Manuel Echeverría - Las puertas del infierno

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Berlín, 1938. Meses antes de la invasión de Checoslovaquia y Polonia por el ejército de Hitler, que marcaría el inicio de la Segunda Gran Guerra, Bruno Meyer, un brillante estudiante de Derecho, se ve obligado a abandonar las aulas universitarias tras el asesinato de su padre. En busca de los medios para mantener a su familia, Bruno ingresa a la Kripo, la policía criminal de Alemania. En la corrupta institución se enfrentará al laberinto de infamias, engaños y traiciones en que se ha convertido el Tercer Reich: un lodazal de muerte, venganza, avaricia y ambición sin límites, en el que hasta el más virtuoso verá puestos a prueba su honor y convicciones. En los entresijos de la decadencia habrá un resquicio para el amor y la esperanza; ¿serán suficientes para conservar firme la integridad moral de Bruno?El autor de
El abogado del Kremlin y
El amante judío visita ahora el imperio alemán en los albores de una guerra que asolará Europa, y nos entrega una novela poderosa sobre las más altas cimas de la virtud humana y los más bajos sótanos de la inmundicia terrenal.

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6

A mediados de junio se produjo un homicidio idéntico a los dos anteriores y unos días después mataron con la misma saña a una mujer de treinta años y a una muchacha de veinticinco que tenían características similares a las víctimas iniciales: solteras, solitarias, sin familia conocida ni relaciones estables.

“¿Cómo se llamaban las primeras dos?” preguntó Ritter.

“Emma Brandt y Gertrud Frei. La tercera se llamaba Anke Gottlieb, la cuarta Birgit Klein y esta…”

“Kornelia Dobler —dijo Ritter— nos lo acaba de decir el orpo. Tengo mala memoria pero todavía no me vuelvo senil.”

La mujer, como las otras cuatro, se había quedado sumergida en una nube de sábanas ensangrentadas y Meyer pensó que eran cinco versiones del mismo cuadro pintadas por el mismo pintor. Todas, además, tenían un cierto parecido: el color del pelo, las facciones, la complexión.

“Me temo —dijo el forense— que el resultado va a ser igual a los otros reportes. Sexo derecho, sexo torcido, vestigios de semen en la boca, la vagina y el ano. Una puñalada en la carótida interna y dos en la externa. Mil a uno que lo hizo el mismo chacal de las otras veces.”

El juez instructor los miró con un aire de fatiga.

“¿Cuándo fue el primer homicidio?”

“En marzo” dijo Meyer.

“Tres meses y no sabemos nada. ¿Están haciendo su trabajo o están haciendo como que trabajan?”

Ritter, que se había inclinado para observar la cara de la muerta, le respondió sin volverse.

“Lo mismo que usted. Estamos esperando que empiece la guerra para que todo se resuelva con la ayuda del Espíritu Santo. ¿Cuántos años tiene?”

“Sesenta.”

“Me lo imaginaba, si tuviera cuarenta le hubiera arrancado la cabeza de un gargajo.”

“No hay necesidad de alterarse —dijo el forense— nos pagan para indagar homicidios no para salvar al mundo. Les doy el reporte mañana. Con permiso.”

“¿Y las fotografías?” preguntó Ritter.

“En media hora —respondió el forense— Ulrich también tiene derecho a llegar tarde.”

De las cinco mujeres asesinadas Kornelia Dobler era la más joven y atractiva y Meyer se imaginó el momento en que había entrado a su habitación con un hombre joven y apuesto que llevaba la muerte escondida debajo de la manga.

“¡Bruno!” gritó Ritter.

“Señor.”

“¿Le estás contando la historia de tu vida?”

Al llegar a la calle interrogaron en forma sumaria a los vecinos que se habían congregado junto a la patrulla.

“Ya sé —dijo Ritter— todos pertenecen al partido y la señorita Dobler era cortés y reservada y les extraña mucho que haya terminado de una forma tan dramática. Si recuerdan algo que pueda ser importante hablen a la Kripo y le dan los datos al detective Meyer. Bruno, por favor, apunta los nombres de todo el mundo.”

“Capitán —dijo uno de los orpos— hay una persona que quiere hablar con usted.”

“¿Un vecino?”

“Un periodista.”

“Increíble —dijo Ritter— en esta puta ciudad la prensa se entera de todo antes que nosotros. ¿Dónde está?”

“Allá” respondió el orpo.

Ritter se dirigió a la puerta del edificio.

“¿Angriff, Stürmer, Tageblatt?”

“Morgenpost —sonrió el muchacho— Sección policial. ¿Podría darme unos minutos?”

“¿Cómo te llamas?”

“Hardy Baumgarten.”

El muchacho miró a Ritter con temor.

“Me gustaría saber si Berlín ya tiene su propio Jack el Destripador.”

“¿Por qué lo dices?”

“Cinco mujeres asesinadas de la misma manera. Una puñalada en el estómago mientras estaban haciendo el amor con el asesino. Algunos colegas ya le pusieron apodo.”

“¿Qué apodo?”

“El Lobo de Berlín.”

Ritter lo miró con tanto desagrado que Meyer temió que le fuera a dar un puñetazo.

“¿Cómo lo sabes?”

“Me lo dijeron en el periódico.”

“¿Quién?”

“El jefe de redacción.”

“¿Quién se lo dijo a él?”

“No tengo idea.”

“¿Te llamas Hardy?”

“Hardy Baumgarten.”

“Te voy a dar la oportunidad de tu vida, Hardy. ¿Quién se lo dijo? No me hagas perder el tiempo.”

“Me ordenó que viniera al lugar de los hechos y hablara con usted. Es todo.”

“¿Que hablaras conmigo o con el responsable de la indagación?”

“Con el responsable de la indagación.”

“¿Cómo sabes que le dieron una puñalada en el estómago mientras estaba cogiendo con el asesino?”

“Me lo dijo el jefe de redacción.”

“Te dijo mal, no fue una puñalada en el estómago, fueron tres puñaladas en el cuello, igual que a las otras desdichadas, y te lo dijo el jefe de redacción porque a él se lo dijo alguno de los orpos. Un puñado de marcos a cambio de información confidencial. Los periodistas no sienten ningún respeto por la sangre derramada ni les importa un culo si dificultan la tarea de la policía con sus reportes escandalosos y su furor uterino por vender basura. ¿Cómo se llama el jefe de redacción?”

“Norman Fischer.”

“Habla con él y dile que no se le ocurra publicar una línea sobre estos casos o le voy a mandar a una jauría de la Gestapo para que les cierre el periódico. El Lobo de Berlín, Bruno. ¿Qué te parece? Mundo jodido.”

Media hora después, en una taberna de Pankow, Meyer se acordó del rostro absorto de Kornelia Dobler y sintió que la había conocido desde siempre, como si la muerte la hubiera despojado de sus secretos para convertirla en un libro abierto en el que podían leerse los episodios más significativos de su vida.

“Si usted me permite, capitán, tengo la impresión de que las cinco víctimas llevaban una existencia poco honorable.”

“¿Putas?”

“Ocasionales.”

“No hay putas ocasionales.”

“Digamos que no se dedicaban a la prostitución de tiempo completo. Tenían un trabajo, vivían como el resto de la gente y algunas noches se dirigían a algún café o una cervecería para enganchar un cliente y ganarse unos marcos libres de impuestos.”

Ritter tomó un sorbo de Münchner.

“En ese caso va a ser fácil localizar al homicida. Los lugares en los que se producen esa clase de encuentros están identificados por la Kripo. Son los mismos donde se vende droga, se trafica con armas y se ofrecen operaciones para eliminar embarazos indeseados.”

“¿Cuántos son?”

“¿Los abortos o los lugares?”

“Las dos cosas.”

“Los abortos son alrededor de seis mil al año, nada más en Berlín. Galeotti maneja el ochenta por ciento de las clínicas y los Antonescu están invadiendo terreno prohibido y han empezado a acaparar el resto. Son conjeturas, pero el hecho es que el negocio produce cuatro millones al año y la Kripo y la Gestapo se llevan un millón y medio.”

“¿Todo bien, capitán?” preguntó el mesero.

“Otra ronda —dijo Ritter— Tienes razón. Emma Brandt, Gertrud Frei, Anke Gottlieb, Birgit Klein y la pobre diabla que acaban de matar… A lo mejor sí me estoy volviendo senil. ¿Cómo se llamaba?”

“Kornelia Dobler.”

“Cualquiera de ellas hubiera podido llegar a los tugurios de Galeotti para hacer un negocio rápido y seguir viviendo como si no hubiera pasado nada.”

Meyer recordó que las cinco mujeres tenían otros rasgos en común: vivían solas, eran discretas y ordenadas y habían dejado un recuerdo agradable entre sus vecinos de edificio, que no tenían ningún reproche que hacerles, salvo el hecho de que solían llevar a sus departamentos a hombres desconocidos.

“Pudiera ser —dijo Ritter— ¿Por qué no? Si aceptamos que las cinco fueron asesinadas por el mismo hombre es probable que se hayan encontrado con él en esos lugares, que están llenos de cazadores nocturnos. Unos van para buscar novia o amante. Otros, como el degenerado que las mató, van de un sitio a otro para elegir a su siguiente víctima.”

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