Por ello, dedicaremos algunas líneas a mostrar lo que nos parece pertinente del argumento de Damasio y cómo se puede conectar con la investigación sobre lo que hemos planteado como amor corporeizado desde nuestra disciplina, la sociología.
Para el autor, el desarrollo del cerebro22 —sus conexiones y procesos neuronales— es posible porque éste es parte de un cuerpo (lo que Damasio llama el soma), de un organismo biológico. El proceso de toma de decisiones (que supone racionalidad) y las emociones están conectadas y relacionadas con el cuerpo situado que puede quedar “marcado” en su relación con el ambiente (que puede verse como el entorno natural, pero también como el entorno de relaciones sociales en las que se inscribe el ser humano). Entonces, como él mismo indica, los experimentos mentales que hacían los escépticos para cuestionar la idea de una realidad existente más allá de la consciencia, no son válidos. Para Damasio, un cerebro conectado a impulsos eléctricos no daría la misma realidad que un cerebro en un cuerpo y ese cuerpo en un medio. La realidad no es sólo la que percibe la conciencia, es la realidad construida por el cuerpo/mente en su relación con un entorno que existe. Un ejemplo es el de la visión. Como otros científicos han mostrado, ver no es sólo un proceso neural que incluye la percepción de luz. Ver objetos supone un cuerpo que puede ubicarlos espacialmente y manipularlos. Tal y como lo muestra el caso de Oliver Sacks (afamado neurocientífico, recientemente fallecido) en el icónico caso de Virgil, el paciente adulto, ciego durante 50 años que es sometido a una operación, aunque físicamente es capaz de percibir ondas de luz, no puede ver. En algunos casos no tiene las dimensiones, la profundidad y, en otros, no tiene el concepto para verlo. Tal como relata el paciente, en el primer momento que le quitaron la venda después de operarlo de los ojos, “no tenía ni idea de lo que estaba viendo. Había luz, había movimiento, había color, todo mezclado, todo sin sentido, en una mancha” (Sacks, 2015: 554). A partir de éste y otros casos ha quedado claro que ver supone habilidades corporales y cognitivas que actúan en conjunto con la percepción y procesamiento de estímulos externos (Damasio, 2005: 96 y ss). Esto es importante para las ciencias sociales ya que presenta un fundamento para una noción moderada de constructivismo. Es decir, no podemos afirmar que la realidad es una construcción de la conciencia (como afirmaría Kant), pero tampoco que es algo externo que meramente causa cosas en nosotros, imprime sus huellas y nos moldea. La realidad existe independientemente de nosotros y también es re-creada por nosotros. La co-creación es más compleja que la utilización de categorías para ordenar estímulos externos. Supone la traducción de eso externo al cuerpo/mente, el procesamiento neuronal de lo sensorial: como proceso externo y como procesado por el cuerpo. Además, lo externo no es unitario sino se subdivide en estímulos que podríamos llamar naturales y otros sociales, ambos con igualdad de posibilidades de entrar en el umbral de constitución del cuerpo/mente. La percepción visual deja de ser una cuestión pasiva y se convierte en una acción del cuerpo/mente en su medio. Las implicaciones que esto tiene para las ciencias sociales son vastas y no se pueden tratar aquí puntualmente. Baste decir que no podemos abandonarnos a una idea de que todo es construcción social (sin materialidad corporal/mental/ambiental/relacional), ni que todo es realidad objetiva (que nos aparece sin mediaciones y que tod@s podrían reconocer como exactamente la misma).
Esto tiene consecuencias para el estudio del amor corporeizado, no podemos pensarlo solamente como una construcción cultural y epocal, aunque no podemos tampoco decir que no existen estas representaciones que han cambiado nuestras maneras de definir qué es amor y cómo se siente el amor. Tampoco podemos pensarlo sólo como un subproducto evolutivo que persigue la continuación de la especie. Ni podemos dejar de lado a los cuerpos que experimentan y sienten algo más que un sentido fijado semánticamente. Finalmente —y esto es algo que Damasio y los neurocientíficos en general no tematizan con suficiente amplitud— no podemos obviar el componente relacional del amor corporeizado y los efectos que tiene en los cambios semánticos y en las experiencias corporales individuales el estar cuerpo a cuerpo “envejeciendo juntos” (Schütz, 1995). Si algo nos muestran estas reflexiones acerca de cómo percibimos es que la realidad se construye en el interjuego de lo corporal y lo mental en relación con el entorno (que puede verse como el ambiente natural, pero también como las relaciones interpersonales y finalmente el sedimento semántico que nos permite dar un sentido más o menos fijo a las experiencias que tenemos del mundo y del propio cuerpo) (García Andrade y Sabido Ramos: 2016b).
Ahora bien, aunque esta discusión epistemológica resulta relevante para las ciencias sociales, en lo que más ha sido más retomado Damasio ha sido en su discusión de la relación razón-emoción. Para el autor, la posibilidad de tomar decisiones no sólo supone un proceso racional sino un proceso guiado en última instancia por la emoción. Aquí resulta importante su “hipótesis del marcador somático”. Esta hipótesis supone que las experiencias biográficas significativas de una persona tienen un registro neural y somático, un registro que deja una marca —de ahí el nombre de marcador. Esta marca se activa cuando aparece una situación similar a aquella experimentada en el pasado. Los marcadores somáticos resultan de interés para las ciencias sociales como afirman Scheve y Luede porque, aparentemente, “no están predefinidos biológicamente o cableados (hard-wired) en el sistema de la emoción y la memoria, más bien se adquieren durante la socialización y el aprendizaje” (Scheve y Luede, 2005: 314). Es decir, nuestra toma de decisiones tiene un origen social que se inscribe en nuestro registro emocional-corporal, más allá o junto con la racionalidad (que también dependerá de la cultura en la que nos encontremos y lo que resulte racional para determinada actividad). Por ello, no es casual que el trabajo de Damasio haya tenido resonancia en las ciencias sociales.
Del mismo modo, en el libro En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos (2003), Damasio encara una compleja distinción conceptual entre emociones y sentimientos. Para él, las emociones hacen referencia a procesos de evaluación cognitiva frente a una situación (y aparecen como cambios corporales internos), pero también a estados corporales externos. Por el contrario, los sentimientos, incluyen conciencia de ciertos eventos, objetos o gente y su asociación con los cambios físicos y mentales en nosotros. Es decir, los sentimientos suponen una percepción del self. De tal suerte, que el amor tiene tanto dimensiones emocionales como sentimentales (Damasio, 2003).
Aquí asumimos que el amor no es sólo una emoción, pero que tiene componentes emocionales. Siguiendo la distinción entre emoción y sentimiento que hace Damasio (1995), afirmamos que el amor supone ciertos estados corporales evidentes a simple vista (sonrojo, sudoración) y no evidentes a simple vista (producción de dopamina, por ejemplo) que son parte del complejo neuronal-somático. Pero también es un sentimiento ya que, supone asociar el estado corporal a una imagen (objeto, persona) y tener noción de que eso es amor (etiquetar). Vamos más allá de Damasio al afirmar que la “conciencia” del amor supone tener una noción socio-histórica de qué es amor (cómo se siente amar, cómo se actúa el amor) y poder aplicar esta noción a la asociación estado corporal/imagen.
Entonces, uno de los aportes significativos de Damasio es que señala cómo el cerebro, que es cuerpo, es el locus del alma, de la mente. Toda sensación, emoción, afección melancólica tiene un correlato corporal. Esta perspectiva permite entender cómo las emociones se experimentan en el cuerpo y son resultado de una compleja interacción entre el organismo, el cerebro y la sociedad. De ahí que otra vía de relación importante a rescatar se presenta en la forma en que ahora se observa al cerebro con anclaje social.
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