Javier L. Ibarz - La Biblioteca de Ismara

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Un libro de literatura juvenil fantástica, trepidante y adictiva. Clara tiene quince años y su vida se desmorona al perder a toda su familia en un terrible accidente de tráfico. Un misterioso hombre, salido de no se sabe dónde, aparece afirmando ser su tío con la intención de hacerse cargo de ella. Al mismo tiempo, unos salvajes asesinatos asolan su instituto. ¿Qué hacer si sospecha que ese supuesto pariente está involucrado? ¿Y cuándo descubre que es ella misma la que está relacionada con los sucesos? ¿Y si además se convierte en el objetivo de una siniestra Hermandad?Empieza así una frenética aventura que nos llevará desde Madrid hasta las ciudades perdidas de los alquimistas, un camino de iniciación repleto de peligros y sorpresas que llevará a Clara a descubrir los secretos ancestrales que rodean a su linaje familiar, a aprender la ciencia oculta de la Alquimia y a verse involucrada en una guerra milenaria sin cuartel.

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—Bueno, que sea todavía joven.

—No ahondaré en la humillación —Gabriel vaciló unos segundos antes de decir—. Pero te comprendo. Quieres amigos de tu edad en casa. Bien. Haremos una fiesta en algún local de la ciudad y así sabremos a quién puedes invitar y a quién no. Es todo lo que te puedo ofrecer. La excusa, el solsticio de invierno, las vacaciones de navidad o lo que te dé la gana. O también puedes dejarnos asistir al festival del instituto y allí…

—No hacemos «festivales» —se indignó Clara—. Eso es en primaria.

—Pues seguro que algún curso organiza algo para recaudar fondos para viajes de estudios, o tenéis semana cultural… Lo que sea. Óscar y yo iremos y nos presentarás a tus candidatos. Luego te diremos quiénes son los que hemos elegido y esos serán los que podrán entrar en tu habitación. No hay más opciones.

—Ya te vale. Seguro que no te gusta ninguno.

—Bueno. No voy a considerar si me caen bien o mal. Solo si son o no peligrosos. Eso es todo.

Y antes de que Clara pudiera protestar, se apresuró a añadir.

—Pero solo podrán entrar a tu habitación y nunca, nunca, podrán visitar ninguna otra parte de la casa a no ser que lo programemos con suficiente antelación.

—Ni que esto fuera el Palacio Real —ironizó Clara.

—Hay peligro.

—Pero tú puedes dar cuatro pasos de tus polvos mágicos y ya está.

—Clara, no frivolices.

—Es que me siento como la princesa del guisante… Que solo falta que les hagas pasar por pruebas para ser mis amigos. Como en un reality

—¿Un qué?

—Déjalo, tío. Que lo haremos como tú quieras y ya está.

картинка 14

Finalmente se programó la fiesta. Sería el dieciséis. Alquilarían una sala en un local un tanto alternativo que tenía su encanto, y a las doce de la noche habrían acabado.

—Un sitio céntrico al que podrán acudir los padres… —dijo Gabriel. Clara puso los ojos en blanco—. Los padres, he dicho.

—Si van a venir padres será un muermo de fiesta.

—Eso no es negociable —aclaró Gabriel y continuó—. Y allí, con el protocolo y las parafernalias necesarias, te presentaremos en sociedad.

Clara se quedó boquiabierta. ¿Presentación en sociedad? ¿Cómo?

—¿Una puesta de largo? —A Clara se la llevaban los demonios—. ¿Estás loco? ¿Te crees que soy como esas pijas de la tele?

—¿Quiénes?

—Olvídalo. —Clara fue contundente—. Ni hablar. Fiesta de agradecimiento, de bienvenida, o de lo que quieras menos de «presentación en sociedad». O «puesta de largo». O cualquier otra cosa que suene a «mi sobrina ya tiene edad para entrar en el mercado de solteras que buscan marido». No; por encima de mi cadáver.

Óscar y Gabriel se miraron, negando con la cabeza. «¡Adolescentes!».

3

«Es imposible».

Eso se decía Antoine Lachance una y otra vez, como si esperara que lo que había descubierto se desvaneciera si lo repetía suficientes veces. Observaba, desconcertado, los nombres que había extraído de sus notas. Entre esos nombres tenía que encontrarse el del topo al servicio de Ramyr. Pero no podía ser ninguno de ellos. Y sin embargo…

Había pasado meses en la Biblioteca de Ismara investigando sobre la familia Riglos y el Alquimista Oscuro, buceando entre lo poco que la Hermandad no había robado o destruido cuando arrasaron las salas de Genealogía y Heráldica en la última guerra. Miles de ejemplares descritos en el Index habían desaparecido para siempre. Incluso las fichas, que registraban automáticamente fechas y datos de cada consulta, habían sido destruidas.

Pero esa misma mañana había descubierto que una obra sobre Ramyr podía haberse salvado del saqueo. Una reseña indicaba que la habían ocultado en otra sala de la Biblioteca. Sin embargo, no aparecía en el Index correspondiente, y sin esa referencia sería imposible de encontrar entre miles y miles de volúmenes.

Tras buscar sin resultado la ficha del libro u otra referencia en los archivadores, había creído ver un leve resplandor verdoso al fondo del mueble, más intenso cuanto más acercaba el medallón. El tipo de fosforescencia típico de la Societas . El origen de la luz estaba al fondo del cajón, adherido a la pared del mueble; una tarjeta con la nomenclatura de la Biblioteca para indicar situación de un libro: II-16-Bz-α.

Pero allí tampoco encontró La conjura de Ramyr . Parecía una gymkana que no acababa nunca. ¿Gymkana…? ¡Claro, eso era!; ¡una pista más! Buscó resortes, trampas, dobles fondos… nada. Pasó el medallón por el lomo de los volúmenes… y entonces, sí, uno de ellos se iluminó débilmente. Lo abrió.

Estaba hueco, y en su interior encontró una gran cantidad de fichas de libros que hablaban de Ramyr y de los Riglos. Libros que se habían salvado de la guerra y que Antoine había buscado sin éxito durante semanas. Alguien los había ocultado, y ahora conocía su nueva localización: en el Reservorio de la torre donde se restauraban los volúmenes deteriorados.

Tampoco en la torre había rastro de ellos. Alguien con acceso a la Biblioteca los había hecho desaparecer mucho después de la guerra, hacía menos de veinte años; alguien que no quería que fueran encontrados; alguien que era un miserable traidor. Alguien, no obstante, que había pasado por alto un hecho: las fichas se habían conservado y ahora seguían reflejando, tozudas, las últimas personas que habían consultado cada libro y en qué momento. Y Antoine tenía ante sí los nombres de esas personas:

La alcaldesa de Ismara, Sophie, Óscar, Rebeca, Natalia y Gabriel.

Por eso se repetía que era imposible. Habría puesto la mano en el fuego por todos. Y, sin embargo, uno de ellos tenía que ser el topo.

4

—No me has invitado —dijo Daniel, molesto. Clara no contestó. Su fiesta era la comidilla del instituto y ella aún no había decidido si le gustaba o no ser el centro de atención hasta ese punto.

—No —le contestó Nuria—. Ni lo hará. No queremos imbéciles que solo buscan una cosa.

—Vale —replicó Daniel, despectivo—, pero ¿por qué no dejas que me conteste ella? No me gusta tu voz.

—Ya la has oído. —Esta vez sí era Clara—. No te he invitado porque no quiero que vengas.

Daniel acusó el golpe.

—Te equivocas conmigo —alegó—. Entendiste mal lo que te dije. Me gustaría que me dieras la oportunidad de probarte que no soy el capullo que todos creéis que soy. Lástima. Pensé que tú y yo teníamos mucho en común.

—Sí, el instituto y un cromosoma X —se burló Nuria, emocionada por poder meter «cromosoma X» en una frase.

Clara sonrió; Daniel también esbozó una mueca amarga y se dio media vuelta, resignado. A Clara le podían los cachorrillos mojados con mirada triste y estuvo a punto de pararle, pero Nuria la agarró del brazo y musitó: «Ni se te ocurra».

Clara se lo agradeció. Aunque a veces Nuria podía ser un poco dictadora, lo cierto es que sin ella no hubiera podido sobrevivir en Bosca. Sin ella y sin Inés. Eran como mosqueteras, todas para una y una para todas. Y en la preparación de la fiesta se encontraron con su D’Artagnan: Ana, una chica de la edad de Clara que estaba en el equipo local de Gimnasia Rítmica. Inés la había conocido en los ensayos de la función de Navidad, y cuando la presentó en el grupo, congeniaron enseguida. Las tres le ayudaban en lo que podían (o en lo que Gabriel les dejaba, porque no tenían permitido entrar en el local) y gracias a ellas Clara estaba consiguiendo disfrutar un poco de los preliminares.

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