—¿Venía de una familia religiosa?
—No, había estudiado en un colegio laico, mayoritariamente luterano, como el Deutsche Schule, mi mamá era católica y ella me acercó a la religión. Me aboqué con todo el entusiasmo juvenil a ayudar en el Hogar de Cristo y me surgió este llamado a discernir una posible vocación religiosa. Es normal como católico que en algún momento uno se pregunte ¿qué quiere Dios de mí? Me recomendaron tener un director espiritual para acompañar ese proceso y me hablaron del capellán Renato Poblete Barth. Me sentí muy honrada cuando aceptó recibirme, era una persona muy conocida. Fui muy confiada a ese primer encuentro, recuerdo que me dio un gran abrazo y me pidió que le relatara mi vida. En algún momento me dijo: “De ahora en adelante, yo seré tu padre y te daré todo el cariño que necesitas”. Fue muy emocionante y me dejó completamente abierta a lo que vino después. Nunca pensé que un deseo y una búsqueda tan noble terminaría en un abuso tan horrible.
—¿Qué vino después?
—No voy a hablar de eso, por ahora. Hasta que no dé mi declaración al investigador que ha designado la Compañía de Jesús, no quiero referirme a los abusos que viví (“La denuncia fue presentada a través de la Comisión de Escucha encargada por monseñor Charles Scicluna y se refiere a delitos y situaciones abusivas entre 1985 y 1993 de carácter grave en el ámbito sexual, de poder y de conciencia”, señaló en su comunicado la Compañía de Jesús).
—¿Pero cómo se fue dando una relación como la que describe y tan larga, de los 19 a los 27 años?
—El abusador es una persona muy astuta, con un manejo impresionante de la psicología humana, pero para la maldad. Tienen la capacidad de percibir dónde está tu fragilidad, por ahí entran y uno no tiene herramientas para defenderse del abuso.
—¿Había algo en ese momento que la hiciera vulnerable?
—Tenía relaciones complejas con mi familia, no quisiera entrar en mayores detalles, por respeto a ellos, pero había situaciones complicadas en el hogar que me tenían vulnerable frente a la figura paterna, sobre todo. A medida que van transcurriendo los hechos de abuso, uno va quedando completamente atrapado, comienza a perder la noción de lo que está bien y lo que está mal, pierde la voluntad, la libertad. Uno se transforma en un esclavo de la voluntad del otro.
—¿Esos hechos de abuso comenzaron después de que usted inició la dirección espiritual? ¿Cómo fue ese proceso?
—Sí, por ahora, no quiero referirme a los hechos concretos del horroroso abuso sexual y de conciencia que sufrí durante todos esos años, porque aún no he declarado ante el abogado que investiga a los jesuitas.
—¿Buscó ayuda durante todos esos años, conversó con alguien de lo que estaba pasando? ¿Cómo terminó esa relación?
—Fue muy difícil, fue una huida. No quisiera hablar de eso hasta que hable con el investigador, es un tema muy delicado, porque estamos hablando de potenciales testigos.
—¿Hay personas que pudieron saber o darse cuenta de lo que pasaba?
—Puede ser que sí, esa es la responsabilidad de investigar lo que pasó.
Las conferencias en la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Chile
Marcela Aranda cuenta que el año pasado, “me empecé a obsesionar con las noticias que surgieron sobre nuevos casos de abusos por parte de sacerdotes en la iglesia. Me daba cuenta de que no podía dejar de pensar en eso, de hablar de los casos, sentía un dolor enorme”.
Como profesora de la Facultad de Teología de la PUC, en mayo recibió una invitación para asistir a un encuentro con el médico James Hamilton, uno de los denunciantes del sacerdote Fernando Karadima, quien les hablaría sobre los efectos de los abusos en la vida de las víctimas. “Me produjo un malestar físico y emocional tremendo”, afirma, “no fui capaz de ir a escucharlo, aunque quería”.
Pocos meses después, en octubre, recibió una nueva invitación para una segunda reunión, esta vez con el abogado Juan Pablo Hermosilla, quien hablaría con los profesores de Teología de la Facultad en la Universidad Católica de Chile sobre “la renovación de las estructuras eclesiales que finalmente han propiciado el abuso”.
—¿Decidió ir a ese encuentro? ¿Qué pasó entonces?
—Se me abrió la herida, sentí una angustia que no podía controlar, no entendía qué me pasaba. En mi desesperación llamé a mi colega y gran amigo, el sacerdote Rodrigo Polanco, y le expliqué que necesitaba hablar con él. Quedamos de hacerlo el 15, un día antes del encuentro con Juan Pablo Hermosilla, pero el día anterior brotaron en mi memoria los más horrorosos recuerdos del abuso sexual sufrido y colapsé psicológicamente. Entonces volví a llamar a Rodrigo para que conversáramos de inmediato. Durante toda esa tarde del 14 de octubre fui, poco a poco, poniendo en palabras los más espantosos y dolorosos eventos del abuso que hasta ese momento lograba recordar.
El proceso de recordar es como si te volvieran a abusar, revivir el abuso sexual con todo el dolor y el horror que implicó. Recordar es muy liberador, pero al mismo tiempo, terriblemente devastador.
Es un proceso duro, doloroso y siempre lo invade la angustia de que, tal vez, no lo logre. Una vez le dije a Rodrigo: “Si no logro sobrevivir… cuenta mi historia”, termina casi inaudible, se quiebra. Toma agua y esperamos unos segundos para continuar su relato.
—¿Qué pasó en el encuentro con el abogado Hermosilla y sus colegas de facultad?
—Fui al encuentro con Juan Pablo Hermosilla, no tenía nada decidido, pero le pedí a Rodrigo que se sentara al lado mío, y cuando el abogado comenzó a hablar de ejemplos concretos de abuso, muy impactantes, sentí cómo me iba reflejando en esas historias, en esas estructuras de abuso, de eventos abusivos. Cuando se dio la palabra para intervenir, sentí la necesidad de compartirlo con esa veintena de colegas. No me acuerdo de nada, de hecho, ellos me han contado lo que dije.
—¿Y qué dijo esa primera vez que habló de su experiencia en público?
—Dicen que di las gracias a Juan Pablo, hablé de que me sentía muy adolorida, por lo que contó de otras víctimas y que sentía su dolor en carne propia, dije que yo también había sido abusada sexualmente por un sacerdote. La reunión colapsó, se produjo un silencio, Juan Pablo tomó la palabra, me acogió y me dijo algo que me quedó grabado: “De esto se puede salir y salir bien, hay esperanza”. En una verdadera procesión, mis colegas se acercaron con gestos de cariño y apoyo que todavía me emocionan, uno a uno. Sentí que más allá de una comunidad académica, somos un grupo humano capaz de acoger una experiencia así. Esa fue la primera vez en mi vida que hice pública mi experiencia de abuso.
—¿Qué pasó en la facultad después de su testimonio?
—El decano Joaquín Silva no estuvo en ese encuentro, pero fue informado, y al día siguiente se me acercó, me acogió, me dio todo su apoyo y me dijo que me iba a acompañar. Un par de días después hablamos muy largo, le relaté todos los hechos y me dio todo su apoyo personal e institucional, y me ofreció dejar temporalmente mi actividad académica, porque se me estaba haciendo insostenible.
La otra autoridad con que hablé y que tuvo una acogida muy importante fue el rector de la Universidad Católica, doctor Ignacio Sánchez. También me recibió, me dio todo su apoyo personal e institucional. Se imaginará lo importante que es para mí, en momentos que uno piensa que no va a salir adelante. Se constituyeron en la fuerza que yo no tengo; soy una persona de una extrema fragilidad desde que tengo memoria, el abuso ha sido parte de mi vida. Ellos me aseguraron que se comprometían conmigo hasta el final. Y eso me da esperanza.
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