Marcelo Barros - La condición femenina
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“Este falo, la mujer no lo tiene, simbólicamente. Pero no tener el falo simbólicamente es participar de él a título de ausencia, así pues es tenerlo de algún modo”. (Lacan, J., La relación de objeto, Paidós, Bs. As., 1998, pág. 155).
Esta es una idea a la que debemos conceder toda su importancia y debe guiarnos en la consideración de este tema. Que una mujer se suponga a ella misma –o que el otro la suponga– como carente de falo ya constituye una elaboración simbólica, ya es un modo de hacer que su sexo “diga algo”. La ausencia de falo no es un silencio, sino más bien un callar que es declarativo en un contexto de diálogo, como la carta que uno juega dada vuelta. No por ello es menos carta, ni participa menos del juego. En cambio, el sexo corporal de la mujer como real no “hace señas” porque está fuera de todo sentido. Solo cuando es investido fálicamente por el fantasma de él –y el de ella–, ese cuerpo dirá “no tengo”. Decir eso es, con todo, tener algo que decir. Hacer de su sexo una ausencia de falo, ya es una operación fálica que una mujer, como sujeto, lleva a cabo y por la cual investirá su cuerpo de valor fálico, hará de él un falo presente que vela y evoca el falo ausente que contiene. Todo esto significa que pensar lo femenino como “falta de” resulta de esa elaboración que lo hace entrar en la dialéctica falocéntrica bajo el signo de un menos.
“¿Qué quiere decir lo que no tiene? Aquí estamos ya en el nivel donde un elemento imaginario entra en una dialéctica simbólica… en una dialéctica simbólica lo que no se tiene existe tanto como todo lo demás. Simplemente está marcado por el signo menos”. (Lacan, J., La relación de objeto, Paidós, Bs. As., 1998, pág. 125).
Un “menos”, insistimos, declarativo, una atribución que permite la identificación de la mujer y la construcción de una máscara. Esto quiere decir que tanto le posibilita a ella identificarse, como al partenaire identificarla. La máscara fálica con la que la mujer se viste –incluso desnuda– es una ficción. Pero la misma ausencia del falo en su cuerpo que esa máscara vela forma parte de esa ficción. Es la elaboración simbólica de su feminidad corporal, de su sexo silencioso e inenarrable. Porque el sexo corporal de la mujer no es una nada, ni un vacío. La nada y el vacío ya son idealizaciones, embellecimientos discursivos de un real desconsolado y crudo. Freud lo supo ver cuando imaginó las artes del tejido y el hilado como artes femeninas destinadas a velar el sexo de la mujer. No se comprende el alcance de ese comentario de Freud si no se entiende que todo discurso tiene también un estatuto textil. Tejemos fantasías para vestir con ellas el mundo y el cuerpo. La imagen fálica es el molde esencial para elaborar esas ficciones que son el varón y la mujer. Sin embargo, más allá de estas consideraciones de carácter general, hay que demorarse en esta indicación freudiana que hace de la mujer una tejedora por excelencia. Hay en ello una huella importante para captar la lógica de su goce, porque lo que se teje, antes que nada, son significantes, pero no siempre lo que las mujeres tejen está regido por el patrón fálico. Sus redes no son redes que siempre agraden a la masculinidad o a los ideales de unicidad y coherencia.
Entonces, si hay algo angustiante en el cuerpo de la mujer no se trata justamente de lo que le falta. La falta es lo contrario de la angustia. Lo angustiante es lo que de su sexo está por fuera de la dialéctica presencia-ausencia del falo. La idea que hace del órgano vaginal algo inferior, mutilado o no desarrollado, ya es una idea falocéntrica, tan falocéntrica como la idea que lo convierte en un alhajero. Ambas son significaciones sobre la feminidad basadas en el eje falo-castración. La feminidad corporal está sin embargo más acá de la atribución de esa minusvalía o supervaloración, y es en esta exterioridad radical respecto de la capacidad atributiva del eje falo-castración donde reside su eficacia angustiante, y no en la valoración deficitaria. Precisamente es por eso que ella encarna lo real como tal, y más por sostener un cuerpo-en-goce que se basta a sí mismo en la medida en que no se presta a la lógica de la falta que es la del significante. Es únicamente desde esa lógica que un elemento cualquiera de la realidad puede aparecer marcado de negatividad o de insuficiencia (no son la misma cosa). Es habitual pasar por alto (sobre todo las mujeres) que la dialéctica del falo también pone en minusvalía al varón, o mejor dicho, a su miembro viril, que siempre aparecerá más o menos fallido e insuficiente respecto del falo. El falo agujerea el cuerpo del hombre con un tener del que no sabe servirse, así como agujerea el cuerpo de la mujer con un no tener. Todo esto determina que cada vez que abordemos la cuestión de la feminidad debamos tener en cuenta dos regímenes diferentes a los que ella obedece.
Una parte de lo que llamamos feminidad se vincula a la comedia de los sexos y a la dialéctica falo-castración. Es la parte accesible a la investigación freudiana, donde la mujer es un sujeto de la experiencia analítica. Se vincula a la verdad, que es la dimensión en la que cobran un sentido las categorías de lo manifiesto y lo latente. Su sexo corporal entra en esta dialéctica a través de un proceso de histerización, por el que sabemos que una vagina puede ser fantasmáticamente un falo, una boca y hasta una mirada (en el sueño de un paciente de Freud la parte inferior de los ojos de una mujer evocan el recuerdo infantil de haber visto la “carne viva” de los labios de la vagina). Se trata, en el fondo, de una histerización del órgano vaginal:
“…la vagina entra en función en la relación genital mediante un mecanismo estrictamente equivalente a cualquier otro mecanismo histérico”. (Lacan, J., La angustia, Paidós, Bs. As., 2006, pág. 83).
La Otra parte nos remite a las relaciones más estrechas entre lo femenino y el registro de lo real. Se trata de un aspecto de la mujer, de su amor, de su deseo y de su goce, que no entra en la lógica del eje falo-castración, que está fuera del juego de los semblantes fálicos de la feminidad y la masculinidad. Este aspecto de lo femenino es el que llevó a Freud a recurrir a la metáfora del continente oscuro, y a preguntarse por lo que una mujer quiere. Algo que no resulta fácil de localizar dentro o fuera del análisis, justamente porque es la parte que, al decir de Lacan en De un Otro al otro, tiene “domicilio desconocido”.
Die Frau, das Weib
En alemán hay dos términos para designar a la mujer, que son die Frau y das Weib. El primero, Frau, como era de esperarse, es de género femenino. Sin embargo el segundo, Weib, es neutro, lo que resulta por demás curioso. ¿Hay una palabra más femenina que la palabra “mujer”? No encontramos esa doble designación del lado masculino, donde der Mann, señala inequívocamente al varón con el artículo masculino que le corresponde. El uso del neutro se podría entender en el caso del niño –das Kind– o de la niña o mujer muy joven, la doncella –das Mädchen– por lo que puede suponerse de indefinición sexual en ellos. Pero Weib nombra cabalmente a la mujer y resulta llamativo que, entonces, esa voz venga precedida del artículo neutro, das. No es, sin embargo, esta peculiaridad gramatical lo más relevante. Actualmente la palabra Weib ha pasado a ser un término impropio y a veces chocante para referirse a la mujer. En tiempos de Freud era de uso corriente y es con ese significante que él siempre la nombra, incluso cuando habla de la feminidad –die Weiblichkeit– o de la sexualidad femenina –die weibliche Sexualität. Freud nunca habla de Feminität, que es un significante al que podría haber recurrido. Hoy, el uso del término Weib puede resultar un tanto ofensivo, y lo aceptado es designar a una mujer como eine Frau (una mujer). Originalmente se reservaba esa voz para la mujer casada (Frau = señora) mientras que el diminutivo Fräulein –señorita– recaía sobre la que permanecía soltera. Razonablemente, hay que decirlo, la protesta objetó que eso daba a entender que una mujer se hacía mujer recién después del matrimonio, y no antes. Resultaba absurdo y disminuyente nombrar como “señorita” a una mujer ya hecha y derecha por el solo hecho de permanecer soltera, sobre todo cuando esa diferenciación no se hace para el hombre. La objeción es perfectamente justa. ¿Pero por qué se suprimió el uso de Weib? No es difícil adivinar que se trata de un significante que se prestaba a un uso despectivo, vinculado a la asignación de un rol servil. Propongamos en castellano una frase poco grata del tenor de: “¡Mujer, sírveme la cena!”. Eso ofrece una idea de lo que impregna al término Weib, dado que sería ése, y no Frau, el significante que correspondería a una frase como la que expusimos. Sin embargo, no se trata unívocamente de la mujer sumisa. Das Weib nombra a la mujer como “Otro absoluto”. La razonable supresión del término lo convierte a la vez en algo preciado para el psicoanálisis que se ocupa de los desechos, de lo que el poder echa a la papelera de reciclaje. Allende las etimologías, si se aborda la cuestión desde la experiencia analítica preferiría reservar el término femenino die Frau para designar aquel aspecto de la feminidad que ha pasado al plano de la ley, y que por lo tanto entraría dentro de la dialéctica del significante y de la lógica del falo. Es una feminidad que, al igual que la masculinidad, se define en función de su relación al falo. Por el contrario, encuentro en el carácter neutro de das Weib el eco de ese aspecto de lo femenino que se manifiesta como una alteridad radical, no solamente respecto del varón, sino también respecto de esa feminidad que estaría dentro de la ley. Freud lo articula sin hacerlo explícito: él afirma claramente en “Análisis terminable e interminable” que lo femenino es algo rechazado por ambos sexos. Si esto es así, entonces la feminidad se nos presenta como no-toda, como al-menos-dos. Porque habría una feminidad rechazada, y otra que la rechaza, y esta última es admitida. ¿Cómo pensar eso femenino del que ambos sexos, tanto el varón como la mujer, se apartan? Se trata ahí de un cuerpo y de un goce de ese cuerpo que permanece virgen de elaboración discursiva, más acá de la ley, más acá del eje falo-castración y más acá, incluso, de una feminidad concebida como carencia de falo, dado que allí donde se carece de él se está, pese a todo, en relación con él.
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