Se dio la vuelta y dejó que la viera con sus ojos hechos agua. Entonces supo que no era el mejor día para decirle que últimamente solo pensaba en besarla.
No entendía qué era lo que buscaba su madre de ella.
—Creo que te verás caliente en esa camiseta, no todos los días se ve a una chica usando una prenda con una calavera sangrante —Amaba cómo se veía con esa cosa.
Su cara cambió y una gran sonrisa se extendió en su rostro, sus ojos miel brillaron tanto que lo encandilaron por un minuto. Tragó saliva, nervioso, y se dijo que no iba a sudar.
—Mamá dice que debo ponerme la horrible falda que me compró en esta nueva escuela, que nadie se me va a acercar si me ven vestida con mi ropa —bufó entre dientes.
—Yo me acercaría —aseguró. Carlene sonrió de lado.
—Tú no cuentas, D, me refiero a otros chicos —susurró haciendo que la mirara con los párpados adheridos a la frente. ¿Pero qué…?
—¿Otros chicos? No entiendo —preguntó, confundido y un tanto exaltado.
—Tampoco yo, pero mamá asegura que los chicos empezarán a pedirles a las chicas a salir y yo me quedaré en casa pintando cuadros —rio y giró los ojos como si eso fuera lo más absurdo del mundo. Quería creer que lo era, pero no había pensado en eso y comenzó a sentirse extraño.
—¿Y saldrías con ellos? —cuestionó.
—No, me gusta más estar contigo que con cualquier otra persona.
Eso bastó para tranquilizarlo una pizca, no lo suficiente, sin embargo. Depositó un beso en su frente, refugió su nariz en su cuello, respiró profundo al sentir su respiración y su corazón acelerarse. Pensó en su prima Veronilla sacándose los mocos, o si no ciertas zonas delatarían lo que ahora le producía su cercanía.
—Me gusta una chica —dijo atropelladamente, sintiendo los nervios en su garganta. Carlene se echó hacia atrás para observarlo—, pero tengo miedo de que yo no le guste a ella. ¿Qué crees que debería hacer?
Sus ojos miel lo observaron de forma penetrante y él se dejó llevar por la sensación de sentirse perdido en el tiempo. Quería gritarle «me encantas tú», pero no podía hacerlo.
—Creo que deberías decirle, tú eres genial, Dave. Si no le gustas es porque es una estúpida y no debería gustarte alguien estúpido.
Quería seguir mirándola, pero Carlene tragó saliva y regresó a la posición inicial, dándole la espalda. Su respiración se hizo cada vez más lenta, se hizo un poco hacia atrás para mirarla perdida en sus sueños, sonrió con tristeza. La zona de amigos era muy jodida.
—No quiero perderte, luciérnaga —dijo quedito.
—¡Hey, Dave! —exclamó un chico con el cabello oscuro y los ojos más azules que había visto en su vida.
Desde que pusieron un pie en Niston, la que era su nueva escuela, David se le pegó como una lapa malhumorada. La llevaba a su costado con la mandíbula tensa y sin mirar a los que lo saludaban. Pensó que esta vez D iba a detenerse, pero solo elevó la barbilla como saludo y la tomó del antebrazo para guiarla a otro lado.
Las instalaciones eran enormes, no sabía cómo haría para no perderse entre todo el alumnado.
—¿Quién era él? —preguntó.
—Ian, un compañero del equipo de lacrosse —respondió, seco.
Decidió no prestarle más atención a su actitud y se dedicó a observar. Recién es que se dio cuenta de que se dirigían a la coordinación. Se detuvieron al final de una extensa fila.
—¿Estás molesto por algo? —cuestionó. Él levantó la mirada y la clavó en la suya. Dio un paso al frente, haciendo que quedaran muy juntos.
Siempre era así, siempre estaban muy cerca, pero eso no quería decir que había aprendido a mirarlo como algo normal.
Automáticamente su corazón comenzó a acelerarse, sus ojos eran tan verdes que por un momento creyó que estaba en el bosque, bajo las copas de los árboles, como los del campamento al que iban todos los veranos. Luego recordó que era su mejor amigo y no debía sentirse de esa manera.
—Solo quiero cuidarte, Carlene, todos esos chicos van a buscar una sola cosa y no voy a permitir que te lastimen, ¿me entiendes? —Todo el aire se atoró en sus pulmones cuando Dave levantó su mano y acarició su mejilla con los dedos.
—¿A quién tenemos aquí? ¿Ella es la famosa Carlene? —Una voz desconocida la sacó de su momento, también logrando que David diera un paso atrás.
Buscó la fuente de la interrupción, un joven moreno, un tanto obeso, portaba una sonrisa amigable. Su mejor amigo relajó los hombros y le regresó la sonrisa.
—Ella es, Roger —musitó. El mencionado la recorrió de arriba abajo con la vista y sonrió aún más.
—Ahora puedo entender la fascinación —respondió con aprobación. Ella miró a David pidiendo una explicación a ese comentario, sin embargo, él solo se encogió de hombros—.
Soy Roger, preciosa, el mejor amigo de tu amigo.
Iba a responder que era un gusto, pero alguien interrumpió, más bien dos chicos tan rubios que el color amarillo se quedaba corto. Lo que hizo que abriera los ojos fue que eran idénticos, como dos gotas de agua, hasta usaban la misma clase de gafas.
—¿Son gemelos? —Roger y David soltaron una risita secreta. Los chicos despegaron la vista de sus aparatos electrónicos al mismo tiempo, sincronizados. Dos pares de pupilas celestes, detrás de grueso vidrio, la observaron.
—Técnicamente, pero no estamos tan seguros, Michael tiene un nevo en forma de esfenoides en la zona poplítea de la extremidad derecha —dijo uno de ellos.
—Martín tiene razón, eso quiere decir que, probablemente, no nos desarrollamos en el mismo saco vitalíneo —complementó el que, supuso, se llamaba Michael.
—O tenemos una teoría, creemos que los espermas de nuestro padre colonizaron al óvulo de nuestra madre —dijo Martín.
—Y por alguna razón decidieron que podríamos desarrollarnos en diferentes sacos. Eso explicaría por qué somos tan parecidos y por qué tengo un nevo en forma de esfenoides —concluyó Michael, orgulloso del discurso.
Se quedó en blanco porque… ¡Mierda del cielo! No había entendido nada más que la palabra «técnicamente».
—Ehh… Claro, diferentes sacos, mismo óvulo —susurró, a lo que ellos sonrieron.
—¿Ya la asustaron con el discurso de la reproducción de sus padres, diminutos geeks? —preguntó alguien. El chico pelinegro de pasillo llegó, rodeó los hombros de los gemelos y clavó su vista aguamarina en ella—. ¿Dónde están tus pechos, pequeña? —preguntó él con descaro. ¡Hijo de puta!
—Escondidos, probablemente en donde está tu cerebro
—dijo. Todos lanzaron una risotada que los hizo echar el cuello hacia atrás.
—Definitivamente entiendo la fascinación —murmuró Roger entre risas hacia nadie en particular.
Después de recibir un montón de bienvenidas y más cosas aburridas, dejaron salir al receso al grupo de primer año. Siguiendo a los demás, se introdujo a la cafetería, donde se tropezó con un chico. Se le hizo conocido, en alguna parte lo había visto, pero no pudo recordar.
—¿Te conozco? —preguntó. El muchacho sonrió, quizá él también la recordaba.
—Soy Paul, Paul Grant, estuvimos juntos en preescolar.
La boca de Carly se abrió con asombro, ¡no podía ser posible que el chiquillo que le daba miedo por tragarse el maldito saltamontes se hubiera convertido en un chico lindo!
Iba a sonreír, pero David llegó en ese momento y se la llevó a una mesa sin darle la oportunidad de responder.
Más tarde, a la hora de la salida, se detuvo en el pasillo y contempló a un furioso Dave discutiendo con Paul. Nunca más se le volvió a acercar el comesaltamontes.
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