Jorge Óscar Sánchez - La predicación
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habla hispana y está dirigido a las
personas de todos los niveles académicos de nuestro continente. Lo que enseña en este libro el Dr. Sánchez son
lecciones vitales que vienen respaldadas por
resultados concretos de su experiencia ministerial desde el púlpito, de su experiencia como profesor de homilética y de su cualidad como buen oyente, primera facultad que caracteriza a todo verdadero predicador.
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Le ruego que piense. La próxima vez que mire un noticiero tome un cronómetro y mida cuánto duran las noticias que nos muestran. Si el noticiero es de 30 minutos, en realidad solo dura 20 minutos, porque 10 minutos se van en avisos comerciales. En veinte minutos el canal debe compactar las noticias locales, nacionales y mundiales. Por tanto, si presta atención, verá que la gran mayoría de las notas no duran más de treinta segundos. Con buena suerte, apenas un minuto. Y todo de forma muy rápida. Esto tiene implicaciones tremendas para el predicador contemporáneo. Si este no sabe captar la atención de la audiencia en los primeros 20 segundos está condenado a un fracaso rotundo. Y si el predicador cree que los oyentes tienen la obligación de venir a escucharlo hablar durante horas porque es el siervo ungido de Jehová... bueno, que se prepare para tener un ministerio estancado y muy chiquito. Siempre debemos recordar que el predicador no tiene ninguna autoridad, excepto la que pueda ganar haciendo un trabajo excelente.
Asimismo, piense una vez más. ¿Ha visto alguna vez a alguien que lee las noticias, o entrega un discurso frente a las cámaras moviendo los brazos como si fueran las aspas de un molino? ¡Jamás! Los que leen las noticias tienen los brazos clavados al escritorio y los que entregan un discurso, al podio. Nada de usar gestos ampulosos o movimientos abruptos. Esta realidad tiene mucha influencia a la hora de cómo el predicador evangélico debe entregar su mensaje. Ya lo veremos más adelante.
3. El sentimiento popular anti-autoridad
No sé cómo será en su país, pero en Norteamérica en el presente hay un sentir muy profundo y fuerte de resistir todo lo que tenga que ver con el liderazgo y la autoridad. No interesa que usted sea presidente, gobernador, senador, diputado, maestro, o policía, no hay ninguna diferencia. Una cosa es muy cierta y evidente: todos están en contra suyo. Nadie va a aceptar algo que usted diga por más posición de liderazgo o autoridad que tenga. Más bien lo van a resistir con toda la fuerza, y la pregunta no verbalizada que tantas veces se trasmite es: «¿Quién es usted para decirme a mí qué debo creer, o cómo debo comportarme? Vivimos en una sociedad pluralista, con un ideal democrático, donde todos valemos lo mismo, y donde todas las opiniones tienen el mismo peso y valor».
Siglos atrás, cuando el predicador subía al púlpito, las personas lo consideraban la máxima autoridad civil, educativa y religiosa. Su palabra era respetada por la posición que ocupaba, los estudios que había cursado y el fundamento que su mensaje tenía en la Biblia (esto último en los países protestantes). Eso fue siglos atrás. En la actualidad, con la popularización de la educación pública, muchas personas ostentan mejores credenciales académicas que un pastor, y por tanto razonan: ¿Para qué voy a escuchar a este ignoramus ? Para complicar las cosas aún más, el avance de la ciencia ha confundido la mente de muchos, haciéndoles creer que no pueden, ni deben creer nada que no pueda ser validado científicamente. Cuando ministramos en este ambiente enrarecido, entonces, todo hombre o mujer que pasa a compartir su mensaje debe comprender que sus palabras están siendo juzgadas y evaluadas por los oyentes, como si viniesen de alguien que está a mi misma altura o por debajo. No por el hecho de vestir un atuendo religioso, ocupar un púlpito elevado, y gritar a voz en cuello «la Biblia dice», las personas le brindarán una atención respetuosa. Más bien, con genuina humildad, tendrá que entender que su primera tarea es ganarse la confianza de sus oyentes, mediante su conducta intachable, sus actitudes cristianas y su nivel de conocimientos.
II. Razones internas
La crisis teológica que ha invadido a muchas denominaciones:
El pasado es el fundamento sobre el cual estamos parados en el presente. Ya sea que usted es Luterano, Bautista, Presbiteriano, Metodista, Pentecostal, Bauticostal o Pentecostista, no importa a que sector del movimiento cristiano protestante pertenezca usted, esa corriente con la cual usted se identifica cuenta con una historia particular que afecta su realidad presente. Las convicciones de su denominación en cuanto a la Biblia, Dios, Jesucristo, el ministerio del Espíritu Santo, y cada una de las doctrinas fundamentales de la fe cristiana, inevitablemente acarrean consecuencias directas sobre la forma en que se vive la vida cristiana en general y la tarea de predicar en particular. Esas convicciones denominacionales son el resultado de fuerzas poderosas que le dieron forma en años anteriores. El problema es que muchas veces al comenzar la vida cristiana una persona desconoce cuan «teñido» está el mensaje que se le presenta, y sobre todo el origen de las doctrinas que se le enseñan. Muchísimos individuos que se inician en el cristianismo, o estudiantes que ingresan a seminarios cristianos con el propósito de prepararse para el ministerio, carecen de los conocimientos suficientes como para distinguir entre lo espurio y lo verdadero, con la consecuencia de que en una gran mayoría de los casos es muy fácil poder ofrecerles «otro evangelio» (Gálatas 1:6-9) y ellos no pueden distinguir la diferencia. De esa forma son presa fácil de una de las fuerzas teológicas más potentes, peligrosas y destructivas que ha permeado el protestantismo en los últimos 150 años, y que explica el origen de muchas de nuestras creencias y prácticas ministeriales en el presente.
El pasado es el fundamento sobre el cual estamos parados en el presente.
A mediados del siglo XIX en Europa nació lo que se denomina el liberalismo teológico 1. Una nueva corriente filosófica originada en la universidad de Tubinga, en Alemania, que se propuso como meta contemporizar al cristianismo removiendo todos los obstáculos a la fe. Uno de sus propósitos fue librar a la fe de Jesucristo de todo elemento milagroso y sobrenatural. Para lograr el objetivo, el ataque en sus primeros pasos se centró en cuestionar la autenticidad histórica de la Biblia, y más tarde, todas las doctrinas cristianas. Una vez que estas teorías atraparon la mente de los ingenuos, el enemigo mediante sus ministros disfrazados como ángeles de luz se infiltró en muchísimos colegios y seminarios cristianos, y a través de los pastores y misioneros que se formaron bajo su influencia, el liberalismo teológico se difundió por todo el mundo. Al igual que un gramo de levadura que leuda toda la masa (Mateo 13:13), el liberalismo en el día de hoy se halla presente, en mayor o menor grado, en casi todas las denominaciones protestantes. Ha definido la filosofía educativa de casi todos los seminarios evangélicos, sin distinción de nivel académico (ya sea nivel terciario, de maestría o doctorado). Y las afirmaciones del liberalismo se enseñan por sus exponentes como si fuesen la verdad absoluta y el evangelio en su versión más pura.
El liberalismo parecía un amigo de la fe para los incautos, y tristemente la inmensa mayoría no pudo discernir el enemigo formidable que era. Las consecuencias que trajo a largo plazo a las iglesias y denominaciones que abrazaron esta corriente fraudulenta, es que experimentaron un decrecimiento continuo y pérdida de miembros por millares 2Pero si todo lo que ocurre en la iglesia local, ya sea bueno o malo, tiene su origen en el púlpito, entonces debemos mencionar tres efectos devastadores que el liberalismo ejerció sobre la tarea de la predicación cristiana 3.
La primera consecuencia práctica fue la pérdida de la fe en la Biblia como palabra de Dios 3. Si dudamos de la veracidad de la Biblia, el resultado es que ya no tenemos fundamento para predicar. Si perdemos la autoridad de la Palabra de Dios, nos quedamos sin cimientos para la proclamación del mensaje de salvación. En las palabras del salmista: «Si los fundamentos son destruidos, ¿qué puede hacer el justo?» (Salmo 11:3) Cuando la Biblia es analizada desde el punto de vista crítico literario, las consecuencias son que la teología y las doctrinas de la gracia deben pagar el precio. Los jóvenes graduados de muchas instituciones teológicas que han sido dominadas por el liberalismo son enviados al ministerio equipados con vastos conocimientos de criticismo literario, filosofía, psicología educacional, sociología moderna y todas las disciplinas relacionadas. Pero tristemente salen mal equipados para la tarea suprema de un ministro de Jesucristo: declarar con convicción y autoridad la Palabra del Dios vivo. De presentarla con una comprensión clara, con perspicacia espiritual, como un cuerpo de verdades relacionadas que llaman a cada individuo al arrepentimiento delante de Dios y a la fe en la persona de Cristo Jesús.
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