, la falta de duración; como modelos, la seducción y la estafa. Todos improvisaban, actuaban de maneras contradictorias y el pequeño era llevado de un lado a otro: se convirtió así en un gran inquieto, que también quería elevarse y poner en juego sus talentos con gracia. De sus primeros años, Truman solo recordaba las experiencias más aterradoras, las traiciones, los abandonos, que marcaron desde muy temprano sus recuerdos, como esta desventura de 1927:
Pues bien: el primer recuerdo que se remonta a mi primera infancia se ubica bajo el signo del terror. Yo tendría unos tres años, quizá menos, y visitaba el zoo de San Luis acompañado por una negra gorda que mi madre había contratado para que me llevara allí. De pronto, se produjo una escena de pánico. Los niños, las mujeres y los hombres se pusieron a gritar y a correr en todas direcciones. ¡Dos leones habían escapado de su jaula! Dos fieras sedientas de sangre andaban sueltas por el parque. Mi niñera, aterrada, se fue corriendo, dejándome allí plantado, completamente solo en el camino. Es todo lo que recuerdo. (“Vueltas nocturnas. Experiencias sexuales de dos hermanos siameses”, en Música para camaleones ).
Durante el invierno glacial de 1929, Truman partió con su madre a Kentucky. A pesar del crac bursátil y la desastrosa situación económica del país, Lillie Mae decidió iniciar estudios de administración para buscar un empleo. Al cabo de varias semanas, había conseguido un trabajo y depositó al niño en Jacksonville, en la casa de su abuela paterna, Mrs. Persons. Esta mujer, viuda de un pastor presbiteriano, estaba escandalizada por las infidelidades de su nuera y ya se lo había hecho saber en escenas terribles. Truman pasaba a menudo por Nueva Orleans, donde solía visitar a un japonés, Mr. Mariko, a quien frecuentó durante años:
Yo iba a su tienda […] él me hacía una gran cantidad de juguetes con sus propias manos: un pez volador que colgaba de alambres; la maqueta de un jardín, con muchas flores enanas y animales arcaicos, suaves como plumas; una bailarina, cuyo abanico, movido por un mecanismo de reloj, aleteaba durante tres minutos. Y esos juguetes, demasiado sutiles como para servir únicamente de juegos , constituyeron para mí una experiencia estética muy original: construyeron un universo y establecieron las normas del gusto. ( Retratos ).
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