En un ámbito más general, que afecta al continente americano en su conjunto, se produjo, en la década de 1990, un importante debate entre Rivarola (1996), De Granda (1994a y 1994b) y, en menor medida, Fontanella de Weinberg (1993 [1992]) acerca de la posibilidad de entender la formación inicial del castellano americano como un proceso de koineización. A pesar de su relevancia, esta discusión no ha sido retomada en la literatura reciente sobre el castellano colonial temprano, con excepción de los argumentos presentados recientemente por Lara (2014, capítulo 15). Los argumentos manejados en este debate fueron básicamente de orden lingüístico y demográfico. De Granda partió de una definición del proceso tributaria de la útil criba conceptual efectuada previamente por Siegel (1985), y postuló que, entre los procesos de nivelación y simplificación lingüística, este último adquirió mayor jerarquía en la formación de la koiné americana (Granda, 1994a, pp. 46-47 y 1994b, pp. 67-71). Así, una opción lingüística mayoritaria desde el punto de vista demográfico podía ser seleccionada en la koiné resultante mediante el proceso nivelador, siempre y cuando no fuera más compleja que las otras opciones en competencia. De este modo, se explicaría la adopción, por parte de la koiné inicial americana, de aquellas características meridionales que, como el seseo y el tratamiento unificado en ustedes (frente a la separación entre ustedes y vosotros), suponían opciones más simples que las alternativas correspondientes. Al mismo tiempo, se entiende por qué, a pesar de ser meridional y estar, por tanto, representada mayoritariamente desde el punto de vista demográfico, no se generalizó una alternativa como el mantenimiento de los hiatos patrimoniales (re.í.na, sa.ú.co), sino que se adoptaron las soluciones norteñas diptongadas (rei.na, sau.co).
Rivarola (1996, pp. 587-588) apuntó la dificultad metodológica de identificar en la documentación colonial temprana procesos atribuidos tanto por De Granda (1994a y 1994b) como por Fontanella de Weinberg (1993) a la hipotética koiné inicial, tales como la velarización de la nasal /n/ y la asibilación de la vibrante múltiple /r/. Asimismo, señaló lo improbable que sería el surgimiento de una koiné basada en rasgos meridionales en un momento en que la variedad castellana ya se encontraba ampliamente extendida como código de prestigio. En cuanto a la indudable presencia de algunos rasgos meridionales como el seseo, este autor acude a la necesidad de expresión inconsciente de la identidad criolla americana, así como a las diferencias existentes en la configuración demográfica de las distintas regiones del Nuevo Mundo: mientras que algunas, como las zonas antillanas, tuvieron siempre predominio meridional, otras, como Nueva España y el Perú, mostraron figuras distintas durante el siglo XVI, con una fuerte presencia de toledanos en el primer caso y de cacereños en el segundo (Rivarola, 1996, p. 590)2. Dichas configuraciones diversas se empezaron a reforzar o debilitar con las migraciones posteriores de españoles y, de este modo, se produjo una evolución diferenciada en las distintas regiones hispanoamericanas. Las Antillas, por ejemplo, potenciaron sus rasgos meridionales. A ello debe añadirse la presencia, en ciertas áreas, de lenguas indígenas con «un sólido sustento demográfico»; en estas regiones, el intenso bilingüismo producido después de la Conquista tuvo consecuencias claves en el castellano que se fue formando con el correr de los siglos. La región andina estuvo claramente entre estas áreas, marcadas por el bilingüismo histórico.
Para el argumento de De Granda también es importante pensar en la diferenciación posterior de los castellanos americanos, puesto que la hipótesis de la koineización naturalmente llevaría a pensar en una mayor uniformidad de la que se ha observado históricamente en el castellano hispanoamericano. Siguiendo el modelo de algunos estudios de historia económica, De Granda separa tres tipos de áreas en el desarrollo temprano del castellano colonial: las áreas centrales, las intermedias o periféricas y las marginales:
[S]e podrían diferenciar en la Hispanoamérica de fines del siglo XVI y comienzos del XVII, ciudades (y zonas) señoriales o hidalgas frente a otras mercantiles o burguesas o como, de modo más adecuadamente objetivo, propone B. Slicher van Bath, de acuerdo en ello con otros especialistas, áreas centrales (México, Quito, Lima-Charcas, por ejemplo), intermedias y periféricas (Centroamérica, Popayán, zonas atlánticas de Colombia y Venezuela, Tucumán, entre otras) y marginales, como Paraguay o las islas antillanas (Granda, 1994b, p. 76).
Después de la koineización inicial propuesta por este autor, se habrían producido, pues, diferentes tendencias en una segunda etapa: las áreas centrales, vinculadas territorialmente con México y Lima, así como con los ejes comerciales Bogotá-Quito-Lima y Lima-Charcas, fueron el escenario privilegiado para una estandarización temprana, que recogió las características dictadas desde arriba por el modelo peninsular, proceso asociado a la creciente «hidalguización» de la sociedad hispánica en América. Por su parte, en las áreas intermedias y periféricas —que, además de las zonas mencionadas en la cita anterior, incluyeron a Chile, el Río de la Plata y Venezuela—, se dio un proceso de «vernacularización» de la variedad koiné previa, es decir, se consolidaron los procesos simplificadores y niveladores de la etapa inicial, de la mano con un refuerzo del contacto con los puertos andaluces, que intensificó la presencia de rasgos meridionales en sus variedades de castellano. Las áreas marginales, finalmente, habrían radicalizado tendencias estructurales del castellano que fueron reprimidas en otras zonas por las presiones normativas, habrían tolerado mayor cantidad de retenciones léxicas y morfosintácticas consideradas arcaísmos en otras latitudes y, por factores como la escasa distancia entre sus estamentos sociales, habrían adoptado con mayor intensidad rasgos y subsistemas gramaticales procedentes de las lenguas con las que el castellano entró en contacto, ya fueran indígenas o afroamericanas (Granda, 1994b, pp. 76-87).
Considero importante ahondar en la hipótesis de este autor, mediante investi-gaciones específicas en localidades representativas de las tres áreas propuestas. Para la región andina, será relevante precisar si los datos históricos apuntan a una ubicación en los ejes de las áreas centrales, como la cercanía a Lima o a Charcas invitaría a pensar, o si, más bien, algunas zonas de los Andes se deberían considerar como parte de las áreas intermedias o periféricas. Además, será importante deslindar en términos lingüísticos la pertinencia de la distinción entre áreas intermedias y periféricas: en el planteamiento de De Granda, no está claro qué localidades corresponden a las primeras y cuáles a las segundas. Por otra parte, a pesar del énfasis que puso este autor en la descripción e interpretación de los rasgos inducidos por el contacto con las lenguas indígenas en el castellano americano, extrañamente, atribuyó solo a las áreas marginales, como Paraguay y las Antillas, una presencia marcada de características de este tipo, y no evaluó la existencia de este tipo de rasgos en las áreas intermedias o periféricas. Mientras tanto, para las áreas centrales se deduce que los procesos de estandarización posteriores suprimieron las características de contacto más marcadas. Cabe preguntarse, sin embargo, si los datos sostienen estas asunciones. Hace falta, pues, afinar esta propuesta de zonificación, que resulta promisoria para pensar la diversidad de los castellanos americanos desde una mirada de largo plazo como la que ofrece la sociolingüística histórica. Algunos de los datos recogidos en este estudio para el castellano andino norperuano se observarán desde esta perspectiva, con el fin de aportar evidencia para discutir y enriquecer esta hipótesis. Esta propuesta teórica, desarrollada en el marco de la sociolingüística histórica aplicada a la historia del castellano, será materia de evaluación específica en los capítulos 4 y 5.
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