1 ...6 7 8 10 11 12 ...25 Cuando Dios me llamó al ministerio, me propuse que mi método de predicar sería en forma expositiva, abriendo el texto de diferentes libros de la Biblia para mis oyentes. Al imponerme esta disciplina, nunca me imaginé que quien recibiría el mayor beneficio sería yo mismo. La disciplina de tratar con todos los versos de un libro, no importa cuán difíciles sean, fue el método que Dios utilizó para expandir mi alma y fortalecer mi fe. Fue a través de la disciplina de estar forzado a producir y predicar un sermón nuevo cada semana, que Jesús me enseñó las verdades más sublimes en cuanto a su persona y su servicio. De no haber tenido esta obligación creo que mi relación con Jesús hubiera sido mucho más superficial.
Durante cuatro años fui profesor de un colegio Bíblico, una tarea que disfruté inmensamente. Sin embargo, todo ese tiempo extrañé el desafío del púlpito los domingos. Y el mismo sentir me lo han compartido un sin fin de amigos que sirven a Dios, que ya no están en el pastorado porque Dios los llevó a cumplir otros ministerios dentro del reino. Pueden predicar en muchos lugares diferentes, en ocasiones muy desafiantes y audiencias muy variadas, pero no hay nada que les ayude personalmente a crecer más que la obligación de traer un mensaje de Dios, bíblico, fresco y poderoso, todas las semanas al mismo grupo humano. Y cuando estamos fuera del pastorado mirando hacia atrás reconocemos que la tarea de la predicación fue la que más nos forzó a estudiar, y en consecuencia, a incrementar el tamaño de nuestra propia alma, y así poder recibir más y más de toda la plenitud de Dios.
La tercera razón por la que creo que la predicación es la tarea más gozosa, es porque no hay otra ocupación en la vida que nos pueda brindar mayores satisfacciones personales .
Jesucristo nos declaró su misión en la sinagoga de Nazaret cuando anunció: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres, me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a predicar el año agradable del Señor» (Lc. 4:18-19).
Ser llamado a predicar es ser parte de las posibilidades infinitas.
Más de un sábado a la noche, frente a la magnitud de la tarea me he cuestionado a mí mismo: «¿Quién me metió en esto? ¿Por qué acepté semejante desafío?». Y sin embargo, cuando uno predica, Dios manifiesta su presencia, el programa de Jesucristo se cumple a través de nuestro servicio... y entonces, ¿quién quisiera cambiar la tarea de predicar por cualquier otra vocación? Ser llamado a predicar es ser parte de las posibilidades infinitas. Cierto día uno de mis profesores, que es psicólogo profesional, nos decía: «A mí me toca escuchar a individuos durante meses y años, y nunca cambian. En cambio, ustedes los pastores predican y en un segundo logran lo que yo no puedo alcanzar en años de esfuerzo». La gloria de la predicación es que logra lo que nadie, ni nada puede lograr: la transformación total del individuo. A nuestro culto llegan personas encadenadas a los vicios más horrendos, con las cargas emocionales más pesadas, con pasados sórdidos, con matrimonios destruidos... con problemas que desde el punto de vista humano no tienen solución posible. Con todo, cuando Cristo se manifiesta a través de su palabra, ¿cuáles son los resultados? Exactamente los mismos que él anunció en Nazaret. Y cuando ustedes y yo vemos semejantes resultados, y que nosotros llegamos a ser los instrumentos en las manos de Dios, ¿por qué podríamos cambiar el llamado de anunciar las riquezas inescrutables de Cristo? ¿Por la tribuna política, por el diván del psicólogo, por la cátedra universitaria...? ¡No, una y mil veces no! Más vale ser predicador del evangelio en una choza, que en un palacio ser bueno para nada. Cuando un alma de valor infinito cambia su destino eterno, el del infierno de horror por el cielo de gloria, ¡que gozo trae a nuestro corazón! ¡Imposible de medir, difícil de recompensar en términos materiales, pero infinitamente real y poderoso! ¡Ese es el gozo de la predicación: ser continuadores de la misión de Jesucristo y ver a los esclavos del pecado llegar a ser eternamente libres! Tomas Goodwin afirmaba: «Dios tuvo un solo Hijo, y fue predicador». Qué privilegio ser escogidos por Dios para esta vocación. Y ser quienes continuamos su labor en esta presente generación.
¡El gozo de la predicación es ser continuadores de la misión de Jesucristo y ver a los esclavos del pecado llegar a ser eternamente libres!
La última razón y la más importante es, ¡porque glorificará a Dios!
Si la predicación es el invento de Dios y produce cambios tan notables en la vida de los oyentes, entonces ¿qué mayor alegría puede haber para nosotros sus siervos, que Dios sea glorificado a través de nuestros esfuerzos? Si las personas salen del culto exclamando, «Qué gran Dios a quien adoramos y servimos», entonces nuestro ministerio tiene un valor incalculable. Qué bueno es que no salgan diciendo: «Qué lindo sermón que nos predicó el pastor», sino que de la misma manera que Jacob fue sorprendido por la gloria de Dios en Betel, puedan exclamar: «¡Cuán terrible es este lugar. ¡Dios estaba aquí y yo no lo sabía! Esto no es sino casa de Dios y puerta del cielo». Bendito el hombre y la mujer que tienen la habilidad de correr el velo que oculta el rostro de Dios. Porque al hacerlo estarán logrando lo más sublime de la existencia: lograr que otros conozcan al autor de la vida de abundancia y el gozo perdurable. Si al igual que Juan el Bautista, vemos que nuestros discípulos se van detrás de Jesús, ¡entonces hemos hecho nuestra tarea muy bien! Y de manos del Salvador recibiremos la recompensa que jamás el mundo nos podrá ofrecer.
Un lunes por la mañana, un predicador agotado por las demandas de la tarea, decidió renunciar al ministerio. Buscando la confirmación a su decisión, le escribió una carta a uno de sus colegas y amigo en el ministerio, contándole su resolución. Este le contestó diciendo: «Vuelve a tu trabajo. Dios te ha llamado a predicar, un llamado que los ángeles envidian poder hacer».
¿Ha sido llamado a predicar? Entonces, ¡ánimo mi hermano! Reconocemos que hablar en público es intimidante, pero Dios nos ha prometido su presencia. Es cierto que Satanás buscará nulificar nuestros esfuerzos, pero nosotros empuñamos la espada del Espíritu que es la palabra de Dios. Somos conscientes de nuestras limitaciones humanas, inclusive de nuestro propio pecado, pero recordemos que el Espíritu Santo vivificará nuestras palabras. ¿Nos abruma la demanda de estudiar la Biblia, de producir un nuevo sermón cada semana? No hay Everest que la dedicación, la disciplina y la perseverancia no puedan conquistar.
A lo largo de esta obra, repetidas veces mencionaré a uno de mis mentores personales, el Dr. Martyn Lloyd-Jones de Inglaterra. Siendo joven se enroló en la carrera de medicina y llegó a ser un médico tan brillante, que a los 27 años estaba dentro del equipo que atendía a la corona británica. Sin embargo, el Doctor (como se le llamaba de forma cariñosa), dejó las posibilidades notables que le ofrecía la carrera médica para aceptar el llamado a ser Pastor de una humilde iglesia en Gales. Años más tarde Dios lo llevó para ser predicador en Westminster Chapel en Londres, y desde allí tuvo un ministerio de predicación que impactó a todo el mundo. Cuando estaba por retirarse del pastorado fue entrevistado por la BBC. El periodista le preguntó: «Usted sacrificó muchísimo para llegar a ser Pastor… una carrera brillante en medicina…». El Dr. respondió: «¡Yo no sacrifiqué absolutamente nada, porque nada en esta vida puede compararse con el privilegio de ser un ministro del evangelio…!».
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