El modelo postula que el estudiante posee una serie de antecedentes previos a la incorporación a la universidad, dados por el nivel social y cultural familiar, que imprime sus valores, además de las condiciones personales, el capital escolar acumulado por el estudiante y sus experiencias previas, que influyen tanto sobre sus intenciones como sobre sus metas y compromisos para con la institución. El rendimiento académico y el desarrollo intelectual forman parte de la integración académica, mientras que las actividades de desarrollo social y las interacciones, tanto con sus pares como con sus profesores, forman parte de la interacción social. Ambos planos, el de la integración académica y el de la integración social, componen la adaptación y la integración del sujeto al medio universitario; elementos que resultan necesarios para alcanzar el equilibrio entre las intenciones del sujeto, las metas y los compromisos institucionales, y los compromisos y las exigencias externos. El estudiante ingresa a la institución con un compromiso inicial respecto de la carrera y de la obtención del título; este compromiso debe consolidarse a lo largo del tiempo, y será posible en la medida en que el sujeto alcance la integración personal y normativa a la institución. La decisión de abandonar la institución depende de la falta de ajuste y equilibrio en este sentido, ya que, si además tiene un buen rendimiento y está integrado socialmente, entonces es menos probable que deserte.
Posteriormente, avalados por una serie de estudios, se revisa la postura institucional y se destaca la importancia de sostener desde la institución acciones destinadas a la integración del estudiante, a los efectos de contribuir a la retención. Estas investigaciones destacan la importancia de estudiar separadamente la etapa inicial (Pascarella y Terenzini, 1980). Cuando el estudiante ingresa al ámbito universitario, se inicia una etapa de adaptación plagada de dificultades; los cambios se originan en simultáneo y tienen efectos directos sobre el estudiante. Se produce una transición entre sus antiguos vínculos y sus pertenencias, y la incorporación a la vida universitaria. Se otorga, en esta etapa, una particular relevancia al estrés de la transición y al nivel de desgaste (attrition, en inglés), que termina ocasionando la ruptura con la carrera elegida.
Los primeros estudios realizados sobre deserción ponían el énfasis en el estudiante y sus condiciones individuales, en relación con su capacidad, sus habilidades y su motivación. Posteriormente, con el aval de las investigaciones, se comprendió el papel primordial que juega la institución en virtud de la importancia de la interacción y la adaptación del estudiante a la vida universitaria. El estudiante ingresa a la institución con un compromiso inicial respecto de la carrera y de la obtención del título; este compromiso debe consolidarse a lo largo del tiempo; si además tiene un buen rendimiento y está integrado socialmente, entonces es menos probable que deserte (Tinto, 2006b).
Este modelo se complementó y diversificó mediante el aporte de otros autores. John P. Bean (1980) lo combina con el modelo de productividad, adaptando las variables en forma coherente. Establece que las intenciones que se manifiestan en la conducta son predictoras de la permanencia en los estudios y están guiadas por las creencias que forman las actitudes. Se trabaja en una comparación permanente entre las variables propias de los recursos humanos, y condiciona la permanencia en la institución a la satisfacción con los estudios, de la misma forma que la satisfacción con el empleo condiciona la permanencia en el ámbito laboral. Posteriormente se incorporan las particularidades personales que están afectadas por los intereses, las aspiraciones y las motivaciones personales, que se suman al clima institucional y a diversos factores de índole académica. Se incluyen también la persistencia educacional, los factores contextuales, sociales y académicos, a los que se incorpora una teoría vocacional que vincula la pertenencia, las metas de logro y las propias expectativas de desempeño.
En otro modelo, se destacan características personales, como las aptitudes, el rendimiento, la personalidad y las aspiraciones; institucionales, como la admisión, el número de estudiantes, la selectividad; el entorno institucional, las interacciones con miembros de la institución y la calidad del esfuerzo (Pascarella y Terenzini, 1991). Mientras que John C. Weidman (1989) incluye otras variables que, de hecho, están incorporadas al estudiante, como el nivel socioeconómico, los valores, las aptitudes, las presiones familiares y sociales que actúan como fuerzas que generan desequilibrios.
Modelos económicos
Los modelos económicos representan otra línea de construcción teórica que permite explicar la deserción; entre ellos, los modelos costo-beneficio encuadran a quienes optan por el estudio porque perciben que los beneficios de tipo económico y social asociados son mayores que los derivados de otra actividad posible, como el trabajo. Básicamente, el análisis realizado desde la perspectiva económica es un análisis donde el estudiante evalúa el costo que debe realizar y lo contrapone a los beneficios que espera recibir una vez que haya alcanzado el diploma, y considera los costos de postergación (Himmel, 2002). También, cabe considerar las posibilidades del estudiante de solventar los costos asociados a sus estudios y opciones de solución alternativas.
En segundo lugar, los modelos economicistas se plantean en relación con una elección del estudiante que considera el estudio y los años dedicados a él como una forma de inversión a la que destina tiempo, energía y recursos que podrían rendir otros beneficios si los colocara de otra forma (Cabrera y otros, 2006). En este caso, el recupero a futuro será mayor que los costos de permanecer, y el ingreso económico posible de hoy (o el costo de oportunidad) debe superar el recupero como egresado. En estos modelos, se hace referencia a las teorías de capital humano. Cuando un estudiante decide realizar una carrera, asume todos los costos del estudio, ya que él personalmente, o su familia, deberá financiarlos, aun en el caso de una universidad gratuita. A estos costos debe adicionarse el costo de oportunidad, que implica no poder trabajar o no poder ocupar un mejor empleo o un mejor cargo, dado que está estudiando. Cuando los estudiantes perciben que los beneficios sociales y económicos que puede generar su carrera son inferiores a los que pueden recibir por otras actividades, pueden optar por dejar sus estudios.
En tercer lugar, otra línea de trabajo se ocupa de los modelos de focalización de subsidios (Díaz Peralta, 2008; Himmel, 2002). En esta línea, se revisan los subsidios a los estudiantes en virtud de las posibilidades reales para costear sus estudios, con consecuencias en la permanencia en el sistema de educación superior; entre los subsidios totales o parciales, se consideran becas de matrícula, de alimentación, de materiales o préstamos. Ejemplo de ello es el trabajo desarrollado por Alberto Cabrera, Amaury Nora y María Castañeda (1993), que enfoca la deserción en una perspectiva económica que analiza las relaciones de costo-beneficio.
Otras investigaciones postulan el modelo consumo para algunas carreras y el modelo inversión para otras, también desde una perspectiva económica. En este sentido, Latiesa (1992) plantea dos modelos tales que el estudiante opta, sin saberlo, por uno de ellos al elegir la carrera. En el modelo consumo, el estudio universitario es un bien suplementario. En este caso, los estudios tienen una inserción profesional aleatoria, su salida laboral es escasa y, por lo tanto, los estudiantes simultáneamente se preparan en otras áreas, como idiomas o computación. Los costos que los alumnos están dispuestos a afrontar son proporcionales a los ingresos futuros que perciben van a recibir; es decir, bajos. Entonces deberán corresponder a una carrera fácil de estudiar y barata en recursos a invertir. El modelo inversión, en cambio, que responde a carreras como Derecho y Medicina, corresponde a una mayor cantidad de horas de estudio, con retribución en el mercado laboral posterior. Se marca una tendencia diferenciada a dos sectores: uno protegido, seleccionado como alumnos pertenecientes a la elite, con mayores beneficios futuros, y otro con altas tasas de abandono y estrategias diversificadas por parte de los alumnos, coherentes con la lectura que hacen del valor actual de los beneficios futuros.
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