1 ...6 7 8 10 11 12 ...25 Clara volvió a la habitación con intención de concluir el cuento, pero la inspiración se había ido. Le salían frases previsibles, sin ritmo ni sentido, así que pronto se vio de nuevo en internet, chateando, haciendo planes para el fin de semana y cambiando su estado a «aburrida».
A última hora recordó el «estudio del natural» que les había mandado Adolfo. Echó una rápida ojeada por la habitación. No vio nada que le pudiera servir y tampoco le apetecía darle al profesor nuevo algo demasiado personal. Y entonces se le ocurrió. Le pareció divertido usar uno de los coleteros de su tío para hacerlo pasar por uno suyo. Salió de la habitación, fue al cuarto de baño y recogió uno de los muchos elásticos que su tío tenía enrollados en el mango de un cepillo. De vuelta a su cuarto, en poco más de cinco minutos había llenado tres cuartos de hoja con una descripción detallada. Plegó el folio y lo metió en un sobre junto al coletero. Trabajo terminado.
Esa noche tuvo un sueño extraño. Un ser oscuro vestido de gris, con un signo hexagonal en el pecho, los ojos brillantes ocultos en una capucha, susurraba: «He de encontrarle, he de encontrar mi némesis».
A la mañana siguiente había olvidado el sueño, pero la palabra resonaba en sus oídos: némesis . Fue al diccionario, pero no la encontró. Miró en la Wikipedia y vio que era la diosa griega de la venganza… Quiso preguntarle a su tío, pero había vuelto a desaparecer. ¡Eso era talento para el escapismo, y no lo de los magos de YouTube!!
Sabía quién podría contestarle: Óscar. Estaba claro que él sí se preocupaba de verdad. No entendía cómo podía ser amigo de su tío. Uno tan guay y el otro tan estirado. Al principio había creído que Óscar era el chófer, pero nada de eso. Si conducía era porque su tío no tenía carné. Ni chófer, ni mayordomo, ni nada. Óscar era perfecto.
Clara se lo preguntó mientras desayunaban.
—Es la venganza de los dioses —le contestó enseguida—, la respuesta al pecado de orgullo, o hibris .
—Y entonces, ¿qué sentido tendría la frase: «He de encontrar mi némesis»?
—¿Dónde has oído eso? —preguntó intrigado Óscar.
—Lo he soñado. Alguien lo susurraba en la oscuridad.
Clara hubiera jurado que Óscar se había estremecido, pero si fue eso, pasó con rapidez, porque contestó de inmediato.
—Supongo que se referirá a alguien capaz de destruirle. «Némesis» tiene ese sentido en inglés y ahora muchos lo utilizan también en castellano.
«Némesis es quien acaba con alguien que ha pecado de orgullo». Se quedó con esa idea. Y se preguntó de dónde demonios podía sacarse una palabra que no conocía, para soñar con ella.
En el instituto, Lucas tenía la respuesta.
—Es de los X - men .
—A mí no me gustan los cómics —repuso Clara.
—Pero eso no quiere decir que no lo hayas oído. Se te quedaría en la cabeza. A veces pasa. Yo vi una vez la foto de una tía con tres pezones y de cuando en cuando me vuelve… —El coro de adolescentes que le rodeaba se rio con ganas. Clara ni se dignó en contestar. Valiente panda de micromentes.
En el recreo, su amiga Patricia la vino a buscar:
—Estoy harta de cotilleos. Que si Lucas está tan bueno como el Mario Casas, que si se ha enrollado con Elena, que si no durarán, que si Lucas por aquí…
Patricia no callaba.
—Decían que él y una tía de bachillerato… —continuó.
—Vale, ya lo pillo —le cortó Clara—; vienes de un programa de cotilleo.
—Pero de los bien cutres.
Siguieron riéndose, poniendo a caldo a todo el instituto. Entonces Clara vio, a través de las ventanas que daban al patio, a su tío hablando con María, la profesora de inglés. Tuvo que mirar dos veces, porque al principio no lo reconoció. Parecía alguien distinto, alguien… ¿cuál era la palabra…? Normal. Con ropa normal, gafas oscuras normales y aspecto normal. Sí, incluso la coleta parecía normal. Nadie se fijaría en él dos veces. Excepto, claro está, su sobrina. Pero allí estaban los dos, conversando como si ya se conocieran de antes.
No dijo nada, pero no les quitó el ojo de encima mientras Patricia pasaba de los líos de Marisa y Rubén a la salida del armario de Aarón. Para Clara no era difícil. Podía mantener una conversación insustancial mientras pensaba en otra cosa. Esa capacidad le había permitido superar un montón de clases y charlas estúpidas sin convertirse en una borderline . Al cabo de unos minutos, Gabriel se fue.
Clara se disculpó con Patricia y salió corriendo detrás de él. Lo detuvo en la puerta del instituto.
—Hola —le dijo él, al verla. Y sin darle la oportunidad de preguntar nada, añadió—: he venido a hablar con tus profesores, a ver qué saben de la muerte del amigo de tu padre y, de paso, interesarme por tus notas.
Una explicación que no había pedido… y demasiado simple. Lo que se temía; su tío ocultaba algo.
—¿Conocías a la de inglés de antes?
—¿La de inglés?
—María Benedé.
—Ah, tu nueva tutora… Apenas. Mientras te recuperabas, hemos estado en contacto un par de veces… Te han pasado muchas cosas en estas semanas, y quería saber cómo afecta eso a tu rendimiento académico.
Sonó la campana de final de recreo y se despidieron. Mientras lo veía marchar, pensó que la conexión entre esos dos no parecía deberse tan solo a una o dos charlas en un mes. Volvió a clase, dándole vueltas a la mejor estrategia para averiguar qué estaba pasando. Preguntarle a su tío otra vez sería inútil. Si quería saber de qué conocía él a su profesora de inglés, y breve suplente de lengua, o por qué y de qué estaban hablando, tendría que descubrirlo sola.
Decidió investigar por su cuenta.
El sábado, apenas veinticuatro horas más tarde, Clara tuvo la confirmación de que algo raro pasaba.
Cuando su tío se disponía a salir de casa, como siempre sin decir adónde iba, ella le comentó que había quedado a las seis en Príncipe Pío para hacer las compras del amigo invisible. Gabriel no le puso ningún problema, siempre y cuando volviera antes de las nueve.
Unos treinta minutos después, Óscar recibió una llamada, se puso rápidamente el abrigo y se fue diciendo que volvería a la hora de cenar.
Clara estaba casi con la mano en la puerta cuando recibió un SMS para retrasar la quedada a las siete. Pensó en salir de todos modos, pero prefirió aprovechar esa hora extra. Ahora tendría tiempo para seguir dándole vueltas al cuento y encontrar un final más potente o algo que sonara mejor que lo que tenía.
Su tío volvió hacia las seis y, pensando que no había nadie en casa, se fue directamente al despacho.
Diez minutos más tarde sonó el timbre. Gabriel gritó:
—¿Puedes abrir tú, Óscar? —Y acto seguido rezongó para sí—: Pero si no hay nadie en casa…
Se levantó para ir a abrir pero Clara ya había salido de su habitación diciendo:
—Óscar no está, tío. Abro yo.
Gabriel salió del despacho a la carrera, visiblemente azorado.
—Clara, no, déjalo, voy yo. No…
Pero la muchacha ya estaba abriendo la puerta.
La profesora de inglés, María Benedé, apareció en el umbral llevando un paquete de buen tamaño. Pasado el primer momento de sorpresa, la profesora empezó a musitar una gran cantidad de absurdas excusas: que había venido a comentar las notas, a hablar de sus buenos resultados, a comprobar si se encontraba bien… Era obvio que María no había venido a verla. Y, como para confirmar las sospechas de Clara, su tío y la profesora hicieron como que no recordaban sus nombres.
Clara se vio obligada a hacer unas presentaciones que sabía superfluas antes de despedirse para irse de tiendas. Desde la calle llamó a Patricia para contarle lo extraño que le parecía todo. Patricia le preguntó si no había pensado lo más obvio.
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