Zelá Brambillé - Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad

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Luz de luciérnaga (2a edición) + Somos electricidad: краткое содержание, описание и аннотация

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Ellos son
mejores amigos: son inseparables desde que eran pequeños, se conocen tan bien que podrían recitar de memoria los defectos y virtudes del otro, y durante años han callado sus verdaderos sentimientos porque se supone que los mejores amigos no deben enamorarse, ¿verdad? Acompaña a Carlene, una chica que sufre en silencio por su pasado, y a David, quien descubrirá que su amiga guarda
secretos inimaginables y hará todo lo posible por enseñarle que la luz más poderosa es la que sale de su interior. Dos amigos, un amor y dos luces en la oscuridad que es la vida.

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картинка 14

Agradecía su presencia, cuando él estaba se sentía un poco mejor. Recordar esas horas en las que su abuela había estado postrada sin moverse le causaba desasosiego. Jamás había deseado tanto el refugio de su amigo, era su sombrilla contra las tormentas, la cueva para refugiarse de un oso hambriento.

Su abuela siempre había estado a su lado, había sido una de las pocas personas que de verdad la veían. Apoyó la cabeza en el hombro de David, mientras la abrazaba por la cintura —habían entrelazado ambas manos— y besaba continuamente su coronilla.

Carly levantó la vista hasta que pudo atorar sus pupilas en las de su acompañante.

—No sé qué haría sin ti, D —dijo convencida y segura.

—Probablemente Richard… —¿Qué? Lo interrumpió negando con la cabeza.

—Tú eres como el kétchup y yo soy la patata, ninguno funciona por separado.

El labio inferior de Dave tembló, luchaba por retener la risilla que amenazaba con salir, la felicidad escapó cuando recordó dónde estaban.

—¿Por qué tengo que ser yo el kétchup? —Carly intentó sonreír de lado, pero salió como una mueca extraña.

—Porque soy delgada como una patata, tú eres obeso.

—¿El kétchup es obeso? —Alzó una ceja.

—No tiene forma.

—Soy el chico más sensual sobre el planeta —La chica bostezó, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no perderlo de vista.

—Y el más humilde también. —Besó su frente, demorándose más de lo debido.

—Duerme, cariño, estoy aquí para cuidarte, siempre lo estoy. —Cerró los ojos y se quedó dormida, sumergida en un abrazo que parecía escudo.

Podía sentir su respiración calmada. ¿Por qué demonios no se confesaba de una buena vez? ¿Por qué no le decía lo que sentía? ¿Por qué era tan cobarde?

Al levantar la vista se topó con la mirada acaramelada y cálida del padre de Carly. Él le dio una sonrisa sincera y musitó un «gracias» para después apartar los ojos y abrazar a su mujer.

картинка 15

La cargó y la depositó en la camioneta azul. Tenía encargado cuidarla mientras dormía: el señor Sweet no había tenido que rogar para que llevara a su hija a dormir a un lugar cómodo, Dave estaba encantado. Aparcó en la cochera de su casa.

Una vez en la oscuridad de la habitación de Carly, se acostó a su lado y entrelazó las piernas con las suyas, en secreto la estudió una vez más. Era hermosa. No pudo resistir al ver sus labios tan rojos y entreabiertos. Cada vez que lloraba se coloreaban más, así que los selló con un casto y suave beso, y se dejó llevar por el calor que emanaba su cuerpo. Era perfecta para él porque encajaban, eran el Yin y el Yang.

Más tarde, se despertó cuando escuchó un estruendo, saltó del susto y encontró la cama vacía. Alarmado, se puso de pie y bajó las escaleras para buscarla. El alma se le fue a los pies cuando la encontró encorvada, apoyándose en una silla con una botella de tequila en las manos. ¿De dónde había sacado esa mierda?

Arrugó la frente cuando ella intentó caminar y se tambaleó, estaba borracha. Se acercó rápidamente y rodeó su cintura antes de que pudiera caerse. Carlene se asustó, pero soltó una risita después de ver que era él.

—Estás borracha —susurró, y le quitó la botella a pesar de sus quejas y de que intentaba arrebatársela.

—N-no, e-estoy muy f-feliz. —Dave soltó una risita divertida; era la primera vez que pasaba algo así.

—Por supuesto que sí, te tomaste casi todo el puto tequila. —La sentó en una de las sillas—. Quédate aquí, voy a hacerte un café.

Ella no dijo nada, lo observó con ojos vidriosos, así que se encaminó hacia la cocina y preparó la cafetera a oscuras. Puso el agua y las cucharillas de café, iba a apretar el botón cuando unas manitas lo abrazaron desde atrás. Sintió sus pechos pegados a su espalda, respiró profundo.

—D, ¿puedo pedirte un favor? —Su susurro lo hizo girarse y buscar su mirada. Ella no se le despegó, lo abrazaba con fuerza, ahora su cabeza enterrada en su pecho. Le acarició el cabello

y rodeó su cintura.

—Lo que quieras, cariño —murmuró y esperó. Carly levantó la vista, se perdió en el brillo de sus ojos, más cuando los bracillos de la muchacha subieron hasta rodear su cuello. Sintió peligro—. Deberíamos ir a dormir, mañana podemos hablar.

—No quiero hablar —dijo. Jamás se imaginó lo que ocurriría a continuación, Carlene estampó sus labios en los suyos con determinación, intentó detenerla, pero se volvió loco al sentir que lamía su labio inferior. Sabía que estaba mal porque se estaba aprovechando de su estado, sin embargo, arrojó esos pensamientos al fondo de su cerebro y gruñó antes de apretarla contra él y profundizar el beso que tanto había estado esperando.

Sabía a tequila y a ella. Carlene suspiró y se puso de puntitas para alcanzarlo más, así que la puso sobre sus pies descalzos e introdujo su lengua para tocar la suya y derretirse. Nunca más podría besar a otra chica. Dios, sabía como a un cielo lleno de estrellas.

No contó el tiempo, pero le pareció una eternidad y, al mismo tiempo, un segundo. El ritmo empezó a disminuir, el beso se fue haciendo más pesado, más lento, más significativo que pasional, hasta que Carly se detuvo. Él se echó hacia atrás y contempló con una sonrisa que se había quedado dormida.

—Mi beso te dio sueño, vas a matarme. —Depositó un besito en su respingada nariz y la cargó para llevarla a la cama.

Se acostó a su lado, pero no pudo dormir. Al día siguiente le preparó café y se preguntó cuánto tiempo pasaría para que ella recordara que le había entregado su ser en un beso.

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Diecisiete años de edad

Entraron juntos a aquel billar de mala muerte. Carlene usaba una chaqueta de cuero negra al igual que Dave, quien con entusiasmo buscaba un lugar en el sitio. De pronto, la castaña se quedó muy quieta. Tenía que ser mentira.

Caminó hacia la escena, sintiendo los pasos apresurados de su mejor amigo tras ella y el palpitar desenfrenado de su corazón.

—¿Richard? —Su voz se quebró en la última sílaba. El rubio se detuvo al escucharla y giró el rostro.

—Carly… —No lucía arrepentido, lo encontraba casi montado encima de otra y lucía normal, como recién salido de la ducha. Sintió la furia emanar de su interior, deseaba golpearlo, pero, más que nada, necesitaba saber qué había hecho mal.

—¿Por qué? —preguntó. Dave la aprisionó desde atrás, resguardándola de la maldad del mundo y de las injusticias de las personas. No era un escudo, él era la espada.

—Porque necesito a una mujer, no a un amigo —soltó sin pudor el rubio. David se estremeció al escucharlo, luego se dio cuenta de la manera en la que las aletas de la nariz de Richard se abrían, entretanto lo miraba con odio. Era eso, estaba celoso y la quería herir.

No la merecía. No sabía siquiera si alguien podría merecerla algún día.

La gente la miraba con lástima, algunos otros se rieron al escuchar el cruel espectáculo que al parecer era más entretenido que sus propias vidas. Carlene escuchó a Dave rugir, dispuesto a soltar improperios para defenderla, pero lo jaló del antebrazo

y lo condujo fuera del local.

En el estacionamiento, frente a la señal roja para detenerse, aún en el borde de la banqueta, se derrumbó en el hombro del joven. Sin embargo, solamente soltó unas cuantas lágrimas y luego expulsó una carcajada estruendosa. Él frunció el ceño con confusión, tal vez ya se había vuelto loca.

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