Para alcanzar su objetivo, Anna María Escobar (2012) se centra en la descripción del delito o daño provocado por el acusado al denunciante. Hacerlo así le permite acceder a un momento clave de la estructura narrativa, que presenta los hechos del pasado en una secuencia temporal ordenada y controlable, y que lo hace desde el punto de vista del denunciante. En este punto, es pertinente recordar que Schneider destaca la importancia de los textos judiciales para la investigación en sociolingüística histórica de corte variacionista, en la medida en que estos, en tanto instancias de su categoría «registros» (recordings), se encuentran más próximos al habla real que otros géneros textuales, «bajo la condición de que sean fieles al lenguaje hablado y que el habla registrada represente la variedad vernacular» (Schneider, 2013 [2002], pp. 61-62, traducción mía). Si la descripción escrita del delito se acerca, pues, a las narrativas orales de experiencia personal, se podrá inferir un uso marcado del pretérito perfecto en ellas, puesto que esta forma verbal es favorecida en dichos relatos, tanto según la investigación general sobre narrativa como según la referida al castellano (Hernández, 2006). Por otra parte, se debe tomar en cuenta la distancia social previsible entre denunciantes españoles e indígenas en una sociedad tan jerarquizada como la del virreinato del Perú en el siglo XVII. La hipótesis generada a partir de estas consideraciones es que «los patrones discursivos en el uso del pretérito perfecto en estas narrativas también estarán determinados por su origen étnico [de los denunciantes] y por el estatus social correspondiente» (Escobar, A. M., 2012, p. 472, traducción mía).
Después de un análisis de frecuencias, que toma en cuenta formas alternativas del pretérito perfecto5, la autora puede concluir que los documentos monolingües y bilingües tienen un rasgo en común: esta forma verbal ya había adquirido una función de pretérito anterior en el siglo XVII, donde anterior significa que la situación expresada por el verbo se produce antes del tiempo de la enunciación y que es relevante para este. Al mismo tiempo, ambos tipos de expedientes muestran diferencias: mientras que en los documentos monolingües el sujeto de la forma en pretérito perfecto es mayormente el acusado, en los documentos bilingües se observa que este es el sujeto en la misma proporción que el denunciante. El denunciante aparece como un sujeto paciente mayormente con verbos de cambio y verbos estativos; cuando el sujeto es el acusado, el perfecto se emplea para enfatizar las acciones realizadas por este, que constituyen el núcleo de la queja. Por otra parte, se observa que los documentos monolingües no muestran preferencia alguna en el uso del pretérito perfecto en relación con el tipo de verbo, mientras que los documentos bilingües favorecen los verbos télicos. Esta tendencia señala la necesidad de resaltar los delitos o daños por sí mismos trayéndolos al primer plano en el contexto judicial. Anna María Escobar relaciona estas diferencias discursivas con el estatus inferior de los indígenas en la sociedad colonial: su condición de «ciudadanos de segunda clase» los habría impulsado a ser más asertivos en sus denuncias.
Este resultado concuerda con otros estudios realizados por la misma autora, sobre la base del mismo corpus, pero centrados en la performatividad, que observan los actos de habla y las estrategias discursivas asociadas a ellos. En los expedientes coloniales, la autora (Escobar, A. M., 2007 y 2008) identifica que los documentos bilingües muestran mayor uso de verbos asertivos fuertes (como jurar) que los monolingües, lo que se relaciona con la necesidad de reforzar la veracidad de la queja ante la autoridad judicial. Por otra parte, mientras que en los documentos monolingües se encuentra un mayor uso de imperativos y verbos directivos débiles al momento de pedir justicia, en los documentos bilingües se observa un mayor uso de construcciones reduplicadas que combinan el verbo pedir con suplicar, así como una frecuencia menor de imperativos y una presencia mayor de estrategias de atenuación de los actos directivos, centradas en la expresión de la cortesía y la modestia.
En resumen, el análisis de este corpus muestra que, en los Andes del siglo XVII, el pretérito perfecto tenía una función semántica básicamente similar en los documentos monolingües y bilingües, la de un pasado anterior con relevancia para el presente. Sin embargo, los usos discursivos de esta forma verbal en los expedientes bilingües se muestran más sensibles tanto a factores subjetivos como a factores relacionados con el tiempo del habla. Las sutiles diferencias observables en el uso de esta forma verbal en el siglo XVII sugieren posibles conexiones con su desarrollo posterior, la función evidencial de experiencia directa que es posible observar hoy día en el castellano andino. La antigüedad de los rasgos actuales del castellano andino y la importancia del contacto con las lenguas indígenas en su formación son, como veremos en el capítulo 2, debates vigentes al que el trabajo de Anna María Escobar sin duda contribuye. En este sentido, se puede afirmar que este trabajo es representativo de las preocupaciones centrales del área. Al mismo tiempo, se debe reconocer que el estudio presenta innovaciones respecto de esta tradición, porque en ella no han sido frecuentes la aplicación de un enfoque variacionista ni la construcción de corpus documentales específicos para afrontar las preguntas de investigación. De este modo, este caso permite destacar que, además del análisis filológico de los documentos coloniales que observamos en el caso anterior, el área se puede enriquecer mediante la integración de los acercamientos cualitativos y cuantitativos a los hechos lingüísticos. En el siguiente caso observaremos un camino distinto para alcanzar esta integración.
El tercer estudio resumido en esta sección ha sido desarrollado no por un o una lingüista, como los dos anteriores, sino por un equipo conformado por un antropólogo y etnohistoriador, Frank Salomon, y una arqueóloga especialista en estadística, Sue Grosboll (1986 y 2009). Ellos trabajan sobre la onomástica indígena colonial de Huarochirí, en la sierra de Lima, a partir de dos fuentes: una fuente «mundana», una «revisita» colonial —un tipo de documento en el que una autoridad colonial describe una población indígena señalando sus miembros, sus nombres, sus edades y rangos, hecha años después de una «visita» con los mismos fines—, y una fuente mítica, el monumental «manuscrito de Huarochirí» (c. 1608), publicado y traducido del quechua al castellano inicialmente por el escritor José María Arguedas, posteriormente por el mismo Salomon en colaboración con George Urioste, y finalmente retrabajado por el lingüista Gerald Taylor (1999) en la edición al uso actualmente. El manuscrito es una fuente clave para la historia de las lenguas andinas porque es un documento enteramente escrito en quechua colonial, por un indio cuya lengua materna era probablemente una variedad aimara, quien, a pedido de una autoridad religiosa católica, el extirpador Francisco de Ávila, describe la compleja mitología de las poblaciones indígenas asentadas en las sierras altas de Lima y sus valles intermedios a inicios del siglo XVII6. Afortunadamente, la «revisita», justamente el tipo de fuente «parecida a censos» que había desanimado a Lockhart en la década de 1960 de persistir en el estudio del escenario colonial andino, tuvo como objeto una de las poblaciones asentadas en uno de estos últimos valles, el del río Lurín: la localidad de Sisicaya, en 1588. Los ayllus visitados son incluidos, medio siglo después, en la fuente mitológica quechua. Esto permite comparar los nombres de varones y mujeres residentes en Sisicaya en la primera fuente con una breve, pero valiosa, enumeración de la jerarquía onomástica sagrada incluida como una nota al margen en el manuscrito de Huarochirí.
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